Cuelga las botas el 7 blanco, dignísimo compendio de todos los 7’s que han defendido ese carismático dorsal con la camiseta del Real Madrid. Raúl tiene el espíritu de Juanito, la obsesión por el gol de Cristiano, la inteligencia de Kopa, el regate de Amancio o la templanza de Butragueño. Hasta Di Stéfano, otra leyenda del club, llegó a lucir en varios partidos la magia del 7.
Ni en 7 folios de Word (tamaño de letra 7) explicaría por qué un jugador aparentemente enclenque, lento y limitado técnicamente, pudo dominar el fútbol europeo y hacer historia con el Real Madrid. Con las 7 vidas del Gato y la protección de los Dioses Romanos de los 7 días de la semana, sus goles hablan por él muchísimo mejor. Y los tiene de todos los colores, como los 7 del arco iris, las 7 notas musicales, las 7 Maravillas del mundo o las 7 Bellas Artes.
7 de sus goles nos pueden decir exactamente cómo jugaba y quién fue, es y será siempre Raúl González Blanco.
1.MENTALIDAD. Raúl debutó en La Romareda hace 21 años. Exhibió una gran personalidad, pero no marcó y falló cinco ocasiones claras de gol, imperdonables cuatro de ellas. El Madrid perdió 3-2. Aquel chaval de la colonia Marconi de Villaverde venía de saltar al Castilla con Rafa Benítez tras hacer 16 goles en sus 8 partidos de Tercera División, pero Valdano se lo arrebató rápido para el primer equipo.
Un chico de 17 años podría, incluso debería, haberse venido un poco abajo tras un inicio tan desalentador. Pero el argentino, más de acción que de dicción por entonces, tenía muy clara su apuesta por ese figurilla que deslumbraba en categorías inferiores con talento, desparpajo y gol. Le dio confianza y Raúl salió ante el Atleti una semana después, como titular en el Bernabéu. Forzó el penalti del 1-0, dio la asistencia del 2-0 y marcó el 3-1 en un derbi que finalizó 4-2.
Raúl llega al espacio, en carrera y libre de marca. Recibe de Laudrup y define de primeras a la escuadra, a unos 15 metros, con un zurdazo de tiralíneas. La pone donde le da la gana. Ni rastro de ansiedad por los fallos debut. El Bernabéu coreó su nombre por primera vez. A partir de entonces, lo haría prácticamente en cada partido.
Esa mentalidad ganadora le ha acompañado durante toda su andadura, así como el afán de superación. Le impidieron venirse abajo en momentos complicados, que los tuvo y de gran dramatismo. Le posibilitaron ser más de lo que la genética le había deparado cuando vino al mundo, y le permitieron marcar goles decisivos al máximo nivel también con el Schalke 04, ya muy lejos de sus mejores años. Que le pregunten al Bayern o al Valencia.
Otros aspectos del carácter ganador de Raúl son su capacidad para superar la presión en los momentos importantes y su renuncia permanente a la rendición. Imaginad qué hubiera sido de madridistas como Guti, Özil, Robinho o Sneijder con la mentalidad de Raúl.
2.INTELIGENCIA. Raúl tiene inteligencia para jugar al fútbol. Es un concepto tan abstracto como detectable. Visión lateral, dominio del espacio, oportunismo para el desmarque, anticipación a los movimientos e intenciones de marcadores y porteros, velocidad de pensamiento y ejecución… y toma de decisiones correctas, que es la gran diferencia entre los profesionales y los muchos buenos futbolistas técnica y físicamente que hay en el fútbol amateur.
Todo esto está en el ‘aguanís’. En la prórroga y tras 38 años sin oportunidad para el Madrid de levantar una segunda Intercontinental, había que ganar al Vasco da Gama la final. Y la tanda de penaltis se acercaba hasta que Raúl puso el 1-2 en uno de sus goles más memorables. Con una frialdad sobrenatural, ejecutó a los brasileños y ganó aquella final, la que puso la guinda a la Séptima.
Cuando la tiene Seedorf en medio campo, Raúl ya sabe lo que está tramando el holandés. Le conoce, así que inicia el desmarque en carrera y le gana la espalda al lateral derecho carioca. Seedorf le pone una diagonal en largo milimétrica al espacio. El balón está volando y Raúl vuelve a tener la jugada programada en esa cabeza privilegiada para procesar fútbol. Controla de primeras un poco hacia afuera, invitando a los rivales y al portero a cerrarle los espacios. Y en tres toques más, el último con la derecha, dos defensas y el portero están en el suelo, engañados, estafados, timados. Y el balón, en la red. Nadie sabe cómo ha pasado salvo Raúl, que lo sabe y lo ejecuta antes de que suceda.
3.PICARDÍA. Un gol del que se habla poquísimo y que es uno de mis preferidos es el 1-0 ante el Leverkusen en la final de la Novena. La inmortal volea de Zidane, lógicamente, es el cartel de aquella conquista, pero el 1-0 define muy bien lo que fue Raúl, siempre rindiendo a la sombra de grandísimos jugadores como el propio Zidane, Ronaldo, Figo, Van Nistelrooy… Un Raúl que era todo picardía.
Minuto 8 de la final de Glasgow. Saca de banda Roberto Carlos a la altura de la divisoria. Raúl, a 40 metros de la portería, echa a correr, como una sombra, medio segundo antes de que le vea el central Zivkovic. El bosnio ya es cadáver. El lateral brasileño saca en largo y le deja ante el portero Butt. El madridista no golpea bien, pero igual que se duerme Zivkovic en un momento imperdonable, también al portero alemán le puede la presión. El que les da las buenas noches es Raúl, que aparece como un Ninja de la nada para marcar territorio con una bomba de cloroformo.
Manolo Lama, en su retransmisión para la SER, ya canta: “Gol del que no hace nada”. Incluso en 2002, habiendo ganado tres Champions entre otros muchos títulos, había quien no ponderaba correctamente el asombroso e innegable talento de Raúl.
4.DOMINIO DEL ÁREA. Toda esa inteligencia y picardía para competir las manifestaba especialmente en el área rival, donde más difícil es jugar al fútbol. Donde el tiempo y el espacio tienden a reducirse a cero. Por eso fue un goleador y no centrocampista, aunque pasara largos ratos rondando el círculo central deseando entrar en juego. Ese sexto sentido en el área, ese don, justificaba los sueldos que siempre cobró y su pertenencia a la superélite.
Se ve muy bien en su famoso gol al Atleti en el Calderón, donde desorienta y deja fuera de combate a Juanma López. Recibe sin ventaja, entre dos rivales, fuera del vértice derecho del área. Entra en la misma cargado por López, más fuerte que él, pero manteniendo el balón en su poder. Entonces ya sabemos todos los que pasa. Parada y continuación con las dos piernas y hasta luego, Juanma, que realizó un tackling desesperado como último recurso, sin éxito. A partir de ahí, Raúl apenas vuelva a mirar el balón. Con la cabeza levantada, ve dónde está la portería, ve que Molina ha salido a achicar, que Santi llega a línea de gol a tapar, y la pone rasa por el único hueco que existía. En ese momento, había siete jugadores del Atlético en el área y dos del Madrid, Víctor y Raúl, que hacía el 1-2. Antes marcó el 1-1 y después asistiría a Seedorf y a Víctor para el 1-4. Casi nada el partido que se marcó. A todo esto, el Madrid con 10 jugadores por expulsión de Mijatovic. Una de sus noches más gloriosas.
5.ESPÍRITU DE EQUIPO.
Nunca tuvo problemas para compaginar las capitanías del Real Madrid y de España: dio el 101% con los dos conjuntos durante toda su carrera. Su labor de guía para los nuevos y su implicación tanto en el vestuario como en el terreno de juego estuvieron marcadas por un fuerte sentido del deber y del concepto de equipo. Desgraciadamente, los éxitos de la Selección española, el mejor momento de esa irrepetible generación liderada por los Xavi, Ramos, Puyol, Casillas, Xabi Alonso, Villa o Iniesta, coincidieron con el declive de Raúl. Se le achaca no haber ganado con España, como si la larga lista de enormes futbolistas que ha dado este país se hubieran hinchado a levantar trofeos con la elástica nacional. Pero siempre tiraba del carro. Y no era una frase hecha. Tiraba, aunque hayamos tenido carros peores.
Lo hizo por ejemplo en el Mundial 2006, su último gran torneo con la Selección. España está perdiendo ante Túnez en el 71’ de la segunda parte. Es el segundo encuentro de la fase de grupos y los de Luis se están complicando terriblemente la vida. Nada está saliendo bien. El partido es desesperante. Hasta que Fernando Torres chuta desde la frontal, el portero rechaza y el defensa llega bastante antes que Raúl al balón. Nada que rascar ahí, pero el 7 (y después de ver tres veces la repetición, aún no me explico cómo) llega antes para meter la punta de la bota derecha, poner el 1-1 y comenzar una remontada que culminó, por partida doble, el Niño. Decir que España no ganó hasta que se fue él es tan cierto como tendencioso. Simplemente, nació diez años antes de tiempo. No tuvo esa suerte.
Su espíritu de equipo se veía en cada una de sus acciones en el campo. También en esas famosas carreras en defensa, que algunos tildan como “para la galería”. Raúl sabía que prácticamente nunca iba a apoderarse directamente de esos balones, pero obligaba al rival a jugar sin tiempo para pensar y mandaba un mensaje al equipo: si hacemos los 11 lo mismo, la redonda va a ser nuestra. Sus compañeros y la grada recibían permanentes mensajes de Raúl, y ninguno de ellos, jamás, era un reproche.
6.DEFINICIÓN. Sin ser un superdotado técnicamente en el manejo del balón, sí lo era en el disparo. Tiene cientos de ejemplos, como ese gol en El Molinón de vaselina al segundo palo de Ablanedo, de primeras con el exterior de su incisiva zurda, recibiendo (desmarcado como siempre) de Seedorf. Estéticamente es uno de los más bonitos que tiene, aunque puede presumir de muchos igual de preciosos pese a no ser la estética la mayor de sus virtudes.
Raúl hizo del oportunismo su excelencia. Siempre encontraba el toque de balón perfecto para poner el balón en la jaula. Le acusan de empujarla muchas veces, pero para llegar al área chica en situación de empujarla hay que desmarcarse muy bien. Como hizo en Old Trafford tras el genial autopase de tacón de Redondo, entre otros cientos de ejemplos. Liberarse de un marcador también es definir en el área.
7.MADRIDISMO. Su sentido de pertenencia al Madrid siempre le dio un extra tanto a la hora de jugar como de negociar con el club. También le ayudó, pese a su carácter introvertido y algo huraño, a obtener la bendición de la prensa y la adoración del Bernabéu, que le apoyaron y respetaron mayoritariamente en su declive, así como en esos años grises tanto en lo colectivo como en lo personal.
Un gol que ilustra bien su madridismo es el último que marcó con la camiseta del Madrid. No el de La Romareda (fantástica cuadratura del círculo Raulista y donde, premonitoriamente, es felicitado por Cristiano Ronaldo), sino el del trofeo Bernabéu 2013, aquel en el que jugó un tiempo con el Al-Sadd y otro con su Madrid.
Pone el 1-0 para los blancos en el minuto 22, recibiendo de nuevo a la espalda de su par un buen balón de Di María. Control con la zurda y adentro. Todo el público había asistido al templo merengue con la esperanza de ver marcar a Raúl para el Madrid por encima de todas las cosas. Y así ocurrió. Como casi siempre. El Bernabéu le abrazó una última vez como al hijo pródigo mientras Raúl se señalaba el dorsal con los pulgares. Pareció durante unos segundos que nunca se había ido. Probablemente, porque nunca se había ido.
Díganme uno mejor
Y el gol de París, solo ante Cañizares. Y aquel en el que mandó callar al Camp Nou. Y el que le dio la Liga al Madrid frente al Atleti en el Bernabéu. Y frente a Nigeria en Francia 98. Y tantos y tantos y tantos otros goles con el Madrid, con España y con las otras tres camisetas que ha honrado. Llegando o estando. Con la zurda, la diestra, la cabeza o el alma. En jugada personal o rematando una acción colectiva. Ante todos los rivales y en todas las situaciones. Goles con el cuchillo entre los dientes, un repertorio inagotable de cucharas y la mayoría de ellos, de cinco tenedores.
Le faltaba velocidad, mucha. Carecía de fuerza. No puede decirse que fuera un privilegiado técnicamente. Pero era mucho más que todo eso. Hay una imagen que resume su carrera, su esencia, su vida: es el 7 ganando y marcando al Barcelona con un ojo morado. No estará entre los mejores jugadores de la historia por rendimiento, seguramente que no. Pero, si valoramos únicamente el mérito de haber llegado, con sus condiciones, a donde ha llegado Raúl… díganme no 7, sino uno. Díganme uno mejor.
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Desgraciadamente, a este gran artículo (como todos los de su autor) le ha faltado un octavo (y triste) epígrafe. El de "Capo di Tutti Capi", cuando gozando de un poder omnímodo hizo y deshizo a su antojo en aquel vestuario durante muchos, demasiados, años.
Asumió las peores mañas del peor Hierro como capitán desde aquella infausto motín de la no-celebración de la Liga 2002/2003 en el vestuario madridista, que le costó la cabeza entre otros al propio Hierro y seguramente confirmó la salida de Del Bosque por consentidor.
Puso y quitó delanteros, se cepilló cualquier atisbo de competencia (Owen fue un claro ejemplo) y de cualquier entrenador que osase sentarle. Además, su debut como capitán estuvo de frustrar el fichaje de Ronaldo Nazario por el Real Madrid en agosto de 2013 ante su negativa a que saliese Fernando Morientes del equipo.
Además mostró un rendimiento francamente mediocre, especialmente entre los años 2004 y 2009 (salvo el paréntesis de las Ligas de Capello y Schuster, donde se pareció al Raúl que fue) pero nadie se atrevió a sentarle, salvo Luis Aragonés.
De hecho, hay un punto de inflexión en Raúl que es el ocaso de los galácticos y el inicio del período oscuro del Real Madrid, iniciado con Queiroz y finalizado con Pellegrini, con un rendimiento goleador que en nada se compadeció de su status de estrella.
Para hacernos una idea, en sus primeros ocho años (1994/1995 a 2002/2003), Raúl hizo un total de 155 goles, promediando casi 18 goles por temporada y contribuyó en gran medida a ganar tres Champions, cuatro Ligas y dos Intercontinentales.
Por contra, en sus últimos a siete años, sus números se desplomaron, salvo como digo, las temporadas 2006/2007 y 2007/2008, en las que los 18 goles marcados en cada una de ellas, maquillaron sus cifras. Apenas registró 73 goles y un triste promedio de 10 goles por año. Un período ominoso y quizás, uno de los más desgraciados y tristes de la historia del Real Madrid, salvo las dos Ligas de Capello y Schuster y el inolvidable pasillo.
Lo que siempre le agradeceré en todo caso, además de esos primeros años en los que se convirtió en una estrella mundial y al que le robaron un Balón de Oro, es que al menos y aunque tarde, a diferencia del cáncer de Móstoles, supo dar un paso al lado y asumir su ocaso.
Facilitó una salida digna (aunque nada barata para el club, por cierto) y supo desaparecer de la escena cuando aún le quedaba un atisbo de gloria para hacerlo, rumbo al Schalke 04, donde ya sin la presión del Real Madrid y el foco mediático, dio un par de años bastante decentes, especialmetne el primero.
En todo caso, nadie podrá negar que los siete epígrafes anteriores fueron una auténtica realidad, incluso en sus peores años.
Un saludo.
Me parece un epígrafe acertadísimo, Diego, y firmo gran parte del mismo