Buenos días. El Madrid de Benítez va cobrando forma, a pesar de que es extraordinariamente pronto para análisis serios. Todo el mundo parece empeñado en empezar a sacar conclusiones y lo comprendemos porque la premura nos puede, nos asaetea la pulsión de verles triunfar cuanto antes: hay amarguras que tapar, hay afrentas que solventar. La lógica, sin embargo, aconseja paciencia. Hay que tener presente que estos partidos son recordados mucho más adelante como si no hubieran existido. En cierto modo no han sucedido nunca. Es como si nada de esto entrara en la ecuación por encontrarse aún en la fase cigoto, o como si habláramos aún de homínidos que no han descubierto el fuego por falta material de tiempo. Es prehistoria de cada temporada, aun cuando no imaginamos a ningún hombre de las cavernas luciendo las mechas que (ay) se ha dado James.
Otra vez viene a colación el inmortal Saza para subrayar cuán hablado lo tenemos en el pueblo: a nadie nos gustan las mechas de James. Pregunten, pregunten por ahí. Se lo perdonamos por ser quien es, la gran esperanza blanca, el mejor Rodríguez que nos ha sucedido desde que mujer e hijos se fueron a Calpe y nosotros encontramos gestiones impostergables que resolver en Madrid (Manrique no entiende de estaciones y cualquier verano pasado fue también mejor). Pero las mechas no tienen un pase. Es claro que no llega al nivel de ignominia de las gafas de Dani Alves, pero poco consuelo ofrece este extremo cuando James es precisamente, o se le supone, el reverso luminoso del futbolista joven y popular entre las chicas.
Luego está lo de los tatuajes, cuya desaforada fiebre no podemos menos que condenar también (ver de nuevo la portada del Marca y reparar en los brazos invadidos de motivos raros de Isco y el propio James), aunque nos preguntamos súbitamente azorados si condenar las mechas y el abuso (cuidado: solo el abuso) del tatuaje no será piperismo. La duda nos deja postrados en un estado de desvalimiento paralizante, o quizá sea solo que hoy no corre la brisa y la indolencia nos domina.
Hablamos de todas estas cosas porque para daros una crónica del partido ya tenéis en La Galerna al incomparable Mario de las Heras, que escribe esas crónicas que hay que leer con recogimiento y que con enorme frecuencia son mejores que los partidos que glosan (me temo -o me alegro por ello- que hablamos de uno de esos casos).
Y sí: como anuncia As, la consecuencia de la victoria de ayer ante el Tottenham es que hoy disputaremos la final del torneo veraniego en que se enmarca, y que al haberse clasificado para dicha final también el Bayern de Múnich tendremos ocasión de reencontrarnos con varios viejos conocidos. Con Pep Guardiola coincidimos hace un par de años en el Campeonato Europeo de Atletismo que se celebró precisamente en Múnich, donde batimos el récord mundial y planetario de pasado y futuro con aquellas estratosféricas cuatro décimas (0,4) para un recorrido de fondo que acabó en Lisboa. Pep -lo recordamos bien- fue descalificado en la salida por empeñarse en ir dando pataditas a un balón durante la prueba, en pretensión flagrantemente antirreglamentaria. Será grato volver a verle. El quijotismo es bello aun en quien reniega de la Meseta.
Otro encuentro agradable que nos deparará este partido es el de Xabi Alonso, quien pugna en el inconsciente colectivo del madridismo por el puesto de mejor mediocentro de nuestra Historia con el mismísimo Fernando Redondo. No puede ser casualidad que dicho puesto se dirima entre quienes podrían disputar también el título de jugador más guapo y elegante de esa misma Historia. Xabi Alonso se fue al Bayern de Múnich, el enemigo europeo por antonomasia, cuando quedaba un suspiro para el cierre del mercado, pero podría haberse ido al Barça o desvalijar cuatro casinos sin que una mota de deshonor hubiera, a ojos del madridismo, contaminado su impecable porte. Hay personas a quienes se les perdona todo, y nos parece bien, sobre todo cuando el valor que sustenta ese crédito infinito es algo tan en desuso como la clase, dentro y fuera del campo.
Vamos a ver si esta tarde somos capaces de apalizar un poquitito a ambos o por lo menos de ganarles 1-0, entre otras razones para hacer ver al atleta Pep que lo de cambiar de un deporte a otro solo le salió medio bien a Michael Jordan. Atleta a tus atletismos.
El Barça, por su parte, prosigue en la onda desinhibidamente eufórica que se trae desde el mes de mayo, y quiénes somos nosotros para intentar poner freno a su júbilo (y sobre todo: ¿cómo hacerlo?, pues ya querríamos). Hoy juegan el Gámper y todo se relaciona, como si de una clave esotérica se tratara, con el número tres: tridente, triplete, triGámper (?). Esto lo coge Dan Brown y te hace un Código Da Vinci de manual, pero eso no es lo peor. Lo peor (y nos consuela saber que el banco culé nos supera en este apartado) es lo de los tatuajes. Véase si no la foto de portada de Mundo Deportivo, donde el Jesuscristo que suspira en el bíceps de Messi parece destinado a ser confortado en el casto abrazo de la María Magdalena que nos observa desde el bíceps de Neymar. La compenetración de ambas estrellas es ya una experiencia religiosa.
Y lo de los tatuajes en los futbolistas también (?).
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3 comentarios en: Prehistoria y tatuajes
En esta pretemporada me estoy fijando precisamente mucho en "Los Rodríguez". De James no tengo ninguna duda: al chaval la clase se le escapa como sin querer, haciendo el ruido justo, pero sin bajar del notable ni tan siquiera en los amistosos. El otro es Jesé, que se sabe con mucho por volver a demostrar, y creo que se encuentra en una línea adecuada para recordarnos los destellos previos a la aciaga lesión. Y no me gustaría tener que olvidarme para siempre de José Rodríguez, por mucho que acabara la temporada en el Depor cuesta abajo y se haya marchado al Galatasaray (con opción de recompra).
Por último, sólo quería decirles que no puedo sino esbozar una sonrisa cada vez que citáis al gran Saza. Como cartagenero y veraneante en Los Alcázares (donde él veraneó durante más de medio siglo), era muy habitual cruzármelo por el paseo o en alguna terraza, haciendo gala de su porte imponente y de su trato cercano y afable. Se nos fue un grande.
Gracias, amigo. Grande Saza.
(Yo también he veraneado muchos años cerca de Los Alcázares, pero desgraciadamente nunca me crucé con él).
Bueno, es verdad que a Xabi Alonso le habríamos perdonado (casi) todo, pero algo se rompió con esa huida precipitada a los brazos de Guardiola. Creo que el tiempo irá haciéndonos ver que le queríamos querer más de lo que realmente él nos quiso, aunque esto último no fuese poco.