Llega Rafa Benítez y, pese a todo, yo me quedo, sin que ese "pese a todo" tenga nada que ver con el nuevo entrenador. Si acaso, Benítez sería un fenómeno más del "pese a todo", una de sus herramientas, un nuevo pretexto o, en el peor de los casos, otra de sus víctimas propiciatorias. Y ello, ya digo, sin menoscabo de que -ojalá- su trabajo sea dignísimo, atinado y fuente de títulos. Pero en este momento, me atrevo a pecar de extemporáneo, diciendo que no sé cómo será tal trabajo, no sé si nos dará éxitos al final de temporada y no sé si es el hombre idóneo para entrenar al Real Madrid. Este no saber mío pudiera parecer una prueba de mi desinformación, una tibieza protectora, o acaso una suspicaz reserva con respecto al entrenador madrileño, pero nada hay más lejos. Al contrario, este no saber es simple y llanamente no saber, un paso a un lado, un desmarque de la insistente opinología, esa paraciencia usualmente atropellada.
Concretando, la inquietud que motiva estas líneas –y una de las manifestaciones del “pese a todo” que les da título- se pregunta por qué hay que saber de todo y de todo ya. No alcanzo a ver la virtud de entrar a opinar como elefante en cacharrería, sin apenas tener datos de juicio, sin meditar un mínimo lo que se va a decir, sin mostrar la humildad debida ante el posible desatino o sin manifestar el desusado respeto al contenido opinable. Así que no sé. Aunque solo sea porque la manida e imprescindible libertad de expresión tal vez se ejerza más propiamente cuando se piensa lo que se dice que cuando se dice lo que se piensa. Sí sé que no vivimos tiempos prudentes y que eso de tener una opinión formada -el tiempo que se tarda en tenerla- contraviene el rampante ritmo del tweet o del WhatsApp. Pero también sé que es ya tal la vorágine que no engulle tan solo al contenido de la opinión (ya sea Benítez, Ancelotti, o los que vendrán), sino también al sujeto opinador, que cae presa de su propia trampa y sigue opinando sin demora, como si el opinar mismo tuviera mayor valor que lo dignamente opinado y como si no hubiera tiempo para nada más que la siguiente opinión. Y lo peor es que parece no haberlo.
Lavadoras y neveras aparte, la obsolescencia programada parece haber ganado la batalla también en este terreno. Al ritmo que marca el consumo, se imponen la novedad novedosa, el «y qué más» y el «suma y sigue», porque en esta danza macabra toda pausa es considerada pérdida. De esta voracidad se nutre, por ejemplo, la prensa que nos asiste, como se pudo comprobar, por ejemplo, en la presentación de Rafa Benítez. Allí, cuando el entrenador intentaba simplemente eso, presentarse, dar las gracias y declararse preparado para el reto, los representantes de los medios mostraban su desazón, una inquietud como de coitus interruptus. Nada dijo Benítez sobre el papel que daría a Iker, nada de si Bale comenzaría a jugar por la banda izquierda o si Cristiano lo haría de nueve, nada de posibles nuevos fichajes; en definitiva, nada de precipitada opinión hasta que comience su trabajo de campo y toque afrontar esas cuestiones con el rigor de la opinión formada. "Hay tiempo", dijo Benítez sin decirlo y sin que los muchachos de la prensa estuvieran listos para escucharlo. "Pero, ¡cómo que hay tiempo!", pensaron tal vez los periodistas, "si nosotros tenemos que llenar hoy las tertulias, hacer noticias y vender un producto". Cierra Wall Street y el lobo no sabe dejar de aullar.
Y resulta que, sin llevar razón el lobo, quizá también nosotros aullamos si compramos esa falta de tiempo, si asumimos que lo de hoy ya empieza a ser viejo, que lo de ayer huele a podrido y que solo importará lo de mañana hasta que sea pasado mañana. Por supuesto, el Madrid no está fuera de esta lógica, y como club de élite acaso no pueda estarlo. En el Madrid –o al menos en este Madrid de Florentino- apenas hay tiempo para nada que no sea ganar ya, lo que supone una magnífica subversión de nuestras propias experiencias vitales, donde las cosas –los fracasos, los éxitos y las más frecuentes medias tintas- suelen cocinarse a fuego lento y mediando un buen número de propósitos, constancias y azares. Pero no, el fuego lento va bien para la vida y esto es el Madrid, o Hollywood, o una pasión siempre en alto y sin resuello, que jamás deviene templado amor.
Por supuesto, no es desdeñable este papel subversivo, lúdico y excitante, ni puede dejar de elogiarse, pese a todo, esta febril fabricación de sueños, pero no descartemos el posible beneficio de colocar un pequeño palo en la rueda de esta rutilante maquinaria, con el cual ganar todo ese tiempo que el lobo pretende robar. Si esto es posible, tal vez el ritmo de un trabajo y de una institución pueda atemperarse, y así reivindicar como victorias no solo las metas alcanzadas hoy, sino también ciertos virtuosos recorridos que ayer no alcanzaron las exigencias del aullido. Siendo apenas un detalle, Benítez puso el palo en su rueda de prensa, hizo gala de la pausa y aprovechó ese tiempo para ganarlo. Yo lo celebro hoy y, porque me quedo pese a todo, también mañana.
¡Gran artículo!