A Özil siempre le gustó dar ese toquecito con la lengüeta de la bota. Ese toquecito es el resorte que funciona como un sello: Mesut le imprime a la pelota el suyo y a saber lo que queda grabado en ella. El balón ya está marcado y por eso, quizá, después del toquecito, nuestro antiguo alemán favorito puede encontrar su carta tantas veces como quiera dentro de la baraja. El toquecito lengüetero siempre avisa.
Özil estira la pierna de tal modo que el ángulo formado entre la pantorrilla y el pie es exactamente de noventa grados. El balón cae en el vértice de ese ángulo y su trayectoria divide en dos mitades de cuarenta y cinco grados todo el terreno de juego y todo el campo de visión del espectador que se pone cabeza abajo como en la montaña rusa de un parque de atracciones. De ahí lo divertido. Yo en ese momento ya me he bajado con mareo, un mareo gustoso de endorfinas como groupies enloquecidas, para volver a ponerme en la cola de los tickets.
Tras el toque lengüetero la pelota comienza a girar en el sentido de una dejada tenística, una de esas de Manolo Santana de las que decían que regresaban por encima de la red después de botar en campo contrario. Así la pelota lleva un motorcillo incorporado. Hace un ruido como de hélice que tiene que ser curioso escuchado de cerca.
El defensa se despista con el zumbido y empieza a hacer movimientos extraños. Y en este caso no es un toquecito lengüetero sino dos. Con el primero, Özil salva la salida del guardameta por el noroeste mientras bordea por el este y enseguida aparece en el punto exacto por donde, a bote pronto, le imprime al balón otro sello, otro lengüetazo pero más sutil si cabe con el que cambia el rumbo ya definitivamente hacia el oeste.
Por allí la pelota se pone nerviosa pero Özil la calma y la acaricia y la conduce por el buen camino a pesar de sus tics histéricos, dando paso al gran movimiento de las bailarinas de Razgrad, que es en lo que se han convertido a esa hora los dos defensores del Ludogorets. El amago final es un grito ahogado por el que uno de ellos sale despedido hacia los cielos y el otro se estrella en la orilla mientras Mesut, todo él recubierto de inevitable nostalgia madrileña, ya sólo se desliza suavemente sobre su barca entre los nenúfares.
Muy bonito el título, el artículo y el cuadro de Monet. Todo ello casa a la perfección para hablar de Ozil. Fue una de mis debilidades y me dolió mucho verle irse.
Siempre sera nuestro!
No sé, yo no siento ninguna nostalgia ni fervor alguno por este jugador, que normalmente jugaba un gran partido y desaparecía los seis siguientes. ¿Clase? Mucha. ¿Compromiso? No tanto. Cierto que a su agente (su señor padre) había que darle de comer aparte, como al de Neymar, pero al final él fue el que decidió irse de todo un Madrid a un Arsenal, que es como pasar de titular del campeón de la NBA al Estudiantes (con todos mis respetos). Para mí no es un jugador que haya dejado una huella indeleble en el club.
Él se lo pierde...
Oscar,te engañas a ti mismo y es muy tipoco cuestionar todo,que para eso estas,y no disfrutar del futbol,Tu que sabras del compromiso de los demas y lo que les pasa por la cabeza.Tambien puedes comer aparte
Qué lujo, Mario. Solo puedo decirte gracias. Para mí siempre será el favorito, no he podido volver nunca al Bernabéu sin sentirme vacía, porque hay heridas que son imposibles de cerrar. Gracias, gracias, gracias.