Acaba febrero y la Liga parece muerta para el Madrid, remota, isla desierta en medio de ninguna parte a la que no se puede llegar pero tampoco salir. Es una situación difícil para el Real, un club que no ha nacido para ser tercero, ni segundo, un club que parece llevar diez años huyendo cada día de un cataclismo. La realidad es que ahora mismo el único objetivo a cortísimo plazo es alcanzar al Atlético de Madrid, mientras se siga enganchado al opio de la Copa de Europa. Llega otro derbi, ese tipo de partidos que antes se despreciaban y como leía el otro día en Twitter, parecen ahora casi esperanzas de redención momentáneas, como si fuésemos el Barcelona de los 80. Otro derbi madrileño, otra visita de la mara del Cholo, más alambre de espino: otro fin de semana en el que se acaba el mundo.
No obstante, entreveo una utilidad, no ya de este tipo de partidos especiales, sino de lo que queda de Liga. Y es que la Liga se convierta en la Copa. La Copa del Rey, denostada entre una afición ensoberbecida por el recuerdo del éxito dinástico, una afición llena de polvo, nunca ha gozado de la simpatía del madridismo. A pesar de todo, ha venido configurándose este torneo como la mejor lanzadera competitiva posible para los equipos que aspiran a ganar Liga y Copa de Europa en el mes en que los imperios caen al mar; el mes de los naranjos en flor y las muchachas en la playa, el mes de mayo.
La Copa mantiene la tensión del grupo en los meses de diciembre y enero, cuando Europa espera bajo la nieve y la Liga atraviesa por su pico más bajo en cuanto a exigencia. La Copa obliga a sostener el ritmo de dos partidos a la semana; ofrece la posibilidad de utilizar los recursos de la plantilla en toda su amplitud, de descansar a los puntales, de reforzar emocionalmente a los futbolistas de la segunda línea, y para Madrid, Barcelona y Atlético, de recompensar el esfuerzo colectivo con el premio de una gran final en abril o mayo.
Probablemente fue la ausencia de la Copa lo que ayudó a que el Madrid perdiera el punch competitivo después del Mundialito, en 2015, y cayera en la espiral que lo desplazó del liderato liguero y complicó definitivamente la preparación física de cara a la última fase de la Copa de Europa. Del mismo modo, fue el éxito en la Copa lo que afianzó el proyecto de Carlo Ancelotti en 2014, pues, ¿alguien se imagina la Décima sin el triunfo sobre el Barcelona en Mestalla? En el Barcelona parecen tenerlo claro, dados sus asombrosos números en esta competición: han llegado a seis de las últimas ocho finales. También Mourinho advirtió esta circunstancia. Para él, la Copa fue siempre prioritaria, como así lo atestiguan las dos finales a las que condujo al equipo y el memorable esfuerzo que realizó el Madrid en su eliminatoria contra el Barcelona, en 2012.
Este año, no hay Copa, Cheryshev y Chendo mediante. Pero como tampoco parece haber Liga, a lo mejor Zidane considera que hay que hacer de la necesidad virtud. Los 9 puntos que separan a su equipo del líder parecen el Everest sin oxígeno. Sin embargo, la carretera que conduce a Milán pasa por el empeño sostenido, regular, constante, semanal, de la Liga. No hay mejor preparación posible que competir como si hubiese posibilidades, a pesar de que la Liga no tiene la fascinación del KO que sí tiene la Copa, esa cualidad bella y trágica de competir al filo de la muerte, al borde de la eliminación. Ni, como es natural, la promesa de una recompensa final. Pero como dijo MacGyver al verse encerrado en un zulo con el único recurso de un chicle: esto es lo que hay.
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