La foto del año

Salvo error u omisión, la cosa se resume así: sin otro particular que le llevara a Ibiza, Florentino Pérez voló a la isla para pasar un rato con Antonio Escohotado, le regaló una camiseta del equipo con su apellido y el número uno a la espalda (portero-delantero), le dio un abrazo y voló de vuelta. Del insólito encuentro en la cumbre quedan una cita inmortal del filósofo (“Sin metáfora, es el máximo honor que me hayan hecho”) y una foto para la posteridad. “To hell with posterity”, espetó una vez Orson Welles, cuando le obligaron a elegir entre la amistad y el arte. Por mucho que la foto pueda representar el comienzo de una gran amistad (a la vez que el desenlace de la misma), la posteridad es lo que nos queda a los demás, estas migajas impregnadas de un muy leve surrealismo.

Habrá cross-overs más impactantes que este, pero muy pocos de tan alto nivel. Esta que nos ocupa es una extraña pareja y, al mismo tiempo, ninguna pareja tiene más sentido. La sonrisa, que al principio es de cierta perplejidad, se asienta precisamente sobre esa base. Acaba siendo una sonrisa de las de “¿Pero cómo no me había dado cuenta...?”, y ya pasa allí la noche. Hay una rara armonía, tan rara que se antoja normalísima. Es la foto de dos hombres juntos, pero se concitan en ella múltiples individuos. Así, a bote pronto, me salen un filósofo, un concejal, un guitarrista, el promotor de un partido político gloriosamente fracasado, un historiador, el presidente de una de las mayores constructoras del planeta, el fundador de una discoteca icónica, un patrono del Teatro Real, un autor de referencia sobre las drogas, el máximo mandatario del club de fútbol más grande del planeta y un expresidiario desacomplejado. También me salen dos niños que crecieron viendo jugar a Di Stéfano. Como los mandamientos, todos esos hombres se encierran en esos dos niños.

Hay armonía en la foto, ya lo decimos. Armonía en la convergencia y en el contraste. Son dos hombres de acción, aunque uno de ellos además haya estudiado hasta el tacto de la última hoja del último árbol del aleph borgiano. Son dos colosos de dos campos disímiles, y sin embargo pocos hombres como Florentino encarnan la búsqueda de la excelencia intrínsecamente escohotadiana, al tiempo que ningún club como el Real Madrid representa la idea del mérito tantas veces amasada por el viejo filósofo. Florentino se ha ido a Ibiza en un avión privado y no a bordo de una máquina segadora, y sin embargo hay algo de straight story lynchiana en este encuentro inopinado y a la vez perfecto. La admiración es mutua y se adivina melancolía en la brisa isleña, o acaso solo la hay en los ojos del que mira la foto, subyugado por un cariz amablemente crepuscular que sin embargo grita a todo pulmón cosas sobre el poder descomunal del ser humano, la mires por donde la mires. Escohotado está postrado por una lesión en el sacro. Suena hasta bien. Suena en sintonía con quien se ha retirado a un santuario benigno para peregrinaje de periodistas, reyes, parias y dirigentes de prestigio planetario que se deshacen por un simple gesto del oráculo. Cada peregrino trae sus dádivas, y el regalo de Florentino es la más competente armadura contra esa muerte que Antonio dice desear, pero que nadie del mundo está dispuesto a consentir. Me incluyo, aunque se mosquee. Escribe en mi publicación y le considero mi amigo. Como alguien dijo una vez sobre otra cosa, “Sin metáfora, es el máximo honor que me hayan hecho”.