Isco renacido

Hay madridistas que no se alegran del imprevisto resurgir de Isco (atestiguado ante el PSG, consolidado en Mendizorroza) por una cuestión de ego combinada con un deficiente sentido de la justicia. Lo del ego viene porque mucha gente prefiere tener razón a ser feliz, y eso incluye el considerar que el haber acertado al señalar que Isco está fuerísima debe prevalecer ante la opción de que el malagueño renazca para contribuir a nuestra dicha. Y lo del sentido de la justicia mal entendido me parece obvio: faltó al respeto a Solari, faltó al respeto a la afición, se abandonó, no fue profesional, y ahora hacemos como si no pasara nada. Por supuesto que hacemos como si no pasara nada. Exactamente como hizo el padre bíblico con el hijo pródigo, por cuya vuelta a casa auspició los mejores banquetes.

Lo único que no cuadra en la estampa de esta resurrección son las barbas de ermitaño. En las películas, el espia o el pistolero o el superhéroe que estaba descatalogado pero vuelve por sus fueros para salvar el mundo lleva esas barbas cuando un emisario del FBI o de los colonos o de Marvel le encuentra, tras un largo camino por la tundra hasta dar con la cueva, para convencerle de que el bien le necesita de vuelta. Ahí, cuando el emisario se adentra en la gruta y lo halla tirado en el suelo, borracho y aterido, es cuando lleva barba desaliñada y huele a ganado.

Sin embargo, cuando el emisario le persuade para que retome la tarea de hacer justicia, tantos años después, lo primero que hace el héroe es darse un buen baño y dejar, tijera en mano, que el pelo de su cara vaya cayendo al río y fluya con la corriente. Luego se mira en la superficie del agua y el rasurado le enfrenta a un nuevo hombre que es exactamente el hombre que fue, con renovadas energías para desmantelar Spectre, descerrajar el colt sobre la caterva de secuaces del sheriff corrupto o  liberar el planeta de las asechanzas de Thanos.

Isco ha renacido, y los renaceres han de ser barbilampiños. Claro que, con barba o sin ella, los odiadores preferirán aferrarse a sus estereotipos. “No hace más que caracolear y ralentiza mucho el juego del equipo” está ya ahí arriba con “Cómo puede ser que Bale no hable castellano después de tantos años” y “Ya sabemos lo que pasa cuando vienes al Bernabéu”. Hay lugares comunes que hacen fortuna ante los que parece que solo queda menear la cabeza y callar, consciente como debe ser uno de la fuerza que pueden llegar a autogenerar los tópicos. Uno puede hacer eso o afeitarse para que la gente vea que es el Isco de siempre (lo cual es muy bueno) y que es un Isco nuevo (lo cual es mejor aún), todo en uno y presto a la pugna bajo la lluvia como en Mendizorroza, generoso en la presión como ante los franceses, inaccesible siempre a los ganchos del rival en su modo de proteger el balón. El mejor Isco puede desesperar a los guardianes de las esencias del juego históricamente blanco, ese que solo mira a la portería sin comprender que el mejor camino a un punto no siempre es la línea recta, pero a quien realmente saca de quicio es al adversario. Puede haber estado cociéndose un retorno del Isco de Cardiff mientras tú te creías más allá del despotrique porque lo dabas por amortizado, casi cuando ya creías haber encontrado un sustituto para tus iras (Bale, Vinícius, Lucas), cuando el mundo giraba para mantenerte distraído mientras se rodaba la improbable secuela.

Isco está de vuelta. Alegraos, coño.