Volar en un avión es ser parte de un pequeño milagro. Más de ciento ochenta mil kilos de metal y plástico suspendidos a cuarenta mil pies de altura entre Madrid y EEUU, como un prodigio de estabilidad y silencio. Hay tanta planificación y juicio razonado en esos vuelos para que todo cuadre como un puzle, hay tanta tecnología al servicio de la ausencia de malas noticias, que parece imposible. Todos los intervinientes juegan un papel clave y, generalmente, único. En cierto modo, conseguir que un proyecto como el del Real Madrid sea, a su manera, aburrido en cuanto que pobre en titulares sensacionalistas para el rival y su prensa de cabecera, gestionar con éxito constante al Real Madrid, se asemeja al vuelo de uno de esos mastodontes de variables masivas.
La tensión competitiva es una alimaña que muerde el cuello y la espalda. Es cierto que el deporte no da soluciones pero da alegrías (Alfredo Relaño dixit), pero esas alegrías, como un vuelo plácido, no son fruto del azar. La planificación de ingeniero y la estabilidad nos acercan a una grandeza que es una constante desde hace muchos años.
Volar en un avión es ser parte de un pequeño milagro. gestionar con éxito constante al Real Madrid se asemeja al vuelo de uno de esos mastodontes de variables masivas
A pesar de que la pelota acaricie la cesta o bese la red, la autoexigencia real (no la impostada, Sr. Hernández) impide la autocomplacencia. Los títulos son una consecuencia de lo anterior pero, a su vez, solo una muesca más en el revolver, de modo que las celebraciones de hoy miran al título siguiente. Esa adicción por la victoria abona la posteridad y vence cualquier Lista Engel de rivales. En el frontispicio,12 de las 14 últimas semifinales de Champions y 9 de las 11 últimas Final Four. Y treinta y seis ligas ya. Vertiginoso.
En el 84, Charing Cross Road de Londres ahora hay un restaurante de comida rápida pero el Real Madrid permanece inalterado por el tiempo como un monolito. Hace unas fechas trascendió una frase atribuida al actor Cillian Murphy que puede emparentar con el estado de ánimo de la estabilidad del madridismo actual:" Mi vida es muy simple. Leo muchos libros. Veo muchas películas. Escucho mucha música. Paseo al perro. Cocino con mi familia". Tal vez la estabilidad sea el secreto y a su vez la clave. Incluso nuestro juego, no carente de energía, se ofrece maduro y taimado cuando corresponde, sin concesiones al pánico ni tan siquiera en los peores escenarios.
Ahora que llegar a semifinales o a la Final-Four es un hábito, toca mirar atrás sin miedo y recapitular, sabiendo que vendrán más noches mágicas. Por eso, a las puertas de cada partido del siglo, en los que solemos estar nosotros y no otros, no hay miedo al futuro porque ya nada es urgente
Toni Kroos es probablemente la personificación de ese estado de ánimo. Como un cuadro de Jan van Eyck o Vermeer, su juego, precioso a primera vista, guarda lo mejor en los detalles. Control del partido y pausa, como un pulcro cirujano del fútbol de inmaculada bata blanca. Hablando de pausa, de la que carecía hasta hace no mucho, Vinícius es ya un jugador consagrado, con números de crack mundial. Se ha hecho mayor. Ancelotti puede ser el mecánico ideal de esta cadena de montaje con freno y marcha atrás, un tecnócrata de los vestuarios que ha resultado otro acierto organizativo, reflejando que alguien sabe lo que quiere y cómo lo quiere.
Junto al legado estrictamente deportivo, que alumbra además de un presente gozoso un futuro prometedor, "el vil metal". La cuenta de resultados es incontestable año a año, con el mérito añadido de haber sido hostigados por las mayores amenazas posibles. Y ahí seguimos, como el capitán de un barco atado al timón. El nuevo estadio, una formidable madre de metal que parece sacada de la "Metrópolis" de Fritz Lang, corona esa gestión.
Ahora que los días de partido, esos que nos sorprenden en el trabajo a media mañana como un flash en forma de pellizco en el estómago, se afrontan sin drama; ahora que llegar a semifinales o a la Final-Four es un hábito, toca mirar atrás sin miedo y recapitular, sabiendo que vendrán más noches mágicas. Por eso, a las puertas de cada partido del siglo, en los que solemos estar nosotros y no otros, no hay miedo al futuro porque ya nada es urgente.
Pero no cabe contorsionarse para evitar caer en la adulación o en el halago fácil. Se piensa hoy en los éxitos venideros y se trabaja para mantener el pulso y la estabilidad mientras otros sudan tinta para pagar los sueldos del mes. No puede ser casualidad. El ingeniero de todo esto tiene nombre y es ingeniero de caminos. Es justo recordar a Florentino Pérez ahora y agradecer su inconmensurable tino. Cuando ya no esté al frente, será demasiado fácil. Y mucho de lo bueno que venga habrá sido por su culpa.
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No se puede contar más claro.
Gracias a Alberto Cubero por anteponer su madridismo a cualquier otra excelencia del panorama patrio y mundial. Lo compro.
Ya sabemos que no podemos morir de éxito porque en nuestro club prima la abnegación por delante de una bisoña entrega a un inconsecuente y fatuo hedonismo del momento.
Y, sin embargo, los madridistas debiéramos ver desde una racionalidad crítica, que debemos mejorar en algo para estar en la tal excelencia: cerrar los partidos como hicimos hace una década en Munich ante el Bayern München de Pep Guardiola.
Pues es peligroso ese repliegue que ejecutamos cuando ponemos el partido a nuestro favor, en el convencimiento de que tras el empate encajado, un nuevo arreón nos pondrá de nuevo por delante.
En esta convicción que la actitud del equipo nos traslada está el único abismo real al que se asoma el Real Madrid.
¡¡¡Vamos madridistas, a sufrir y a vencer para luego disfrutar!!!
Gracias por sus palabras, Miguel Ángel. Un saludo.