Zidane acaba de llegar suspendido de un paraguas, y yo me atrevo a sugerirle que no lo suelte, porque le va a venir bien para aguantar el chaparrón. Es posible que Zidane tenga la misma magia como entrenador que la que atesoraba como jugador, y que saque de su bolso de viaje todo tipo de artilugios para que nos sintamos cómodos, desde un rebosante florero y una lámpara de pie hasta la fórmula mágica del fútbol bonito, mucho más secreta y codiciada que la de la Coca Cola. Incluso cabe la posibilidad de que a una palmada suya el desorden del club desaparezca y las cosas vuelvan por sí solas a su sitio, como si Concha Espina fuera la habitación de Jane y Michael Banks. Sí, puede que Zidane deje boquiabiertos a nuestros díscolos muchachitos nada más llegar, y que convenza a estos, al ritmo de la canción del supercalifragilísticoespialidoso, para que en lugar de hacer la vida imposible a sus padres y a sus niñeras, conviertan el Bernabéu en un campo de dibujos animados con carruseles de colorines a cuyos lomos podamos volar por los mundos infinitos de la imaginación, con Luka Modric ejerciendo otra vez de Dick van Dyke.
O tal vez lo que haga Zidane sea confeccionarles unos trajes con la tela de las cortinas para ir a cantar todos juntos por los estadios de España, que son los montes de Salzburgo, aquello de "Don es trato de varón, Res, selvático animal", de tal manera que, ante la belleza de sus voces blancas y empastadas, toda Austria quede rendida a sus pies, y mientras Florentino entona el "Edelweiss" a la guitarra, nuestros chicos den esquinazo a los poderosos enemigos del club llevándose la Liga en el maletero del coche.
Lo cierto es que Zidane tiene ese aire virginal y cristalino de novicia de un convento en el Tirol, y parece que siempre acaba de llegar volando suavemente desde algún lugar ignoto, con los zapatos recién lustrados y con la suela mostrando la piel de vaca todavía reluciente, sin estrenar. Bien pensado, Zinedine Zidane tiene mucho de Julie Andrews, empezando por esa mirada luminosa que emana de unos ojos risueños que contradicen la seriedad del semblante, y terminando por esa flema y ese aplomo infinitos (salvo cuando enfrente está Materazzi, pero ya nos ensenó el Papa Francisco que cuando a uno le mentan a la madre o a la hermana, es Cristiano defender su honor con métodos expeditivos). Así que me parece un acierto que Zidane haya sido el elegido para sustituir a Benítez, porque si algo sabe hacer la Andrews es llenarnos la infancia de canciones pegadizas con letras disparatadas de un optimismo inverosímil, y si algo le hace falta al madridismo es recuperar la sonrisa blanca de los niños que van al estadio a ver a sus ídolos, e inyectarse una sobredosis de optimismo inverosímil (el verosímil ya se nos ha agotado) que aligere el disparatado discurrir del equipo.
O sea, que no está claro si lo nuestro es Sonrisas y Lágrimas o Mary Poppins, pero celebro que por fin pongamos esto en manos de la única persona que lo puede arreglar: Zinedine Andrews. Ahora bien, si yo estuviera en su lugar, lo primero que haría es lo que hace María cuando llega a la mansión de los Trapp: mirar debajo de las sábanas para asegurarme de que los niños no me han llenado la cama de arañas.
El símil empleado entre la fantástica niñera y los niños malcriados, casa como un guante. El problema del Madrid es que la niñera tiene escasa experiencia y mucho menos con pseudo hombres que se comportan como niñatos. Mucha magia tendrá que hacer la niñera para impresionar a unos engendros que no se admiran ni se espantan con nada ni con nadie.
Una pequeña puntualización. María no era una novia del Tirol, sino de Salzburgo. Vivo por la zona y decirle a uno de aquí que es del Tirol es como decirle a un catalán que nació en Valencia 😀
Por lo demás muy buen artículo.