Zidane y la anatomía

Entender de fútbol no está mal, pero no entender está mejor. Se disfruta más. Yo no entiendo nada de fútbol y juzgo los partidos de la misma manera que las piernas de las señoras: por las sensaciones que me producen. (Aclaro para los celosos guardianes de lo políticamente correcto y víctimas de la LOGSE en general: que me gusten las piernas de las féminas no significa que sea lo único que aprecie en ellas, ni que en mi consideración de las mujeres prevalezca la belleza sobre otros atributos como la inteligencia, sino tan sólo que soy un producto de la naturaleza y que no me parece que admirar la belleza de una señora equivalga a insultar al género femenino.) Uno podría ponerse a analizar con rigor científico la morfología de las extremidades inferiores de Irina Shayk, pongo por caso, y ponderar la longitud exacta de su fémur, el punto de fuga de la elipsis que forman sus glúteos, el radio de la circunferencia de sus muslos, el índice de dureza de sus pantorrillas, el contorno anguloso de sus tobillos y la sinuosidad perfecta de sus rodillas. Y aunque uno llegaría a la conclusión de que se trata de unas piernas de hermosura canónica y objetiva, por el camino se habrían perdido la magia y el misterio. Habríamos convertido la belleza en anatomía. En ciertas materias conviene dejarse llevar por la atracción primaria de los sentidos en lugar de diseccionarlo todo con el aburrido bisturí del entendimiento, el cual a menudo acaba emasculando la pasión y deja la realidad reducida a fríos números, que son los escombros de la poesía.

Por eso, volviendo al fútbol, a mí me aburren los concienzudos análisis tácticos. Me da exactamente igual si el equipo juega con un 4-3-1-2 o con un 4-2-1-2-1 (cuando leo esas sucesiones de números no puedo evitar sumarlos, temeroso de que el entrenador haga caso al analista de turno y acabemos perdiendo los puntos por alinear a más de once jugadores). Tampoco entiendo ni quiero entender si el equipo juega con doble pivote o con volante de contención y doble rombo, conceptos que podría sustituir por otros como aclarado de zona o defensa italiana con doble gambito de dama sin que mi (in)comprensión y (des)interés variasen un ápice. No digamos ya cuando las televisiones insisten en indigestarnos durante los partidos con un aluvión de estadísticas tan irritantes como absurdas, ya sea el número de pases intentados y acertados por tal o cual jugador, ya los kilómetros que ha recorrido este o aquel futbolista. Se trata de un proceder tan enfadoso y ridículo como sería informar a los espectadores en mitad de un concierto sinfónico del número de golpes de timbal que lleva propinados el percusionista, o de cuántos metros han recorrido en sus continuas subidas y bajadas los arcos de los violinistas.

Viene todo esto a cuento por el estado de zozobra que el desempeño reciente del equipo y, en particular, la falta de pericia de su entrenador están produciendo en muchos madridistas que entienden de fútbol. Leo con creciente pesar repetidas alusiones a la falta de experiencia del técnico, a su nula capacidad para interpretar los arcanos del juego, a la rigidez de sus planteamientos, a su absoluta incompetencia para modificar con sustituciones la disposición táctica del equipo cuando así lo requieren los avatares del partido, a su ciega insistencia en un esquema de juego determinado, a sus rotaciones sin sentido o con el único sentido de contentar a todos los componentes de la plantilla. Y como corolario de tanta tacha, la amarga constatación de que en Zidane no tenemos un entrenador, sino -ay- un alineador. Dios nos coja confesados.

Yo no dudo de que todos los que abundan en tales críticas con exaltación progresiva poseen los conocimientos futbolísticos que a mí me faltan y que, según parece, tampoco le sobran a Zidane. El año pasado, cuando las primeras críticas al de Marsella comenzaban a arreciar antes de que el equipo encadenase una sucesión interminable de victorias hasta levantar la Undécima, se me ocurrió preguntar humildemente en Twitter si no era posible, siquiera remotamente, que Zidane supiera de fútbol algo más que muchos de los que allí se dedicaban a sentar cátedra en ciento cuarenta caracteres. Por toda respuesta recibí unas cuantas bofetadas, afortunadamente también en ciento cuarenta caracteres. Así que decidí dejar de hacer preguntas estúpidas y dar por bueno que cualquiera que ha jugado tres partidos en juveniles y tiene una cuenta de Twitter está legitimado para afearle a un advenedizo como Zidane su absoluta ignorancia en cuestiones futbolísticas.

De manera que supongo que estos entendidos profetas del apocalipsis están en lo cierto y que la aventura zidanesca está abocada a terminar en un estrepitoso fracaso. Una parte de mí les agradece el empeño que ponen en sacarnos a los ignorantes de nuestro error, pero otra no les perdona que se obstinen en interponer negros nubarrones en forma de sesudos análisis entre la imagen luminosa que proyecta Zidane y mis ojos de lego.

Porque desde mi profana perspectiva, es Zidane el que heredó una plantilla disfuncional y deshecha en camarillas, y la transformó en un equipo que tocó y nos hizo tocar el cielo con los dedos. Es Zidane el que trajo a Varane, y es Zidane el vivero en el que florecen esas prometedoras plantas llamadas Lucas, Asensio o Mariano. Es Zidane el que dio confianza a Casemiro y es Zidane el que sentó a James sin temblarle el pulso cuando fue necesario. Es Zidane el que muestra esa personalidad magnética, el que siempre mantiene la sonrisa y la cabeza fría, el capitán que persevera impasible y erguido al frente del timón en mitad de la tormenta. Es Zidane el que bajó ríendo del autobús en Milán, y es el brillo de su sonrisa picarona antes del lanzamiento de los penaltis lo que anunció al mundo que esa Copa de Europa ya tenía dueño, y desde entonces supe que yo lo renovaría de por vida.

Y sobre todo, es Zidane el entrenador del equipo más madridista que yo recuerdo, del equipo que se conjuró bajo su dirección para revertir brillantemente una temporada que parecía condenada al más absoluto de los fracasos; del equipo que honró el escudo del club con su negativa a rendirse, con su determinación de luchar por la Liga hasta el último minuto y contra toda probabilidad; del equipo, en fin, que se rebeló contra el destino, engrandeció el glorioso nombre del club y me hizo vibrar de emoción. Del equipo que me hizo sentirme más orgulloso que nunca de mi condición de madridista.

Así que yo miro a Zidane y veo las piernas de Irina. Y después mando al carajo la anatomía, no sé si me explico.