Sábado 24 de octubre. 17:55 horas.
Se cumple exactamente una semana desde que dio comienzo el partido Real Madrid – Cádiz, en Valdebebas, correspondiente a la jornada 6ª de primera división.
Ha sido una semana, si se me permite, profundamente beethoveniana, quizás adelantándose en unas pocas semanas a la fecha que va a conmemorar el 250º aniversario del nacimiento del genio musical de Bonn, Ludwig Van Beethoven, que vio la luz por primera vez el 16 de diciembre de 1770.
Tras la debacle ante el conjunto gaditano, un 0-1 que dejó marcado al equipo merengue sobre todo por la nefasta primera parte, y por una total inoperancia ofensiva en la segunda mitad, pareció sonar en mis oídos durante cuatro días el 4º movimiento de la 6ª Sinfonía de Herr Ludwig, muy conocida también como Sinfonía nº 6 en fa mayor, opus 68, «Pastoral». Dicho cuarto movimiento es el de la irrupción de una estrepitosa tormenta, con numerosos relámpagos, que corta de raíz una tranquila y alegre reunión de campesinos en la campiña. Se interpreta con el tempo Allegro. En un partido marcado en el calendario como de los más asequibles, el Madrid-Cádiz supuso una decepción para todos los aficionados: la alineación inicial, la actitud, la escasa confianza, los 4 cambios de golpe durante el descanso, la impotencia de todo el grupo para al menos conseguir un empate ante un adversario recién ascendido a la categoría.
Como Zidane siempre tiene un grupo numeroso de críticos agazapados a la espera de sus errores, no tardó la cacería en comenzar, y todos ellos buscaban la yugular del técnico francés aventurando desde el primer momento nombres de sustitutos (Raúl González y Pochettino fueron nombrados en varios medios) del técnico marsellés. Apenas habían pasado tres meses desde que el equipo se hubiese proclamado campeón de liga en la temporada más atípica y complicada jamás contemplada.
La tormenta se llevó por delante a varios damnificados: Isco, Lucas Vázquez, Jovic, Nacho… Pero el principal blanco de los rayos y relámpagos era Zidane, persona siempre cordial e impecable con los medios de comunicación, pero cuya personalidad no acaba de satisfacer a la mayoría de los medios periodísticos españoles. Quizás es debido a la inteligencia superior del francés, que no cae nunca en los cepos que se le tienden en cada rueda de prensa. Se les escurre a todos de entre las manos, y no lo pueden soportar.
La tormenta duró sin escampar ni un segundo, hasta el miércoles 21 por la tarde. Empezaba la fase de grupos para el Madrid en casa, ante los ucranianos del Shakhtar de Donetsk. Zidane parecía nervioso, según las informaciones que se filtraban. Más que informaciones deberíamos decir opiniones, ya que bien pocas informaciones salen del entorno madridista.
El primer tiempo ante el Shakthar fue incluso peor que ante el Cádiz. Ante un equipo plagado de bajas – por coronavirus -, el equipo naufragó en medio de una tormenta que no tenía fin, y recibió tres dianas en 45 minutos a manos de un equipo repleto de chavalería brasileña desconocida para el gran público. Y eso que el Madrid presentó siete caras diferentes respecto al sábado anterior. La nave blanca hacía aguas por todas partes, pese a que los goles de Modric y de Vinicius Jr las achicaron en parte, poniendo un 2-3 esperanzador a falta de media hora.
Todo fue un espejismo, ya que los boquetes en medio campo y en defensa permitían a las flechas venidas de Ucrania penetrar hasta el área pequeña de un Courtois que lo único que podía era mantener la compostura de un capitán que ve naufragar su embarcación sin poder evitar el desastre. El último intento de amor propio, en un córner ensayado entre Kroos y Valverde, no salvó parte de los muebles ya que el tanto fue anulado por posición ilegal de Vinicius.
Pero el principal blanco de los rayos y relámpagos era Zidane, persona siempre cordial e impecable con los medios de comunicación, pero cuya personalidad no acaba de satisfacer a la mayoría de los medios periodísticos españoles. Quizás es debido a la inteligencia superior del francés, que no cae nunca en los cepos que se le tienden en cada rueda de prensa. Se les escurre a todos de entre las manos, y no lo pueden soportar.
La tormenta y los relámpagos cesaron en ese mismo instante, y dieron paso a una noche oscura e inquietante, mientras sonaban los acordes del segundo movimiento de otra célebre sinfonía de Beethoven: Sinfonía nº3 en mi bemol mayor, opus 55, «Heroica». Este movimiento se titula «Marcha fúnebre» y se interpreta con un tempo más lento, Adagio assai, que transmite la majestuosidad de un acontecimiento importante.
Comenzaba el funeral por Zinédine Zidane. Ya no había vuelta de hoja. Eran ya los últimos suspiros del mítico ganador de tres Copas de Europa consecutivas, hito jamás logrado por ningún otro. La pira funeraria ya estaba montada por todos aquellos que ya no daban un euro por su continuidad. Dicha pira se encendería al terminar el partido del sábado 24 de octubre ante el FC Barcelona. Ya no habría ampliaciones al último plazo, que ya estaba vencido. Quien más, quien menos pronosticaba una debacle de dimensiones siderales, se hacían apuestas sobre posibles manitas, hat tricks de Fati y un despedazamiento absoluto de un equipo en total decadencia y presto a ser aniquilado por Pedris, Dests y Trincaos de nuevo cuño.
Comenzaba el funeral por Zinédine Zidane. Ya no había vuelta de hoja. Eran ya los últimos suspiros del mítico ganador de tres Copas de Europa consecutivas, hito jamás logrado por ningún otro. La pira funeraria ya estaba montada por todos aquellos que ya no daban un euro por su continuidad. Dicha pira se encendería al terminar el partido del sábado 24 de octubre ante el FC Barcelona.
Apenas faltaban sesenta y pocas horas para el inicio del Clásico y los enterradores estaban trabajando a destajo construyendo sarcófagos y cavando tumbas donde alojar para la eternidad a antiguos héroes merengues. No se iba a salvar nadie. Ningún jugador madridista valía ya para nada, unos por vejestorios, otros por barbilampiños sin talento suficiente.
Pero Ludwig Van Beethoven se negó a asistir a este aquelarre precipitado. Zidane volvió a reunir a sus tropas para una última carga de caballería. Recompuso filas con su mariscal Ramos repuesto de sus heridas ante el Cádiz, colocó a Mendy en su puesto adecuado – y no donde jugó contra los de Donetsk –, armó la línea medular con la vitamina VCK (Valverde-Casemiro-Kroos) y se atrevió a plantar cara a los supuestos ogros azulgranas con un valiente 1-4-3-3, con Asensio y Vinicius en ambas bandas y Karim Benzema oteando los terrenos de tres cuartos.
Y pronto cayó el primer fruto, con una cabalgada protagonizada no por un caballo, sino por un Pajarito, a quien vio Benzema pasar como una centella y le regaló un balón que el uruguayo Valverde alojó bajo la cruceta del meta Neto Murara. Hubo, tras esta, otra ocasión franca entre el ariete y Vinicius que el joven carioca no culminó. Un 0-2 en el minuto 7 habría quizás desactivado por completo a los culés, pero llegó justamente lo contrario: un 1-1 en una jugada vista decenas de veces en el estadio catalán, siempre protagonizada por Jordi Alba, ganando la espalda al lateral de turno, y poniendo un pase de la muerte a un compañero. Otras veces, a Messi o a Suárez, y en esta ocasión al joven Ansu Fati. Los que habían pronosticado un hat trick del todavía adolescente se frotaban las manos. El 0-1 había sido un espejismo durante tres minutos, y los carpinteros podían seguir confeccionando sus féretros.
A partir de ahí se produjo un interesante intercambio de golpes que pudo desequilibrar la balanza para uno u otro lado. Messi y Benzema tuvieron sendas buenas ocasiones, desbaratadas por los respectivos guardametas. Los 22 protagonistas estaban poniendo toda la carne en el asador y no ahorraban energías. En el minuto 40, Nacho Fernández tuvo que abandonar el terreno por molestias en su muslo – alguno pensó que el cambio era debido a sus dificultades de marcaje a Alba o a estar condicionado por tener tarjeta amarilla – y salió, casi sin calentar, uno de los más criticados del partido ante los gaditanos, el coruñés Lucas Vázquez.
Las tablas presidían el marcador al descanso. Tras los dos desastres precedentes en una semana, muchos madridistas se frotaban los ojos y no renegarían si el partido acababa en un empate. De hecho, en los primeros cinco minutos, parte del buen trabajo de brega del primer tiempo pudo haberse ido al traste si Coutinho y Fati no hubiesen mandado fuera por poco sus remates a la derecha de Courtois.
Lucas se estaba ajustando a su labor de lateral, tenía que bailar con la más fea por las acometidas de Alba y de Fati, pese a contar con la ayuda de Valverde y, en ocasiones, de Asensio. Pronto se activó. De hecho, acabó siendo una de las más gratas sorpresas de la tarde. La mejor prueba es, como dijo Pepe Kollins en nuestro chat interno de La Galerna, “Messi ha intentado regatear tres veces a Lucas Vázquez y no lo ha conseguido en ninguna.” El astro argentino se diluyó completamente del terreno de juego en la segunda mitad, dando una penosa impresión, pese a lo cual Koeman no osó en ningún momento sustituirlo.
En el minuto 60, y ya cuando el Madrid se había desperezado de los arreones culés, Lenglet, como suele ser habitual en los córners – véase en el minuto 45 de la primera parte ante Ramos o en el Clásico del año pasado con Varane – agarró de la camiseta al capitán merengue y el árbitro, tras consultar el monitor pitó un penalti claro. Atrás quedaban los 13 años desde el penalti a Ruud Van Nistelrooy en el Camp Nou como último señalado a favor del Madrid en los Clásicos en Barcelona. Cualquier madridista recordará al menos una decena de ellos que quedaron en el limbo sin ser sancionados: a Marcelo, a Lucas, a Ramos, a Varane, a Cristiano Ronaldo. La poca vergüenza por parte de los azulgranas de lloriquear por este penalti resalta a todas luces la impunidad en la que han vivido en los últimos 15 ó 20 años por parte del estamento arbitral.
La poca vergüenza por parte de los azulgranas de lloriquear por este penalti resalta a todas luces la impunidad en la que han vivido en los últimos 15 ó 20 años por parte del estamento arbitral.
Ramos no falló, en una racha asombrosa de penaltis seguidos anotados, y en ese mismo momento se acabó el FC Barcelona. Courtois no volvió a ser inquietado. A Zidane le faltaba por mostrar al mundo entero su arma letal croata, un pequeño centrocampista de 35 años que durante los últimos 25 minutos dio una clase magistral de temple, control, visión de juego, cabeza fría e inteligencia a raudales. Su obra de arte en el minuto 90 puso la puntilla definitiva a los de Koeman, que desde el minuto 80 atacaban como pollos sin cabeza con cinco piezas de ataque: el desdibujado Messi, más Trincao, Brathwaite – no tocó un balón -, Griezmann – debió de tocar un balón – y Dembélé, al que también puso firme Don Lucas Vázquez.
Casemiro, Modric y un Kroos soberbio acampaban por sus anchas en un centro del campo donde el holandés De Jong hacía aguas con un mediocre partido, aparte de encontrarse solo y desvalido. Kroos y Ramos pudieron elevar el marcador hasta un escandaloso 1-4 pero Neto apareció con intervenciones de valor gol en ambas ocasiones.
Beethoven volvía a hacer su aparición, esta vez con el quinto y último movimiento de su Sinfonía Pastoral. Se trata del muy célebre «Himno de los pastores», un Allegretto en el que muestran su júbilo, su agradecimiento y su paz anterior tras haber pasado la violenta tormenta. Música que rezuma tranquilidad y satisfacción por el deber cumplido. Como si dijéramos aquello de «se han salvado los muebles», pese a todo. Trabajo estajanovista, por un lado, con repliegues disciplinados y pocas florituras durante buena parte del encuentro, sin descartar el oler la sangre y exponer talento para dominar sin agobios los últimos veinte minutos y proceder a la estocada final, hasta la bola, del jugador de más calidad que ha pasado por nuestras filas en los últimos años. Don Luka Modric.
Beethoven volvía a hacer su aparición, esta vez con el quinto y último movimiento de su Sinfonía Pastoral. Se trata del muy célebre «Himno de los pastores», un Allegretto en el que muestran su júbilo, su agradecimiento y su paz anterior tras haber pasado la violenta tormenta.
Alegría inmensa tras el 1-3, los buitres y los sepultureros teniendo que volver a esconderse en sus respectivas cuevas y esperar a una nueva situación ventajista, que esperemos no vuelva a aparecer.
Aun así, no cantemos victoria, por favor. El sábado se dio un enorme paso para curar heridas y curar la autoconfianza, pero todavía queda mucha labor por hacer. Sin ir más lejos, los nuestros ya están volando hacia Düsseldorf para llegar luego por carretera a Mönchengladbach (a 22 kilómetros de la capital de Renania del Norte-Westfalia). En este mismo estado, a apenas 80 kilómetros, se encuentra la ciudad de Bonn, antigua capital de la República Federal Alemana, y cuna del genio Beethoven. Esperemos, con todas nuestras fuerzas que, tras el partido de Champions, en el que necesitamos puntuar y, a ser posible, ganar, volvamos a escuchar su inigualable música en forma de «Himno a la alegría», es decir el cuarto movimiento de la celebérrima Novena Sinfonía, el Recitativo , un bello homenaje al poema de Friedrich Schiller «Oda a la alegría». Y poder espantar, al menos por un tiempo, estas nefastas inclemencias con las que, desgraciadamente, siempre toca convivir al Real Madrid Club de Fútbol.
"Los 22 protagonistas estaban poniendo toda la carne en el asador y no ahorraban energías."
He ahí la diferencia con los dos anteriores partidos, donde en el asador sólo ponía carne la mitad de los protagonistas.
Con las mismas alineaciones que salieron ante el Cádiz y el Shaktar, si hubieran puesto las mismas ganas que el sábado (bueno, con que hubieran puesto algo de ganas), habríamos ganado sin despeinarnos los tres partidos.
Pero es que parece que a nuestros jugadores sólo les "ponen" los partidos contra rivales importantes.
Estupendo ejercicio literario, uniendo el fútbol y la música. Y un título muy acertado. Eso del clásico se ha dicho siempre en Sudamérica. Los del Plus nos lo metieron, como lo de la roja (que siempre fue Chile), lo de la definición (aquí se decía la materialización) . Clásico Beethoven, si señor.
Bravo Don Athos. También tiene en músicos , especialmente los genios clásicos, una veta motivante con la que ilustrarnos. Que vayan pasando los Bach, Wagner, Mozart, Vivaldi, Albinoni, Pachelbel...y los que usted crea pertinente.