Estamos de enhorabuena: con la misma inexorabilidad con la que un reloj parado acierta dos veces al día, el dedo presidencial ha errado sobre el teclado y se ha detenido sobre la letra Z, pulsándola dos veces. O eso, o es que de repente se ha acordado de Shakespeare (o de Humphrey Bogart, o de los Faerna, por autoridades que no quede) y por fin ha comprendido de qué material está hecho este negocio: “We are such stuff / As dreams are made on, and our little life / Is rounded with a sleep”. El mantra del “proyecto ilusionante”, repetido con atonía burocrática a cada anuncio de relevo en el banquillo, ha dado esta vez con la tecla y, como por ensalmo, muchos volvemos a estar ilusionados. Como debe ser. Sólo alguien tan iluso como para soñar que está despierto y tomarse su pequeña vida como un hecho terrible y cierto (todo lo cierto es terrible) se atrevería a perdonarnos la nuestra con un displicente “de ilusión también se vive”. Qué risa, como si se pudiera vivir de otra cosa.
O quizá el presidente se acordó de James cuando decía aquello de que dos bandoleros se bastan para desvalijar un vagón de tren porque los pasajeros, por valientes que sean, no opondrán resistencia ante el temor de que nadie les acompañe, mientras que los bandidos cuentan el uno con el otro. No necesito aclarar que el James en cuestión no es nuestro prófugo colombiano sino el mayor de los célebres hermanos con ese nombre —y, por las dudas, añado que no me refiero a los también prófugos Frank y Jesse, sino a sus coetáneos y más letrados William y Henry—. Y concluye: “Si creyésemos que todo el pasaje se iba a levantar con nosotros, todos nos levantaríamos al mismo tiempo y, de este modo, ni siquiera se habría intentado jamás asalto alguno a un tren. Hay entonces casos en los que un hecho no puede ocurrir en absoluto a menos que exista una fe previa en que va a ocurrir”. Por algo La voluntad de creer de William James se recomienda en todas las escuelas de fútbol: además de leer allí las claves del pressing bien ejecutado, se aprende de paso que de ilusión no sólo se vive, sino que a veces incluso se sobrevive, eso sí, siempre y cuando la ilusión sea colectiva. A mí me da la impresión de que nuestra vituperada plantilla últimamente saltaba al campo sin esa fe previa, creyendo con ilusa desilusión sólo en lo terrible y cierto: orden, trabajo, equilibrio, rigor táctico... No necesitan decirme cuán ciertas son esas cosas, ya lo estoy diciendo yo. También la muerte es cierta (y terrible, ¿lo ven?), pero si uno sólo cree en ella le acaba saliendo una vida triste y sin goles. Total, que nuestros chicos andaban pensando en la muerte, como los viajeros del tren, y por eso no ocurría en absoluto lo que tenía que ocurrir. Al menos esta me parece a mí una explicación psicológicamente más verosímil que la que habla de una tropa de niñatos malévolos queriendo hacerle la cama al jefe a base de jugar a nada delante de ochenta mil personas que al día siguiente los van a despellejar en el bar (para empezar, a un niñato le falta personalidad para eso).
Después de su impecable debut, los periodistas le preguntaron a Zizou qué pensaba él que había cambiado en el equipo. “El entrenador”, contestó lacónicamente. Todavía deben de estar rascándose la mollera y tratando de averiguar si era la respuesta de alguien extremadamente humilde o de alguien extremadamente engreído. Ni una cosa ni otra, por supuesto. Es sencillamente la respuesta de alguien tan importante que no necesita darse importancia. Si hubiera querido que le entendieran, podría haber contestado que le había devuelto al equipo la ilusión colectiva, porque eso es todo lo que un entrenador puede hacer en una semana (eso y alinear a Carvajal). Así de tonto, pero se trata de una tontería al alcance de muy pocos, sobre todo si estás en un vestuario donde impresionar es difícil y el respeto no es gratis. Me gustaría pensar que Zinedine lo ha logrado simplemente por ser Zidane, o sea, la elegancia al cuadrado, el clasicismo al cuadrado, el orgullo al cuadrado y la gloria futbolística al cuadrado. Si es así, entonces es verdad que estamos de enhorabuena porque lo que acabo de enumerar es la quintaesencia del Real Madrid, y habría sido al reconocerla encarnada en Z² cuando los pasajeros del vagón blanco se pusieron al fin de pie y recobraron la fe; y nosotros con ellos. Me gustaría pensar que la respuesta significaba: “no ha cambiado nada, simplemente el equipo vuelve a creerse el Real Madrid”.
Abundo, pues, en lo que decía aquí mismo Número Tres la semana pasada sobre la pasmosa elocuencia oracular del halcón marsellés, y que desmiente de una sola vez lo dicho en la entrega anterior por Número Uno acerca de la incapacidad constitutiva de futbolistas y entrenadores para salir del farfullo y de la cháchara, respectivamente. O más bien, dado que Dos y Tres sabemos demasiado bien que el margen de error de Uno tiende a cero, habrá que pensar que en realidad nuestro indescifrable Z² ni fue un futbolista ni es ahora un entrenador. Esta hipótesis no sólo restablece la armonía entre hermanos, lo que siempre es de desear, sino que se me antoja sumamente plausible. De lo primero me convencí viéndolo jugar, porque a mí siempre me pareció un base de baloncesto: con mando en plaza, virguero, dueño absoluto del balón, superdotado para la asistencia e imparable tanto en la penetración como en el tiro lejano. ¡Si hasta daba pases picados! Lo segundo ahora mismo está más cerca de ser verdadero que falso si tenemos en cuenta su muy escasa experiencia y que su diploma aún debe de tener la tinta fresca.
Por cierto, ¿alguien me puede explicar qué broma es ésta de que se necesite obligatoriamente un “título” para entrenar, y que para colmo lo haya “de segundo grado”, “de primer grado” y hasta “UEFA Pro”? Además de hacer caja con los cursos y controlar corporativamente el cotarro, ¿para qué lo exigen? Se supone que los clubes tienen especialistas en medicina deportiva, fisioterapeutas, bromatólogos, podólogos, y algunos hasta psicólogos, para velar por que los ejercicios físicos no les hagan un estropicio a los muchachos. Se supone también que la teórica del fútbol, si es que la hay, no es de obligado cumplimiento, y así cualquier míster es libre de opinar que se juega mejor con diez, o de inventarse una pamema como el tiquitaca, sin que se le pueda denunciar por mala práctica profesional. Y tampoco es que el banquillo se gane por oposición. A mi modesto criterio, si un club lo puede presidir un productor de cine, un cantante de rock, el hombre de paja de un jeque o un respetable mafioso ruso, no suena muy audaz que también lo pueda entrenar un ex-futbolista profesional, o en su defecto su señora madre, que seguro que ha visto más fútbol sobre el terreno que usted y yo juntos desde los tiempos en que llevaba al nene a las extraescolares. Si se trata de garantizar unos mínimos decorosos, creo que con el bachillerato y un pequeño test del Reglamento van que chutan. Y si queremos algo más de nivel, pues una prueba de idioma. No sé, cualquier cosa antes que hacer que un empleado del club pase por el embarazoso trance de tener que pedirle el CV por duplicado a un tal Zinedine Zidane, como ocurrió en la universidad de Cambridge cuando alguien cayó en la cuenta de que un tal Ludwig Wittgenstein llevaba más de una década revolucionando la filosofía desde allí sin tener siquiera el título de doctor en la materia. Los ingleses, siempre pragmáticos, lo arreglaron por la vía rápida: John Maynard Keynes movió algunos hilos, Bertrand Russell le firmó al joven Wittgenstein el Tractatus Logico-Philosophicus como si fuera una tesis doctoral aunque llevara ocho años en las bibliotecas de medio mundo, y G. E. Moore, presidente del tribunal y primer espada de la filosofía cantabrigense de la época, escribió en el informe, sin sacarse su flemática pipa de la boca: “en mi opinión, el libro de Herr Wittgenstein es la obra filosófica más importante del siglo XX, pero, en todo caso, cumple los requisitos de esta universidad para obtener el grado de Doctor”. Moore fue autor de un ensayo, Defensa del sentido común, que a todas luces falta en los anaqueles federativos.
En fin, mientras los jurisconsultos siguen tocando las pelotas que les llegan en forma de Bettonis y de Zidanes de segunda generación, Z² sigue sacando cincos al parchís como si quisiera que le pusieran también ese dorsal en el intachable abrigo azul por el que ha reemplazado la camiseta. Ya sé, los falsos profetas de la vigilia esperan a la vuelta de la esquina de la primera derrota para perdonarnos la vida con su displicencia. Sonriamos y compadezcamos las suyas, porque aunque sus vidas son tan pequeñas como las nuestras, las de ellos son además tristes. Son los mismos que no esperaban nada interesante de aquel copo de nieve suspendido del cielo de Glasgow, y que por lo que a nosotros respecta seguirá allí hasta el fin de los tiempos, congelado sólo un instante antes de transfigurarse en cometa para nuestra perpetua felicidad. Para quienes tenemos la voluntad de creer en Zidane, en Shakespeare, en Bogart, en alguno de los James, el sueño ya es eterno mientras dura.
Número Dos
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Angel gracias por escribir esta excelente pieza. Hablando de los James me recuerda una de las citas de Henry James "We work in the dark, we do what we can, we give what we have. Our doubt is our passion and our passion is our task. The rest is the madness of art".
Una verdadera delicia leer esta reseña. Enhorabuena por la misma. Ojalá que este equipo que ha vuelto a creerse ser el Real Madrid nos mantenga ilusionados y felices hasta Milan y si es con una liga más en el camino, encantados. Tampoco pedimos tanto. Ya habrá tiempo de renovar la ilusión la siguiente temporada.
Permítame número 2 elevar su artículo exponencialmente a Z3. Enhorabuena!
Me explico, usted eleva el entusiasmo del Madridismo, que como Lorca dijo; es la fe candente, la fe al rojo por la esperanza de un día mejor. En ello estamos ¡hala Madrid!
Todo esto está muy bien, pero como dijo aquél cándido personaje: hay que cultivar el huerto. El huerto en fútbol son victorias. Si llegan, el sueño será maravilloso. Si no, pesadilla. De momento, el asunto pinta bien… Lo que sí resulta indiscutible es lo bien escrito que está el artículo. Enhorabuena, número 2.