Y parece ir para rato

Saberse campeón de todo por ahora le permite al Real Madrid jugar con empaque y calma, dibujando por momentos jugadas de filigrana sutil que recuerdan al mejor Barça sin perjuicio de pertenecer a un equipo con otro espíritu, tanto cuando jugaba mal como cuando lo borda.

El compromiso de “vencer en buena lid” –una línea quizá insólita en himnos de su tipo-  le ahorra recursos al victimismo no inhabituales en otros clubs, dispuestos desde el primer minuto a plantear en cada partido lo más ajeno a un lance lúdico, donde los actores juegan en vez de guerrear o llorar.

La brega del Depor me recordó sus tiempos gloriosos, cuando ganaba Ligas sin necesidad de ser el más pródigo con el talonario, y una secuencia de fervorosos evangélicos brasileños como Bebeto y Mauro Silva se coordinaron con Fran, la estrella local, para vedarle la victoria al Madrid no solo en 1992 sino durante los dieciséis años siguientes.

De hecho, el bullicioso Andone habría inaugurado el marcador de no ser porque Navas –otro evangélico ejemplar- salió con inmejorable técnica, abriéndose como una tijera pero impidiendo que la pelota le pasara entre las piernas, y a partir de entonces los goles fueron cayendo en la otra portería a un ritmo plácido, acorde con las fuerzas en liza.

No fue el día de Ramos, tampoco el de Carvajal, y a Bale todavía se le espera a despecho de marcar y asistir, porque ni en algunos balones divididos ni en la falta estuvo a su propia altura. Pero Zidane dio otra muestra de imaginación sustituyendo a Isco por Asensio, dos dinamos hoy por hoy insuperables, y el aficionado terminó convencido de que ha armado un equipo coriáceo en defensa, capaz de atacar en estático con las docenas de pases previas al segundo y al tercer tanto.

Chapeau.