Uno miraba el autobús del Real Madrid acercándose a San Siro y veía el halo sobrenatural que lo circundaba. El autobús blanco por las calles de Milán era el Papamóvil camino de San Pedro para los que profesamos la fe del fútbol. Y luego observaba a Zidane bajando distraído del autocar con una sonrisa franca y relajada y casi lo imaginaba repartiendo bendiciones a su paso, y entonces supe lo que nunca ignoré: que el Madrid iba a ganar esta Champions como habría ganado cualquier otra. Zidane, ya lo he dicho alguna vez, tiene algo del ungido, del elegido, del depositario de la gloria que constituye la esencia del Real Madrid. Uno sabía que Zidane sólo tenía que mirarle a los ojos a la Orejona y decirle sin levantar la voz, casi en un susurro: "Ven y sígueme". Sin peder la sonrisa. Sin alterar el gesto. Sin descuidar la compostura. Zidane gana como entrenador de la misma manera que lo hacía como jugador: porque no pertenece a este mundo, porque pisa la zona técnica con la misma ingravidez con que lo hacía sobre el campo, a pesar de soportar sobre sus hombros el peso de la historia. El brillo en los ojos de Zidane, ese brillo picarón que añade travesura a su sonrisa, es la ventana a la que uno se asomaba allá por febrero para ver la Champions. Y la veía. Vaya si la veía.
Tuvo que ser en Milán, claro. Cuando uno llega a Milán, lo primero que hace es ir a ver el Duomo, blanco e imponente como el Real Madrid. Y es que el Real Madrid es el Duomo del fútbol, con sus once torres grandiosas que se elevan al cielo para mostrarle al mundo en qué consiste la gloria. El Real Madrid tiene una grandeza inalcanzable e indecible, tan imposible de explicar como de ignorar, para desesperación de las famélicas legiones de antimadridistas. El fútbol mira al Real Madrid e intenta descifrar la clave de su grandeza eterna e inextinguible, el secreto de un club que a lo largo de setenta años nunca ha faltado a su cita con la gloria. El Madrid es el fútbol eterno, el fútbol anchuroso como el océano Pacífico cantado por Neruda. El Real Madrid es tan desmedido que se sale del mapa y no hay donde ponerlo. Es tan grande, tan desordenado y tan blanco que no cabe en ninguna parte. Por eso acumula Copas de Europa con voracidad insaciable. Otros clubs celebran las Copas de Europa como si fueran la última. El Real Madrid ya está pensando en la Duodécima.
Había quien estaba preocupado porque el calor de Milán impediría a Zidane vestir el abrigo que nos recuerda que la gloria es nuestra. Yo no. Yo sabía que Zidane lleva puesto el abrigo incluso cuando no se lo pone, porque lo lleva siempre enrollado, no en la grupa de su caballo sino en la grupa del alma. El abrigo de Zidane es el compendio de todas las virtudes -grandeza, señorío, determinación, búsqueda incansable de la victoria, hambre eterna de gloria- que adornan al Real Madrid. Zidane, con esa mirada que contagia confianza y ese abrigo que nos recuerda que es nuestro cub el dueño de las virtudes más elevadas, ha devuelto su esencia al Real Madrid, que no es otra que el triunfo. La fe en el triunfo. El triunfo como algo irremediable, como traído por una ley de la naturaleza.
Hemos sufrido, por supuesto. Hoy no hemos hecho un gran partido, pese al esfuerzo hercúleo de los nuestros, que han acabado muertos (¡y qué más les podemos pedir!), pero nadie como nosotros sabe que los triunfos que mejor saben son los que requieren mayor denuedo. Y aun así, en los peores momentos, en el descanso de la prórroga, yo he visto a Zidane sonreír de nuevo con esa sonrisa blanca -blanquísima- y ese brillo inefable en la mirada. Ahí no había duda, ni vacilación, ni nerviosismo. Por eso yo presencié los penaltis con absoluta tranquilidad, con una tranquilidad que me sorprendió a mí mismo. Había visto otra vez el brillo refulgente de la Champions asomándose por los ojos de Zidane para decirnos que nos estaba esperando, para anunciarnos que estaba lista para volver a casa. A su casa. Nada malo podía pasar.
Esta es la quinta Copa de Europa que hemos levantado en menos de dos décadas. Cinco Copas de Europa en dieciocho años, privilegio reservado en exclusiva a los madridistas. Todas fueron grandiosas. Pero de entre todas ellas, ninguna me produce más orgullo que ésta. Porque ésta ha sido ganada por un equipo que ha encarnado los valores eternos del Real Madrid, los que vertebran la esencia del club, los que constituyen el tejido de nuestra alma, los que siempre nos han diferenciado y siempre nos diferenciarán del resto. Por un equipo que se levantó cuando nadie creía en él. Por un equipo que se negó a aceptar su propio fracaso. Por un equipo que se envolvió en el abrigo de Zidane y se conjuró para obrar el milagro de escribir su propio destino. Por un equipo de soldados de infantería que supieron ser fieles a la historia y dignos del honor y de la gloria del Real Madrid. Ése es el éxito de Zidane. Ése es el éxito eterno de estos jugadores, el que más temen nuestros adversarios. Porque, parafraseando a ese gran madridista que fue Galdós, este año se ha vuelto a demostrar que entre los muertos siempre habrá una lengua viva para gritar que el Real Madrid no se rinde.
Disfrutémoslo, galernautas. Disfrutémoslo, madridistas. El año que viene tenemos una cita con la Duodécima. Que este madridismo renovado, este madridismo de siempre, nos señale el camino.
Fabuloso artículo John, muchas gracias. Disfrutémoslo, hala Madrid y nada más!
Le felicito por el artículo. Extraordinaria descripción de Zidane. Le dijo a la Copa "ven y sígueme"; pero es que si me lo dice a mí, me hago apóstol de su religión.
Llegué a la galerna con enlaces que me mandaba mi hijo al móvil y ahora soy fijo. Leo y releo los artículos, porque echaba de menos esta forma de ser del Madrid y no me gusta el "roncerismo", exponente más destacado en periódicos y televisión. Esta inteligencia en el desarrollo de las opiniones me parecen "delicatessen".
Gracias.
Para finalizar, debo decir que el "ABRIGO DE ZIDANE" me parece el mejor artículo de La Galerna.
Muchas gracias, Esteban y Antonio, por su abrumadora amabilidad.
Muy bueno, Falstaff, ha sido embriagador en esta post resaca deliciosa en la que estoy imbuido desde el feliz sábado 😉