Yo nunca había visto a Cristiano tan importante y tan discreto. A Cristiano "nos lo han cambiado", expresión familiar que remite a una orgullosa pertenencia. Aunque en realidad, no creo que haya (ni que nos lo hayan) cambiado. Cristiano simplemente gira, orbita. Sí que es un poco más etéreo, como si no tuviera masa y sí el peso de los ángeles. Porque a finura no le gana nadie y además se da en él el curioso caso, como el de Benjamin Button, de que está más en forma con treinta y dos que con veintidós.
Cristiano orbita pero al revés, contra natura, de ahí que la mayoría de los abundantes científicos futboleros no acierten a definirle. A mí me recuerdan a aquellos médicos viciosos del prefecto Ojoalvirus de Asterix en Helvecia. Claro que tampoco quieren, definirlo quiero decir. Eso significaría un esfuerzo constante de modesta observación, por lo que prefieren caricaturizarlo de por vida (como a Messi pero en el otro sentido) antes que apuntar su asombrosa y continua metamorfosis.
Es ésta una metamorfosis en curso, un work in progress joyceano (nadie entendió nunca Finnegans Wake) similar, quizá se entienda mejor con este ejemplo, al de Nadal, enterrado mil veces y otras mil veces resurgido con nuevos y sorprendentes y desconocidos poderes. El molde que se ha creado de él, él mismo lo hace pedazos cada día que sale al campo, incluso cada día que habla, y cada día también esos laboriosos (en esto sí) científicos futboleros, reconvertidos en mezquinos artesanos, lo recomponen raudos como si alguien pudiera descubrir sus propias carencias, sus falsas famas o simplemente sus verdaderas condiciones forofas.
la de cristiano ronaldo es una metamorfosis en curso
Sobre la sabana, Cristiano me recuerda a una gacela joven, una gacela Thompson saltarina, cada vez más saltarina y ágil, con un movimiento de pies pugilístico (cómo encara igual que un púgil, igual que al toro un caballo de rejones), para la que tener el balón consigo ya no es un problema, como si le gustara hoy más sentirlo que golpearlo. Porque este Cristiano distribuye, se columpia, se mimetiza en las defensas; aparece de pronto entre los depredadores como el depredador de aquella película de Schwarzenegger.
Y participa. El gol está pendiente como nunca, pero como nunca también el resto de deberes está hecho. No es una cuestión astral sino astrológica que el gol va a aparecer de pronto en algún lugar del universo cuando este Madrid aletargado, el vampiro Lestat, salga de su apartamiento, de su mala dieta. Es una suerte de maldición divina, como si la divinidad no pudiera soportar la perfección de este ser humano y le condenara a esa penitencia goleadora para compensar, en modo marxista, tanta diferencia. Semejante exhibición capitalista.
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