Continuando con el juego propuesto en las últimas semanas, que pretende una identificación entre colores deportivos y películas, en esta ocasión nos metemos en un jardín bastante complicado. La filmografía de Allen, inclasificable de puro variopinta, se caracteriza por obras de carácter fragmentario, por lo que resulta difícil establecer un encaje perfecto con una cinta completa. Sería más preciso aludir en cada caso a momentos dispersos de un puñado de ellas. No obstante, intentaremos respetar en la medida de lo posible el espíritu del planteamiento inicial de las anteriores entregas.
ATLÉTICO DE MADRID – LA ROSA PÚRPURA DE EL CAIRO
“Acabo de conocer a un hombre maravilloso; es de ficción, pero no se puede tener todo.”
Cuando me paré a reflexionar acerca de la película a la que iba a enfundar la zamarra rojiblanca, inmediatamente pensé en Annie Hall. No en vano su título original iba a ser Anhedonia, que más o menos viene a describir una incapacidad patológica para disfrutar de la vida. Realmente se podría resumir gran parte de la esencia colchonera en el chiste que Allen atribuye a esas dos señoras de un lujoso hotel; una le dice a la otra que la comida es realmente espantosa, a lo que esta responde que está muy de acuerdo, y encima las raciones son muy pequeñas. “Básicamente, así es como me parece la vida. Llena de soledad, miseria, sufrimiento, tristeza… Y sin embargo se acaba demasiado deprisa”.
Sin embargo, acaso en un ejercicio de piedad ante semejante crudeza, creo que el ejemplo más ajustado podría corresponder a La rosa púrpura de El Cairo. La protagonista es una camarera torpe que acude habitualmente al cine para escapar de su rutina alienante y del matrimonio sin amor en el que languidece. Tras visionar en varias ocasiones la misma cinta, uno de los personajes rompe de manera súbita la cuarta pared e inicia un romance con ella. El sueño de todo atlético: que ese relato simbólico en el que a menudo se refugian para sobrellevar los malos tiempos y las derrotas reales deje de constituir una simple fantasía reconfortante para transformarse en el guion auténtico de sus vidas. El final, ay, también es puro Atleti. Una mala elección en el momento crucial deja a la pobre Cecilia compuesta y sin amante, trabajo o casa. Ante lo que, evidentemente, recurrirá, como siempre, a la opción del escapismo ficcional. No se molesten: no lo podemos entender.
BARCELONA - GRANUJAS DE MEDIO PELO
“Aquí todos somos listos, pero él lleva gafas”
He de confesar que, en un primer momento, la tentación de despachar al Barça con la facilona adjudicación de Vicky, Cristina, Barcelona fue muy grande. Tanto por el pleonasmo manifiesto como por la condición propagandística de la ciudad que comparten el club y la película -la segunda, por cierto, carece en mi opinión de cualquier otro interés-. Pero, como en la ocasión anterior, una lectura posterior me permitió encontrar un paralelismo mucho más acertado.
Conviene aclarar que el palmario juego de palabras con el título no supone la principal motivación para la elección de Granujas de medio pelo. No se trata de denunciar supuestos pillajes arbitrales o federativos, sino que verdaderamente el argumento encaja como un guante en el estatus del Barcelona de los últimos años. Compruébese: el protagonista posee un plan para atracar un banco, consistente en un artesanal túnel excavado desde el edificio contiguo. Mientras se lleva a cabo, el azar actúa y ofrece a los sinvergüenzas un regalo inesperado: el negocio pastelero que habían estado usando como tapadera de repente sube como la espuma y se hacen millonarios legalmente. La suerte les cae del cielo, como si el destino hubiese puesto en una cantera afanada en sacar mediocentros para el 4-3-3 a un extraterrestre argentino capaz de tiranizar el fútbol europeo durante un par de lustros.
La segunda parte de la trama no desmerece la identificación. Woody Allen y su mujer se ven aupados a la clase alta neoyorquina, como ejemplo perfecto de nuevos ricos. ¿Acaso no es lo que le ha sucedido al Barcelona en este siglo XXI? A partir de ese instante, el difícil acoplamiento con los usos y costumbres sociales de la nueva posición se convierte en el leitmotiv de la comedia, con escenas descacharrantes y con un final más o menos predecible. Al fin y al cabo, en la vida la figura del advenedizo suele resultar antipática, tanto más si uno se ufana a la hora de dar lecciones o de camelar sin disimulo a los jugadores de los clubes rivales. Se generan enemistades inesperadas, tus iguales te acaban poniendo la cruz y terminan atreviéndose a hacer chanzas con tus derrotas en Twitter; alguno hasta se jacta públicamente del disfrute que le producen -¿quién ha mencionado a Thomas Müller?-.
REAL MADRID – MIDNIGHT IN PARIS
“Una noción de que un período de tiempo diferente es mejor que el que estamos viviendo. Es una falla de la imaginación romántica de esas personas, que encuentran difícil lidiar con el presente.”
Una película que trata del encanto de la nostalgia, aunque sin caer en el peligroso embrujo de la nostalgia. Bastaría esta sentencia para justificar la elección, pero uno se puede extender un poco más. El protagonista, Gil -Owen Wilson-, es un joven escritor ingenioso, desilusionado y bastante perfeccionista que trata de construir una obra honrada, alejada de retóricas petulantes basadas en las apariencias. Su adversario Paul, por el contrario, consigue arrebatarle el interés de su prometida Inez por medio de soliloquios pretendidamente cultos que, cuando no son cháchara vacía, directamente constituyen un relato plagado de inexactitudes y mentiras. ¿Les suena? Accidentalmente y sin saber bien cómo, Gil viaja en el tiempo a otras décadas esplendorosas de la capital de Francia, y acaba codeándose con lo más granado de los integrantes de la Generación Perdida y de la Belle Époque, descubriendo las falsedades de su rival y a la vez reafirmando las convicciones que cimentan su estilo literario: “ningún tema es malo si la historia es real. Si la prosa es limpia y honesta y si afirma el valor bajo presión”.
No hace falta un excesivo alarde de imaginación para emparentar las distintas épocas brillantes de París con las etapas de oro del Real Madrid histórico. Una alineación con Hemingway, Stein, Fitzgerald, Buñuel y Picasso solo podría resistir la comparación con un Kopa, Rial, Di Stefano, Puskas y Gento. Por otro lado, el personaje de Adriana, interpretada fabulosamente por Marion Cotillard, representa la inevitable tentación de rendirse al cálido tópico de “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Del mismo modo que un antimadridista suele recrearse en una ficción escogida para tratar de dar sentido a su frustración, un madridista siempre tiene a su alcance ceder ante la sugerente complacencia de la añoranza. Hay tantos ejemplos de temporadas o eliminatorias donde uno podría quedarse a vivir...
Sin embargo, Gil vuelve al presente y afronta con valentía la infidelidad de su novia. La determinación ha atemperado las tribulaciones de su carácter –“todos tememos la muerte y nos cuestionamos nuestro lugar en el universo. El trabajo del artista no es sucumbir a la desesperación, sino encontrar un antídoto para el vacío de la existencia. Tiene una voz clara y viva, no sea tan depresivo”-, y el destino parece recompensar su osadía con la grata compañía de Gabrielle. Algún cínico reprochará el optimismo de un final que, si bien algo abierto, ofrece bastantes visos de felicidad. Resultan comprensibles los bufidos del descreído. Pero no puedo más que encogerme de hombros y sonreír; qué quieren que les diga, al fin y al cabo, esto es el Madrid.
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