El madridismo, o lo que alguna vez se conoció como tal (quizá no haya sido nunca nada más de lo que hoy es), corre peligro de hacerse Cámara, muy Baja por cierto. España es lo que es su Congreso y el Madrid lo que es su afición, que en Concha Espina sufre de atomización severa. Dentro del Bernabéu hay independentistas, y radicales y moderados, y centros y derechas e izquierdas. Yo siento que allí, en esas gradas gloriosas (las más gloriosas de la historia del fútbol), remozadas para durar siglos, hay gente más preocupada por el supuesto sobrepeso de James que de los estudios de los niños, que es como preocuparse más por las rastas del diputado que por lo que tratan de ocultar, en una bancada y en otra, acaso una democracia que a pesar de todo supo germinar y florecer y marchitarse.
Antaño para ser madridista había que cuidar a la familia para construir el legado: algo así como mens sana, madridismo sano; pero ese sentimiento, esa ideología, ese modo de vivir, se está derrumbando como Pompeya y no por falta de restauraciones. El mal es íntimo, fruto de esa intemperie aficionada y mediatizada que azota no sus muros sino sus entrañas. El Madrid ha sufrido un big bang en algún momento de los últimos veinticinco años y no nos hemos debido de dar cuenta, acostumbrados a esos little bangs de cada día. Los perros ladran y la caravana avanza, pero cada vez con mayores dificultades.
Cualquiera puede inventar, es gratis e indoloro (¡incluso muchos deben de obtener beneficios para su salud física y mental!), la afirmación más estrafalaria o más nociva y convertirla en dogma, en la implosión por la que el madridista clásico (aquel que siente que su equipo y sus jugadores son algo suyo sin sentimiento de propiedad) va salvando los cráteres como puede en su discurrir por un mundo apocalíptico. Así vi yo a Manuel Matamoros, con un dolor crónico de un Madrid de mil batallas. El Madrid parece vivir ya en la rebelión aquella de las máquinas de Terminator, donde Zidane (llámenle Zizú como a un guerrero y no Sisú como a un caniche) es el nuevo John Connor.
En tiempos remotos, la gente en el extranjero al saber de mi nacionalidad me hablaba de Butragueño. Quizá sea desde entonces cuando todo empezó a cambiar. Ahora el extranjero nombra a Messi. A mí que me torturen si quieren, pero lo que va del Buitre a la Pulga es lo que va del imperio de Marco Aurelio a la Edad Media, que es eso que se aprecia a simple vista (al contrario de lo que pretenden) cuando salen vestiditos para impresionar del vestuario azulgrana. Yo veo a ese equipo como a uno de casta y también como a otro de diputados con rastas donde todo es tan maravilloso que algo podrido tiene que haber en Dinabarsa. Yo digo que hay que volver al Madrid (y no al Congreso, y si hay que ponerles a jugar con una camiseta de Abanderado con el escudo cosido a mano en el pecho, mejor, más esencia que es lo que hace falta) si es que alguna vez existió. Quizá aquello sólo fue un recuerdo, una impresión de mi infancia; pero aún así hay que volver siempre al lugar donde ha estado lo mejor (esto nadie lo podrá negar jamás), hasta en lo peor, de cada casa.
Creo entenderle y si es así, pues ya basta de ser todo eso: casillistas, mouriñistas, ancelottistas, antiflorentinistas, piperos, ultras, antiultras, antiplantilla actual etc, y solo seamos MADRIDISTAS. Que bien dicho Don Mario es necesario volver a la esencia a esa en la que solo somos del Madrid y preocuparnos solo por lo esencial y basta de mediatizarnos por lo no esencial, que eso solo nos acarrea angustia y desesperación.
Bien dicho, Anna. Gracias. Seamos madridistas.
Hubo un entrenador inglés o escocés que dijo a su afición; "si no puedes apoyarnos cuando perdemos, no nos apoyes cuando ganemos". La hago mía, porque soy MADRIDISTA. Hasta el final vamos REAL y Galerna!!!