Volaron las peinetas

Se podían oír las pisadas de Torres. En los primeros minutos ese corpachón (ha echado cuerpo "el niño") trataba de meterse entre las líneas dispuestas por Zidane y lo único que lograba es derribar (ya sin la pelota) jugadores blancos que inmediatamente se levantaban a lo ninja, con las piernas por delante y sin perder la formación, tal es la forma física exhibida, sobre todo, por Nacho y Varane. Al parecer Koke le dijo a Nacho en la concentración de España que él si iba a jugar el derbi, y fue Nacho y lo jugó también, hala (Madrid). El Atleti es una cosa tremenda. Tremendista. Alguien debería decirle a Koke que esos ramalazos de soberbia al final salen caros si se tienen frente a un madridista.

Isco se puso a hacer sombreros y a los veinte minutos ya había montado una tienda. Hongos, chisteras, bombines y panamás. Para todos los públicos y para todas las ocasiones. Claro que el Atleti no entiende de etiquetas porque es el equipo del pueblo. El Atleti siempre viste igual, que es lo que dijo el Cholo del Madrid al final del partido: "Ellos han jugado igual que siempre". Y luego se dio la vuelta y el madridismo, representado en un hombre invisible, se marchaba con él dándole palmaditas en la espalda.

El ambiente era el habitual. Esa afición calderoniana, que pronto será peinetiana (cómo se brindó Cristiano para recordárselo: las peinetas volaban, a falta de sombreros, para todos los públicos y para todas las ocasiones en cada uno de sus tres goles) terminó llorando (lo mismo es un atlético que un seguidor de La Casa de la pradera) y la locución televisiva se pasó el partido componiendo sonetos (sonetos malos) al patadón cholista que era un patadón preciso a la pierna, al tobillo, y sin embargo, dada la ausencia de acuse de recibo del Madrid, parecía un patadón al aire. Qué frustración para el patadista. Sin las cantigas televisivas la emoción del partido se hubiera descompuesto antes. Desactivado, más bien, es lo que estaba el Atleti que nunca ceja en buscar la inspiración segando la hierba. Creo que era T.S Eliot quien la buscaba fregando los platos, pues el Atleti hace lo mismo segando la hierba.

                                                                                                                                       Foto: okdiario.com

Después del primer gol, Gabi quiso darle la vuelta al partido dándole a su vez la vuelta a Modric mientras el Cholo, con el croata despanzurrado sobre la hierba, juntaba los dedos de la mano y los ponía hacia arriba con incredulidad italiana. Por entonces Isco, además de una cadena de sombrererías, fundaba otra de cinturones que promocionaba haciendo coreografías de los ochenta por el centro del campo. El trabajo de Cristiano, como el de casi todos exceptuando el del malagueño, era silencioso y efectivo y soberbio. Era trabajo y trabajo y entre medias un recorte en el área a la media vuelta a pase de Isco, que era el iceberg que sólo tiene validez si está sustentado debajo del agua por los siete octavos (diez compañeros) de su volumen, como decía Hemingway de la escritura. Bale despejaba con semejante estilo de pateador que le vi hasta levantársele las faldas galesas. Luego vino el fuera de juego del de Benalmádena que el locutor, el ínclito locutor, despachó con un "sí, sí, sí, se mete" y a otra cosa. Es una locución de humor que no está ahí para narrarnos sino para que nos riamos. Claro que falta el "tatatatatatatata" de Benny Hill (y quizá unas imágenes de Robinson persiguiendo a Maldini por la cabina) para que todo el mundo lo comprenda.

Kovacic se ató al mástil (Kovacic juega así, atándose al mástil como Ulises) y no había viento del Manzanares ni sirena rojiblanca que le hiciera moverse de ahí, y eso que lo hacía con soltura, el moverse. De pronto en medio del encuentro apareció una exposición, una muestra, de pases con el exterior con Lucas Quinto y Marcelo de jóvenes artistas. Cómo era lo que hacía Lucas Quinto antes y después de las filigranas: remar y picar piedra y cargar fardos como un héroe anónimo. Aunque nosotros ya le conocemos. El amor cantado a los cuatro vientos del locutor a "Fernando" y a Carrasco no impedía, todo lo contrario, que asistiéramos a su olvido de que la supuesta falta de Bale a Griezmann al filo del descanso no era tal ni mucho menos. Tatatatata.

Ya entrada la segunda parte el Madrid sufrió un asedio que respondió expulsando el agua sobrante a través de las murallas (era Nacho quien abría las compuertas) como los judíos de Masadá. El Madrid elevado, cerrado e imponente tapaba todas las entradas. Después de quince minutos de batalla Cristiano salió cabalgando de la maraña como si fuera Alejandro persiguiendo a Darío, el persa, y con lo que se encontró fue con la pierna de Savic, el montenegrino. Penalti que la locución, ya instalada en el hipersurrealismo, no podía ver. Cristiano abrió la boca en los instantes previos al lanzamiento. Estaba refrigerándose y así marcó de ejecución fina y perfecta un gol que luego fue a cavilar frente a la cámara, como si se dijera: "Estoy acabado, mmmh...". Esto fue en el sesenta y nueve, para más enjundia. Y a partir de ahí vimos una película ya conocida. Los jugadores atléticos destruidos física y mentalmente (Juanfran, como un zombi, quiso quitarle la careta de cuajo a Gareth) hasta que Isco, ese próspero comerciante, la elevó al contraataque para Bale que se la adelantó de cabeza y corrió la banda, levantó la cabeza en la curva y dio un pase con el interior de su pierna izquierda por delante de toda la defensa local que sólo pudo ver cómo llegaba Cristiano por la derecha y remataba el tercero a falta de un cuarto, eso sí que fue un gol fantasma, del que el establishment nos (le) privó.