Romper el off-the-record es el acto más deplorable, desde el punto de vista ético, que cabe hacer en el desarrollo de la profesión periodística. Todo el mundo moralmente responsable conoce la deslealtad que supone romper un secreto en el ámbito de las simples relaciones personales. Por eso, nadie ajeno al periodismo tendrá dificultad en entender cuánto más incalificable resulta hacer público el contenido de una conversación —o de parte de la misma— sobre la que se ha acordado discreción.
Romper el off-the-record es el acto más deplorable, desde el punto de vista ético, que cabe hacer en el desarrollo de la profesión periodística
Violar el off-the-record no es solo un atentado contra el honor de la persona que confió en el periodista, sino una afrenta con mayúsculas a la profesión misma de periodista, un insulto a todos los compañeros de oficio. Todos los que hemos ejercido esa labor durante un tiempo hemos tenido que mordernos la lengua o sujetarnos los dedos para no caer en la tentación de locutar o teclear un contenido muy jugoso que, sin embargo, debe permanecer oculto por la sencilla razón de que así se estableció con la persona que nos hizo la revelación. Caer en dicha tentación no solo denota falta de escrúpulos y supone traicionar al confidente. También representa ciscarse en quienes, en similar situación, habiendo podido recolectar los parabienes de la exclusiva, se abstuvieron de ello por principios. No existe mayor falta de deontología profesional. Mancillar el off-the-record es una doble agresión a nuestra fuente y al contexto profesional en el que operamos.
No es gratuito ni deja de ser significativo que el peor pecado que puede cometer el sacerdote, en el desarrollo estricto de su vocación, sea la ruptura del secreto de confesión. Uno puede creer o descreer del sacramento de la penitencia, puede creer o descreer en Dios, pero hasta el más artero reconocerá la lógica humana que brota de la designación de ese pecado como el agujero negro moral más deleznable para los curas. Los que ejercemos el periodismo y/o la comunicación no somos curas, podemos hasta ser ateos perdidos, pero compartimos el trasfondo a través del cual lo que es mortal en su gremio lo es por fuerza, también, en el nuestro. La traición es imperdonable en el contexto de las relaciones humanas. En el desempeño de profesiones que tienen en su eje central la lealtad a las fuentes es criminal.
Mancillar el off-the-record es una doble agresión a nuestra fuente y al contexto profesional en el que operamos
El secreto de confesión no prescribe. La obligatoriedad de observar el off-the-record tampoco. Solo un levantamiento expreso del secreto por parte de la fuente nos exime de su consagración. Da igual si han pasado quince años o ciento cincuenta, como tampoco importa si el contenido de lo revelado es realmente sustancial o si, por el contrario, se trata de un presunto escándalo que la perspectiva del tiempo otorga una importancia relativa.
Fotografías Imago.
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