Vinícius y Piqué

Este fin de semana de fútbol nos dejó dos imágenes muy poderosas y antitéticas. Huelga decir que ambas son las más buscadas en las redes, las más reproducidas (aunque La Liga de Tebas, en novedosa interpretación del marketing, se apresura siempre a borrar los vídeos que circulan por Tuiter, no sea que algún niño vea algo bonito de un partido y se aficione, o que el mundo se dé cuenta de algún recurrente atropello arbitral). El sábado, en Villarreal, casi al empezar, Piqué interceptó con la mano un balón de gol que el delantero Dajuma remató prácticamente a bocajarro frente a Ter Stegen. La verdad es que fue un paradón: el central del Barcelona se deslizó majestuosamente sobre el césped, con el brazo derecho proyectando la diagonal áurea sobre su cintura, y la pelota, golpeada con violencia por el rival, salió rebotada bruscamente hacia atrás, aturdida y bamboleante, como cuando de niño uno le pegaba un zurriagazo al zócalo de la pared de su casa. Yo creo que la palomita de Piqué fue tan bonita que por eso ni el árbitro, al que una repetición posterior mostraba asistiendo al lance en butaca preferente, ni el equipo del VAR, quisieron señalarla como penalti.

Poco más de un día después, en esa zona postrera ya de los partidos, donde todo Cristo está muy nervioso y se mascan las tragedias, Vinícius descolgó del techo en obras del Bernabéu un pase en largo de Militao. Lo hizo como las bajaba Ronaldinho, ofreciendo el pecho y dejando que la misma fuerza del pase le regale al balón la parábola perfecta con la que echarse adelante el autopase. Así se quitó de en medio a su marcador, que no le había dejado ni rascarse la cabeza en toda la noche. Después enfiló la bombilla del área como cuchillo en manteca. Hizo dos cosas muy de Cristiano Ronaldo: ir perfilándose con el amago de golpeo y con la mirilla despejada, meterle el empeine interior a la bola y enviarla a la escuadra en línea recta como si en lugar de pierna tuviera un bazoka.

Vinícius hizo dos cosas muy de Cristiano Ronaldo: ir perfilándose con el amago de golpeo y con la mirilla despejada, meterle el empeine interior a la bola y enviarla a la escuadra en línea recta como si en lugar de pierna tuviera un bazoka

El Madrid ganó el partido más peliagudo de lo que va de Liga, se afianzó en el liderato en solitario y Vinícius volvió a encender el Bernabéu como a finales de septiembre, cuando se arrojó como una rockstar a una grada a la que regresaban por fin los espectadores expulsados casi dos años antes por el coronavirus. Al otro lado del espejo, el Barcelona de Xavi acumulaba su segunda victoria consecutiva engarzando a su collar otra ruindad arbitral más, pues está claro que para el nuevo entrenador «los valores son lo más importante»: su equipo, en valores, está «rozando la excelencia», dijo antes de viajar a Castellón, y se notó, se notó.

Es imposible saber cómo va a terminar este campeonato. Primero porque el futuro no lo conoce nadie, salvo algunas veces Zidane. Y segundo porque si algo han atestiguado las últimas ediciones de la Liga de Tebas es que la corrupción videoarbitral puede convertir el agua en vino. Pero estas dos imágenes que han quedado del último finde futbolero de noviembre son dos buenas fotografías del estado moral de Madrid y Barcelona: el Real asiste cual pueblo elegido a la unción de un nuevo mesías y el Barcelona de Piqué, Xavi, Laporta y Dani Alves, sobrevive abrazado a la balsa de la melancolía.

El Real asiste cual pueblo elegido a la unción de un nuevo mesías y el Barcelona de Piqué, Xavi, Laporta y Dani Alves, sobrevive abrazado a la balsa de la melancolía

El Barcelona de Guardiola, de cuyo resplandor quiere sacar ahora Laporta oxígeno para ir descontando días del lúgubre presente, no sólo tiranizó la Liga deportivamente. También arbitralmente, en el verde y en la moqueta institucional. La mano de Piqué en Villarreal es la enésima evocación de aquel estado de cosas normalizado por una prensa cómplice, cuya omisión de su deber profesional está ya en los anales de la infamia deontológica. El zurriagazo de Vinícius en el Bernabéu fue un proyectil que no sólo le quitó las telarañas a la portería de Bono, sino que parecía destruir con su potencia virginal, pura y perfecta, todo ese castillo podrido de excusas, farsas y confusión, sobre el que el establishment pretende sostener al actual Barcelona en la mitad superior de la tabla.

Vinícius limpió de roña la jornada de Liga y devolvió las cosas a su estado de armonía natural. El Madrid, primero y mandando. No es el mejor Madrid de la Historia, probablemente ni siquiera lo sea de este siglo ni de esta década, pero el Madrid de Ancelotti gana y avanza. Como una legión macedónica de veteranos de Alejandro Magno, siguen caminando aunque el threepeat y la gloria de las cuatro Copas de Europa en cinco años vayan quedando ya un poco lejos. Los viejos jerarcas avanzan y los nuevos motores, Valverde, Camavinga, Militao, sobre todo Vini, añaden una propulsión extra, refrescante y revitalizadora como abrir la ventana del dormitorio por la mañana temprano para que se oree. El Madrid de Ancelotti, con su trote paquidérmico e hidráulico, como dice Hughes en su crónica del ABC, permite a estas alturas del otoño vislumbrar el futuro con una sonrisa.

La sonrisa de Vinícius está convirtiendo a más infieles que el cardenal Cisneros después de que los Reyes Católicos conquistaran Granada

La sonrisa, claro, es la de Vinícius, que está convirtiendo a más infieles que el cardenal Cisneros después de que los Reyes Católicos conquistaran Granada. Vinícius era ya desde que debutó un ramalazo del fútbol ancestral, un haz de luz antigua arrojada sobre el juego denso, compacto, mecánico y, la verdad, aburridísimo, que se hace hoy. No sólo era la samba, cliché recurrente, quizá antes más, cuando se habla de un extremo brasileño. Es, desde el principio, el caos controlado, el caos útil, cuya función es generar el grado suficiente de anarquía tras las líneas enemigas con el que forzar la mano y hallar ocasiones, grietas y goles. Ahora es mucho más que eso. Cada vez es más consciente de su poder primigenio, de esa arrancada de meteoro que tiene y con la que sería una tontería, reconoce Carletto, no contar: no hay nada igual, no ya en el Madrid, sino en el fútbol contemporáneo. Lo único comparable es Mbappé, y por eso Florentino los quiere juntar a los dos, para que las alas del Madrid del mañana sean dos regimientos de caballería napoleónica dirigidos desde el centro por un Benzema cada vez más esencial, como Modric: más finos, más íntimos, más acústicos, más minimalistas y más medulares.

En el Barcelona tenían a algo quizá homologable, a priori, a Vini, que era Ansu, pero ya le forzaron la rodilla estando Messi: ahora que el refundador moderno del club se ha ido a trotar a una pradera verde de dinero en París, al chico no le dan ninguna tregua y su cuerpo parece a un tris de romperse del todo. Vini emergió en la bruma de un Madrid noqueado por la marcha de Ronaldo y en ese sentido lo de Ansu se parece, porque los terremotos en los despachos muchas veces empiezan sobre el verde. Pero allí todo es de una gravedad más profunda puesto que llevan demasiado tiempo acumulando la mierda debajo de la alfombra ante el aplauso general de propios y extraños. La mano de Piqué encarna ese magma de podredumbre, es una instantánea ejemplar, pocas veces puede retratarse el alma con los colores vivos de un lance del juego. Piqué, tractor avejentado que sale siempre en las portadas de las catástrofes barcelonistas, persiguiendo sombras, de morado «por la violencia contra las mujeres», salva un gol con un acto manifiestamente ilegal que el estamento regulador decide pasar por alto; Vinícius, en la orilla correcta de la vida, baila como un niño en una playa de Río tras ganar un partido macho por el liderato con un gol de superestrella mundial. El equipo socialmente comprometido que se tiró un lustro luciendo la publicidad de una teocracia islámica respira con asistencia artificial en el campo y fuera, incapaz de echar a andar la remodelación de un estadio que se cae a pedazos; Vinícius se pone la capa de Cristiano Ronaldo y se sube encima de las grúas que levantan el Tercer Chamartín como si de la Tercera Roma se tratara. ¿Quiere el Madrid un símbolo de la renovación de su alianza nueva y eterna con el futuro? Ese chico que hace dos otoños lloraba tras marcar de rebote contra Osasuna desde fuera del área, presionado por los pitos de sus propios hinchas, ya le ha dado, en apenas dos meses largos, unos cuantos.

Fotografías Imago.