Yo, que no debía de tener más de dos años, no sabía lo que era un siete, pero sí sabía que lo que Raúl llevaba en la espalda, aquel palo horizontal de cuya esquina nacía una diagonal mucho más grande hacia abajo, aquello respondía al nombre de siete. Así que deduje que lo que llevaba Raúl en la espalda debía de ser un siete. Con idéntico proceso mental, y fijándome en Roberto Carlos y en Redondo, llegué a darle forma en mi cabeza a la geometría de los treses y de los seises, a pesar de que a esa temprana edad yo no tenía conciencia de lo que era un tres, ni un seis, ni un lateral izquierdo ni tampoco un mediocentro defensivo. Y fue así, con la simpleza y el encanto de las inesperadas casualidades, como aprendí los números, gracias a esa plantilla del primer Capello, que además de ganar una Liga, sumó también a la causa blanca el corazón de un futbolero purista y repelente para siempre.
Desde entonces creo en el poder de los símbolos y en el valor de la belleza de las imágenes. Y ello, aplicado al fútbol, me lleva a un respeto reverencial a la numerología. Porque un central no puede llevar en la vida el dos o el tres, hombre, de ninguna manera, del mismo modo que un delantero centro nunca puede ser el diez, por muy bueno y goleador que sea.
Quizá fue por esa obsesión que raya en la paranoia, pero la noticia de que este año Vini llevaría el siete y Rodrygo el once me causó una incómoda excitación. A decir verdad, en mi desarrollo ideal de los acontecimientos, los números con los que nuestros brasiniños estaban llamados a marcar una época eran los anteriormente citados, sí, pero con los dueños intercambiados. Porque visualizaba a un Rodrygo rebañando goles en el área pequeña con el siete, al mismo tiempo que soñaba con un Vinicius con el once a la espalda jugando a ser Gento en esa banda izquierda del Bernabéu cada domingo durante una década. Sea como fuere, celebro como un título menor el nuevo bautismo textil de los dos cracks, así como la lectura que subyace de todo esto y que no es más que el respeto del club a los dorsales y a los símbolos sagrados. ¿O acaso alguien cree que se puede ganar una Copa de Europa con varios veintimuchos en el once titular y algún que otro treintaytantos?
Creo que hay algo telúrico en el cambio de número. Le pasó a Cristiano cuando dejó el nueve por el siete de Raúl, le pasó a Messi cuando dijo "aquí estoy yo y para mí el diez de Ronaldinho", les ha pasado a todos. No se hereda sólo un número, sino el peso de la historia, un sitio preferencial en el autobús del equipo y en el vestuario, la convicción plena de querer ser leyenda del club pase lo que pase y una interminable serie de intangibles que no vamos a citar aquí por respeto a la paciencia del lector, pero vamos, que cualquiera que haya visto más de una centena de partidos sabe a lo que me refiero.
celebro como un título menor el nuevo bautismo textil de los dos cracks, así como la lectura que subyace de todo esto y que no es más que el respeto del club a los dorsales y a los símbolos sagrados. ¿O acaso alguien cree que se puede ganar una Copa de Europa con varios veintimuchos en el once titular y algún que otro treintaytantos?
Por eso me sorprende tanto que los protagonistas de este período estival hayan sido los Fabrizios Romanos y demás charlatanes de turno, un Bellingham por el que sus 100 millones gastados nos van a parecer pocos, Messi retirándose definitivamente, el monstruo árabe que viene a vernos, el clásico disputado en los despachos por Güler, aquella semana en la que todos dábamos por buena la llegada de Harry Kane como remedio al luto por Benzemá y, por supuesto, el elefante francés que lleva en la habitación demasiados veranos y que, como en los anteriores, parece que este será el último.
En un mes de julio con tantísimos nombres propios como no se recuerda en años, nadie parece recaer en Vinicius JR y en Rodrygo, que no sólo han heredado los dos números más legendarios del club, sino que han decidido agarrar con ambas manos la inmortalidad y no la piensan soltar.
No me caben dudas, esta va a ser su temporada. No la de su explosión, ambos explotaron hace tiempo, sino la de su consagración definitiva. La que marca la frontera entre los buenos, buenísimos jugadores, y las leyendas del club. Lo que fue para Cristiano la 2013/14, para entendernos. La de derribar récords cada mes, la de sonar cada semana desde enero como favorito al Balón de Oro en esas tertulias de radio y televisión que tanto detestamos.
Y eso que Vini y Rodrygo coleccionan noches europeas como el que más -quitando los jerarcas pentacampeones, claro-, lo que pasa que de tan recientes (o será por la costumbre) parece que las hacemos de menos.
Para empezar, el primero tiene la carrera más que justificada, aunque sólo sea por ese gol en la final de París, que para más inri fue el único de todo el partido. Que hay que remontarse hasta Mijatovic en el santoral blanco para encontrar algo así, vaya. Meter el tanto que te da la orejona ya es motivo suficiente para la canonización y elevación a los cielos pero es que, además del sacrosanto logro, Vini también ha sido absolutamente determinante en octavos, cuartos y semis varios años, metiendo dos golitos en cada una de todas esas rondas en apenas un par de temporadas. Nada mal para un jugador al que se acusaba de gafado ante la portería.
esta va a ser su temporada. No la de su explosión, ambos explotaron hace tiempo, sino la de su consagración definitiva. La que marca la frontera entre los buenos, buenísimos jugadores, y las leyendas del club. La de derribar récords cada mes, la de sonar cada semana desde enero como favoritos al Balón de Oro en esas tertulias de radio y televisión que tanto detestamos
Y luego está Rodrygo, empecinado en salir en las portadas de los periódicos los días que madrugamos para ir al kiosko. Díganme un jugador, Cristiano y Raúl aparte, que con 22 años pueda presumir de dobletes en semis y cuartos de Champions, finales de Copa del Rey o partidos del alirón en Liga.
Dos brasileños, dos niños, que llegaron prácticamente de la mano, que son ya historia viva del club y que van a tiranizar la próxima década futbolera a ritmo de samba. Con esas sonrisas tan suyas, mitad de jugón, mitad de hijo de puta, que tanto desesperan a los rivales. No van a dejar de bailar por mucho que les joda a tres o cuatro gañanes, porque ellos son la alegría, son el amor adolescente, son la vida. Y con el siete y con el once, faltaría más.
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