Uno no ha sido consciente de cómo ni cuándo Toni Kroos pasó de ser en Madrid un Rommel, un zorro del desierto, a una gacela de Grant en la sabana. Habrá que observarlo ya la temporada que viene, con Ancelotti en el banquillo a ser posible, aunque sólo fuese para averiguar si se puede comenzar siendo la locura de dos mil catorce y corregir o prevenir los inconvenientes que se fueron sucediendo en dos mil quince. Eso sería todo. Y en realidad es todo. Este plantel se merece el tercer año, uno como el de Laso que da esa sensación de pertenencia al pasado, allí donde en Tiffany’s a Holly Golightly le grababan un anillo salido de una caja de sorpresas.
Carlo estaba serio en algún lugar de las alturas acompañado por Modric y Khedira. En cualquier periódico deportivo español podrán escribir mañana, ya hoy, algo así como que su tristeza desoladora es bien comprensible por la crueldad de un club con un entrenador tan entrañable y caballeroso. Y eso que Carlo confía en su permanencia, cree, mientras la prensa al completo le aplaude con amplias sonrisas como la agencia entera a Jerry Maguire al día siguiente de escribir su manifiesto mientras apostaban entre ellos cuál sería la fecha de su despido.
Allí arriba Luka parecía pedirle a Carletto un pitillo, y éste parecía responderle que no tenía. Había más emoción en esos gestos que en los de abajo, y uno echaba en falta una cámara fija en ese reservado para hacer una crónica paralela de las tribulaciones del entrenador madridista, unas como las de Don Draper tumbado en el sofá de su despacho.
El sábado en el Bernabéu era como de pradera de San Isidro: un día de esparcimiento. Podrían haberle puesto a Casillas gorra y chaleco y un organillo en la meta para amenizar la tarde, o haberle hecho repartir entre el público unos botijos para que el madridismo bebiese agua del santo. Pero nada de eso. En su lugar Marcelo dio un pase al centro del área, sólo que cayó tres metros más atrás, que Cristiano remató como si estuviese en la boca de gol. Esto sí que es un santo. Cuarenta y seis goles (al final serían cuarenta y ocho) como cuarenta y seis razones para su beatificación. Uno siempre recuerda que Butragueño, por ejemplo, fue pichichi (la única vez) con diecinueve tantos.
Luego a Íker le marcaron dos buenos goles casi seguidos gracias a una defensa que parecía la de un All Star Game, repleta de pasillos para el mate y de aclarados para el lanzamiento. Uno se ha acostumbrado a que a cada gol recibido por el Madrid le siga una bronca del capitán a sus compañeros hasta el punto de que ya casi se le había empezado a llamar Mamá Fratelli, la madre malvada de Los Goonies que tenía amedrentados a sus hijos, incluido el pobre Sloth; pero no fue el caso y la reprimenda fue sustituida por una sonrisilla altiva como la que le ponía Lord Esker a Tarzán y éste a duras penas podía contener las ganas de darle un tortazo.
No había partido sino grada, portería y goles, como chulapos, rosquilla y chotis. Sólo faltaba por ver si esa pradera era la verbena de hoy en día o el cuadro que Goya dejó inacabado. Con la derrota momentánea el pueblo comenzó la ya clásica asamblea. Casi un fenómeno natural que hay que vivir como Mark Twain observó in situ maravillado, a pesar de haber oído hablar de ellas, las nieves perpetuas de las Montañas Rocosas. Al final del encuentro el portero Codina se mostraba igualmente impresionado por el prodigio. Casillas es una montaña Rocosa ante la que la gente reacciona con orgullo o como Cicerón ante Catilina: “¿Hasta cuándo abusarás de nuestra paciencia, Catilina?”.
Después vino el mejor lanzamiento de falta de Cristiano en tres años para poner el empate en el marcador, antes de un penalti al Chícharo que convirtió el portugués y que fue el primer premio al exquisito desempeño de James que va camino de heredar la impronta, el recuerdo cariñoso de Puskas y su cañoncito. Se daba una pachanga de lujo, desordenada y festiva. El madridismo había olvidado la sequía de la temporada como si el espectáculo lo borrara todo. Había una suerte de felicidad en el campo. Íker se mostraba exultante como un niño sacando de puerta a base de patadones a pesar del tres a tres. Se le veía disfrutar con esa jugada sencilla y efectiva a la que se aplicaba, todo lo contrario que a la hora de colocar la barrera, cuando parecía decir aquello de ¡bais, bais!
Uno se perdió los primeros quince minutos de la segunda parte y el Madrid había sentenciado que allí había una victoria. Fue Chicharito obteniendo respuesta a sus plegarias tras un rebote, y James creando unas nuevas, inventando oraciones para el futuro con una rosca genial que peinó a la defensa visitante. Estaba el jovencísimoOdegor sobre la yerba por un Cristiano que regalaba sudaderas en medio de un drama en el patio de butacas. Entre el noruego y el alemán el ataque del Madrid parecía lanzado en drakar, la ofensiva que firmaba casi siempre el colombiano como en el gol, el sexto de los blancos, de Jesé, fino y ajustado al palo contrario.
Chicharito intentaba cosas nuevas, hasta fuera de su alcance, pero porfiaba porque es un hombre de fe mientras fue notorio el homenaje a Casillas, que aplaudía en agradecimiento y ponía cara como de que esas loas repentinas (a uno le temblaba la mano al tomar sus notas) le legitimaban para quedarse para siempre. A Íker el pueblo le confunde como si le conminase a aprender a bailar break para la próxima temporada. Luego hasta hizo una parada vistosa y en Chamartín comenzó a tararearse la canción de Cristal, la telenovela: “Mi vida eres tú, y solamente tú…”.
Marcó Marcelo el séptimo arrastrándose por el suelo, y al término habló James que calificó la victoria como justa, siempre con una oportunidad y concisión sólo comparables a las de Ramón Alvárez de Mon. Sólo quedaba la sala de prensa como ese claro en la sabana donde despellejan los cuerpos (y por donde salta Kroos, la gacela), que enfrentó Carletto con una dignidad emocionante que igual no sirve pero queda. Era Don Draper vendiendo el proyector de diapositivas Kodak, creando un vínculo emocional con el producto: “La nostalgia, el dolor de una vieja herida. Un dolor de corazón más intenso que un recuerdo. Este aparato (como si fuera este club)no es un cohete espacial, es una máquina del tiempo. Va hacia atrás y hacia adelante. Nos lleva al momento al que deseamos regresar. Nos permite viajar como lo hace un niño. Dar vueltas y vueltas y volver a casa, el lugar donde nos sentimos amados”.
La Galerna trabaja por la higiene del foro de comentarios, pero no se hace responsable de los mismos