Canta el himno viejo del Madrid que el club está compuesto por “veteranos y noveles” que “miran siempre sus laureles con respeto y emoción”. Pocas veces se tiene la oportunidad de comprobar cuán fehaciente es la estrofa de una canción. El miércoles pasado, los madridistas la tuvimos. La segunda parte del partido contra el Manchester City puso de manifiesto aquello de que los cambios profundos en el curso de la Historia rara vez acaecen con un gran estrépito, sino que más bien se suceden como un murmullo. Embobados con la tragedia que se desarrollaba ante nuestros ojos, no nos dimos cuenta de que aunque las camisetas de quienes operaban en el Bernabéu el milagro de los panes y los peces seguían siendo blancas, habían cambiado los apóstoles.
El Real Madrid alcanzó su decimoséptima final de la Coupe des Clubs Champions Européens cabalgando a lomos de unos caballos de carreras muy jóvenes que apenas estaban debutando en el gran hipódromo del mundo. Los viejos jerarcas lo contemplaban todo desde la banda: Modric, Kroos, Casemiro y Marcelo rodeaban a Ancelotti y departían con él como un consejo de sabios, como un sanedrín. En el campo, los niños se hacían hombres ante la mirada del destino. Y de sus mayores.
Todo ocurrió de la forma más natural. Las apreturas del partido exigieron a Ancelotti sustituir las piezas añejas, mil y una veces probadas en batallas sin cuento, por otras de recambio, nuevas y frescas. No había tiempo para pensar ni más cera que la que ardía. Es curioso porque a Carletto se le ha achacado siempre el ser un entrenador conservador en la gestión de los nombres, un tipo complaciente con la dirigencia y benévolo con los poderes fácticos de las casetas en las que ha trabajado. Es decir, con los capos. Son ese tipo de verdades que se instalan en la conversación pública a despecho de la realidad, de los factos. Sin ir más lejos, lo primero que hizo Ancelotti como entrenador del Madrid, en el verano del año 13, fue poner de titular a un chaval de la cantera que venía de foguearse un año en Alemania, Carvajal, que no tenía experiencia en Primera y que por delante se encontraba con Arbeloa, uno de los “hombres fuertes” de la etapa anterior. Esta temporada de su regreso al Real está sirviendo también para derribar muchos mitos en torno a la figura de Ancelotti, aunque aún haya quien lo tome todavía como un paisano que casualmente pasa un día por La Castellana y se le da el mando de la primera plantilla sin que valga para nada su trayectoria, una de las más brillantes de entre los técnicos del fútbol moderno. Carlo Ancelotti, el míster prejubilado del fútbol de élite mundial, se jugó el todo por el todo en el partido más importante del año con veinteañeros casi sin experiencia en las alturas que relevaron además al mejor centro del campo que han visto los campos europeos en los últimos 50 años. Como si fuera poco.
La segunda parte del partido contra el Manchester City puso de manifiesto aquello de que los cambios profundos en el curso de la Historia rara vez acaecen con un gran estrépito, sino que más bien se suceden como un murmullo
Todo giró en torno a Vinicius, Valverde y Camavinga. Los dos primeros son ya titulares indiscutibles. Han tirado la puerta. Son los pulmones del Madrid, el nervio amazónico de un Madrid que ha avanzado a través de las eliminatorias en esta Copa de Europa como una legión romana en formación tortuga bajo el intensísimo fuego de las murallas enemigas. Esta doble V aparecía hasta ahora como la división motorizada de la CMK: el exoesqueleto de ese centro del campo dominador, de ese triunvirato que dominó despóticamente la Copa de Europa durante un lustro pero que luego perdió pie con respecto a lo que empezó a hacerse en Inglaterra y en Alemania. Valverde es un box-to-box británico con la presencia de ánimo de un gaucho de Borges y Vinicius es el último ejemplar de la especie en extinción de los extremos brasileños: ambos abrochan y descosen el campo, ambos caminan a cuestas con la bombona de oxígeno de todo su equipo sobre las espaldas porque son los únicos titulares del Madrid con “ritmo europeo”.
La noche del miércoles se confirmó que Valverde y Vinicius no son ya una muleta de Casemiro, Modric y Kroos, sino que por sí mismo apuntalan al Madrid, le dan otro vuelo, otro ritmo, lo ajustan a la sintonía que suena en Europa y posibilitan que los viejos jerarcas aún puedan aprovechar lo que les queda de fútbol sin agotarse consumidos persiguiendo sombras. A esa nueva música se sumó Camavinga con toda naturalidad y con vistas de hacerlo para largo, para muy largo. El mediocentro francés jugó contra el City uno de esos partidos que no tienen retorno, que son punto y aparte en la carrera de un futbolista. Camavinga saltó al campo por Kroos y luego ocupó el espacio también de Modric. Terminó montado sobre un corcel negro, caracoleando desde el territorio Casemiro hasta el del mismo Benzema. Lo dominó todo. Sus 19 años se convirtieron en 19 mil. Jugó con el aplomo de los siglos y asumió la jefatura como si hubiera nacido para ello, como si le perteneciera por derecho divino. Mientras, un poco después, cuando el partido estaba tan maduro que se caía al suelo, Rodrygo se coló por donde no llegaba Benzema. Fue un poco Raúl y un poco Van Nistelrooy. Confirmó esas intuiciones que surgieron el día de su debut, las de que tiene más gol que Butragueño, pero también las de que es un jugador tan especial, tan conectado al “momentum”, que por ahora su hechizo se deshace si no sale cuando el Madrid está agonizando en el umbral del abismo.
Camavinga saltó al campo por Kroos y luego ocupó el espacio también de Modric. Terminó montado sobre un corcel negro, caracoleando desde el territorio Casemiro hasta el del mismo Benzema. Lo dominó todo. Sus 19 años se convirtieron en 19 mil
Rodrygo, también, encarnó ese embrujo madridista en virtud del cual los rivales empiezan a escuchar dentro de su cabeza las voces de los muertos que cantan desde el fondo del tiempo la vieja letanía que promete el gol del Madrid que siempre está por venir. Esa cacofonía siniestra se apodera de cada palmo de sus imaginaciones, las revienta por dentro, dinamitan la arquitectura emocional de los contrarios, acostumbrados a no pensar, a esquemas automatizados en virtud de los preceptos de un gran Dios. En el City, ese Dios es Guardiola, como en el Chelsea era Tuchel. En el Liverpool, es Klopp: entrenadores extraordinarios que construyen equipos que son extensiones extracorporales de sus propias personas, pero que en los momentos de zozobra colapsan antes que sistemas organizados en torno al caos controlado, que canaliza el talento individual y en donde prevalecen las personalidades fuertes. De ese modo, en el centro del Bernabéu empieza a generarse un maelstrom: locales y visitantes se lo empiezan a creer y el gol termina llegando. Ese es el miedo escénico que describió Valdano, la profecía que se cumple una y otra vez, porque el pánico ancestral va tomando cuerpo ante los ojos de los ingleses, de los franceses o de los italianos que visitan el Bernabéu con la cabeza llena de imágenes de santos, de milagros, de apariciones, de fenómenos paranormales y de hechizos. Con la cabeza llena, en una palabra, de leyenda. Si Vinicius es la amenaza manifiesta de un poder que no se cansa, de un poder irreductible al que no se puede matar, Rodrygo evidencia la amenaza fantasma: su cuerpo y su rostro engañan, tiene la pinta de un niño bueno, de un monaguillo, es recatado y discreto, frío incluso, pero sus movimientos no son aparatosos, es puro sigilo, un ninja, capaz de cosas en apariencia imposibles para alguien de su trapío, lo que hace que casi siempre las defensas se confíen.
Todo esto, repito, con los príncipes del segundo mejor Real Madrid de la historia mirando desde la banda. En el verde estaban los niños jugándose las papas. No recuerdo algo semejante en los veinticinco años de memoria consciente que tengo del fútbol. Esto también es el Madrid, donde todo se convierte en maravillosa escenificación barroca del tormento de la existencia. Todo es drama y teatro, pero en el sentido genuino, como cuando en los albores de la dramaturgia los actores se daban muerte de verdad cuando al personaje que interpretaban le llegaba la hora de la verdad. Los jerarcas daban instrucciones a Ancelotti, que con buen criterio se las pedía: no se llega a cinco finales como entrenador sin saber hacer estas cosas, sin administrar los tiempos y los roles como un padre de familia. La transmisión de identidad y valores sucedió ante nuestros ojos, en directo, el mundo pudo ver que lo que el Madrid cuenta de sí mismo todo el tiempo es verdad: tradición, legado y descendencia se representaban a la vez que millones de personas contenían la respiración. El cambio de guardia fue tan atronador que incluyó hasta a Vallejo. Jesús Vallejo hizo honra de su nombre y resucitó de entre los muertos. Si el futuro pertenece a Vinicius, Rodrygo, Valverde, Camavinga y Militao, la irrupción de Vallejo y también de Ceballos en esta serie inenarrable de eliminatorias extáticas que han conducido al equipo hasta la final de París prueba la infinitud del Real Madrid como historia, como narración de proporciones bíblicas. El Madrid no se acaba nunca y en su tragedia, pero sobre todo en su gloria, tiene sitio para todos. Vallejo salió del castillo de Drácula para despejar cinco balones altos. Dio cinco saltos majestuosos y fue Stam, Nesta, Hierro y Maldini a la vez. Ceballos se puso a correr como si la catedral de Sevilla estuviera ardiendo, se hizo dos veces el Bernabéu corriendo y entrando al choque sin miramientos con cualquiera que fuese de azul. Entre los dos ayudaron a contener al City en los últimos veinte minutos de aquelarre de la prórroga. Ellos también merecen un sitio en el barrio de Saint-Dennis el próximo sábado 28.
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Cuando sea más joven, por que ya soy mayor y va a ser ello imposible, me gustaría escribir como Vd lo hace y rememorar con su magistral articulo otras gestas pasadas de este inmortal club, con idénticos protagonistas mezclados entre los que llegaban y los que ya tenían la puerta grande abierta para irse. Solo dos ejemplos: La noche de la remontada al Anderlet de diciembre de 1984, con los Butragueño, Sanchis y Michel, conectando con los Valdanos, Santillana y Juanito.
O la sexta copa de Europa de 1966, con Gento apadrinando en Bruselas a la generación ye ye de los Amancio, Pirri y Velázquez, ente otros. Es en la aleación mágica de veteranos y noveles donde emerge fluida la esencia del Madrid. Honor y gloria in aeternum.
Oiga , pues usted no escribe tan mal, tampoco. Ni mucho menos.
El paciente completo: los extraordinarios partidos del Madrid en esta Champions y los extraordinarios artículos de Antonio Valderrama.
El paquete completo. Perdón por el error.
Antonio , se agradece mucho su prosa, estoy de acuerdo con Jesus F. Sanz : ..."rememorar con su magistral artículo otras gestas pasadas de este inmortal club". Es un placer leer sus artículos para los madridistas. Saludos desde Montevideo. ¡Hala Madrid!
Veteranos y noveles a los que el Barça les metió en el Bernabeu 4 claveles
JAJAJAJA si, pero 0-4!
Una vez más, excelente artículo el del señor Valderrama. No es solo lo que expresa. Es como lo expresa.
Que narrativa tan espectacular,tal cual fue el juego,podría esculpirse,pintarse,cantarse,ser una leyenda de batallas griegas, la imagen de Kroos,Modric y Casemiro contra el City de Pep viendo desde la banda parecería una broma si nos lo hubieran dicho hace 2 meses. Este Madrid es de gestas,de romper y derribar colosos del neo fútbol táctico. La super liga ya existe y se llama Real Madrid,porque sin este Real Madrid que sería del fútbol???
¿A qué un día les propongo a mis alumnos de 2.° de Bachillerato un texto de Antonio Valderrama para que sepan lo que es escribir en lengua castellana? Este hombre no escribe, canta. Y esos ecos evangélicos... Y esa razón en lo que dice... Gracias por su prosa. Madridismo y sintaxis: La Galerna cumple lo que promete. ¡Súbanle el sueldo ya!