El sitio del Madrid es la cumbre. Pero es un lugar virtual, como la posición teórica que inventó Matías Prats el Viejo para las retransmisiones radiofónicas de antaño (“recibe Grosso en la posición teórica de extremo derecho”, por ejemplo. Hubo tiempos en que la información deportiva dejaba sitio a la imaginación y al talento). Y allí está solo. Yo ya era un adulto con toda la barba cuando vi al Madrid ganar su primera Copa de Europa en Amsterdam y, hasta entonces, cada vez que veía acabar una final me decía: el Bayern (o el Ajax o el Liverpool) en la posición teórica del Real Madrid, igual que Grosso podía ocupar la del extremo derecho sin serlo. En estos últimos cuatro años el Madrid ha ocupado factualmente su posición teórica y el sonido de las fanfarrias le ha recordado que está solo en ella. El Madrid juega con todos, pero solo compite con su leyenda. El estrepitoso ridículo del verano culé no ha hecho más que subrayar la evidencia, y de pronto el Madrid –y los madridistas todos detrás– ha mirado hacia abajo, ha visto el abismo y ha empezado a coquetear con él. Nos espera una temporada de vértigo.
El Real Madrid juega con todos, pero sólo compite con su leyenda
El vértigo no es miedo al abismo, sino fascinación por él. Uno mira hacia la profundidad insondable y nota cómo esta lo atrae y lo absorbe como a Ulises el canto de las sirenas. El miedo deriva de la certeza de lo que ocurre si uno se somete a la atracción, por eso Ulises se amarra al mástil del barco. La clave del vértigo madridista está en que al fondo del precipicio está su propia imagen, su propia historia, único modelo que el Madrid conoce y el único que verdaderamente le estimula. Para otros clubs, ganarle al Madrid es un objetivo en sí mismo, pero para el Madrid no puede haber más meta que estar permanentemente a su altura, de ahí que el abismo sea para él también el estanque que le devuelve a Narciso su propia imagen. El Madrid es un club arrogante, sí, no le queda otra; y precisamente por ello debe guardarse de su arrogancia sin que pueda permitirse el lujo de perderla, ese es su desafío.
A principios de la pasada temporada, con la Undécima en el zurrón, el club dio una muestra grandiosa de esa arrogancia que tiene dos variantes, como el colesterol, la buena y la mala. Amenazado por una posible sanción de la UEFA que, de concretarse, le habría impedido fichar en el mercado de invierno, optó por no reforzar una plantilla victoriosa salvo por la recuperación de Morata de la Juventus, que no fue barata, y la de Asensio, cedido al Espanyol. Se estimó entonces que la única necesidad más o menos perentoria era el rearme de su ataque, por más que la persistencia de la BBC, siempre en la diana de la prensa, parecía cerrar el paso a jugadores algo más que prometedores como Isco y James. La apuesta fue un pleno: la veintena de goles de Morata fue una aportación más que notable para hacerse con la Liga y la Duodécima, la BBC estuvo a la altura de sus exigencias –sí, toda la BBC: Bale fue decisivo hasta que se lesionó (y esta vez lo lesionaron, no fue su famosa fragilidad), la intermitencia de Karim dejó su saloncito para la leyenda en el epílogo del Calderón y de Cristiano para qué hablar, aunque tuvo que acabar la temporada para que la prensa berzotas se enterara de todo esto– e Isco y Asensio figuran ya en todos los rankings de cracks. Este verano se ha optado por sostener la apuesta. Florentino y Zidane dijeron después de Cardiff que estaban encantados con lo que tenían y que no hacía falta más. Nadie les creyó, ni siquiera yo, y pasamos los calores muy divertidos por las andanzas paternofiliales de los Neymar, las tribulaciones de Paulinho en China, las visitas de Villar a Soto del Real y cierta convicción desdeñosa de que Mbappé caería como fruta madura. Éramos campeones y el mundo exterior nos rendía pleitesía como un bufón complaciente que se esfuerza en divertir a su rey. Pero resultó que decían la verdad.
Escribo esto después del segundo empate consecutivo en Liga y algo me llama poderosamente la atención. Contra lo que podría esperarse, la prensa, que debe de tener las carnes fatigadas de tanto abrírseles, no carga mucho las tintas e insiste en el buen fútbol del equipo a pesar de los resultados, pero al madridismo se le ha puesto de pronto cara de acelga. De repente se nos ha olvidado la suficiencia mayestática con que se han solventado las supercopas y nos hemos quedado con la mirada fija en el abismo y los dedos metidos en el gaznate de pitar. Si Bale o Benzema fallan ocasiones se les pita a ver si así fallan la siguiente, vértigo en estado puro. Hemos alistado a un manojo de pipiolos con una pinta estupenda para reforzar puestos que están bien cubiertos, una ocasión de oro para que crezcan bien alimentados, pero ya estamos midiéndole los pases con pie de rey a Theo como si tuviera treinta años y hubiera costado ochenta kilos, como si no importara que sea el mejor proyecto de lateral surgido en el fútbol español en años, y además en la izquierda, donde menos abundan.
Sí, yo también creo que la conformidad de Florentino y Zidane después de Cardiff habría requerido retener a Morata –y si no se pudo, no se quiso o no se supo, buscar un recambio en el mercado si Borja Mayoral no parecía suficiente–, pero eso no tendrá ninguna importancia si al final el curso es bueno; los que toman decisiones solo saben que han acertado cuando funcionan. Más me preocuparía ceder al arrullo de los segurolas de la prensa y su sordo runrún: tiquitaca, tiquitaca. Atención, amigos. Bien está tener ese centro del campo de cine que tanto hemos echado de menos a veces en tiempos recientes, pero mesmerizarse contando los cuarenta y cuatro pases consecutivos que precedieron al gol de Casemiro al Depor para enjugarse las lágrimas con aquello de qué bien jugamos y qué poco rematamos sería otra forma de sucumbir al vértigo. Bien está elaborar como nadie, pero el fútbol cuenta los goles, no cuántos pases se dan para meterlos. Zidane no solo es el artista de las rotaciones, sino el del equipo que no juega a nada porque juega a todo, también al bramido del césped al galope de esos malditos atletas que si fuera por Pep estarían más prohibidos que la nandrolona.
¿Pero no era este un madridista happy?, dirán los de los pitos. Y tanto. Pero la felicidad futbolística son las emociones fuertes. Este será el año en que, bien amarraditos al mástil, disfrutamos hasta el éxtasis del canto de las sirenas porque vencimos al vértigo.
Número Uno
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Los goles volverán cuando vuelva el que "solo" mete goles. La defensa seguirá haciendo regalos infantiles porque es su naturaleza. Muchos espectadores seguirán pitando porque es lo que han hecho toda su vida. El Madrid seguirá jugando a ganar, no al ataque ni al toque interminable,por que es a lo que debe de jugar. Los árbitros seguirán intentando por cualquier medio que el Madrid no gane fácil, incluso que pierda , porque les va en ello su sustento . Estos son los tiempos que corren, nada nuevo.