Veremos

Penúltimo episodio de una Liga pródiga en suspense, la jornada del domingo dejó pendiente nada menos que su desenlace, sin perjuicio de sentenciar de manera inapelable un montón de cosas, entre ellas que el VAR puede resultar tan neutral y útil como detectando que Oblak repelió el cabezazo de Budimir cuando ya había entrado medio metro. Acostumbrados a verle contribuyendo a la perversión de pitar penaltis por manos involuntarias, y fueras de juego por más que dudosos centímetros -esto último lo argumenté con cierto detalle en mi columna previa-, es un alivio tenerle al servicio del juego limpio, pues quizá con el tiempo acordaremos reservar las penas máximas a modalidades de juego sucio, por supuesto todas ellas voluntarias.

Otro favor de la jornada fue redondear la comparación entre la pareja de ya seguros aunque todavía indecisos campeones, dos equipos madrileños separados por dos puntos y un goal average favorable al que va segundo, dados hoy a jugar tan distinto como proponen sus respectivos místeres. Acicateados por su inigualado palmarés, los merengues sestean unas veces, otras se aplican con heroico empeño, y en las grandes ocasiones juegan gloriosamente; los colchoneros -llamados así por la funda rojiblanca de los antiguos jergones- van de pupas castigados por la mala suerte en algunos descensos a segunda, y bendecidos por una afición inasequible al desaliento, en agudo contraste con una tribuna de preferencia madridista donde tres fallos seguidos de quien fuere cuestan un sonoro runrún.

Para nada fue siempre así, y aunque la directiva del Atlético no desmienta la versión del Real como equipo de Franco, lo cierto es que el presidente de los blancos fue condenado a perpetua cuando Madrid se rindió –y le hubiesen fusilado por republicano recalcitrante de no ser porque había protegido a innumerables vecinos de las chekas comunistas-, mientras los rojiblancos, otrora sucursal del Athletic de Bilbao en la villa y corte, se rebautizaban como Atlético Aviación Nacional, en homenaje al malogrado García Morato, as de la aviación “sublevada”. De ahí que la hegemonía vasca durante los años 40, fruto eventual de tantos ingenieros y capataces ingleses como atrajo su industrialización precoz, diese paso en los 50 al Atlético de la delantera de seda, cuyos Carlsson, ben Barek y Juncosa fueron la premonición de Di Stéfano, Puskas y Gento.

Esgrimiendo distintas razones, la prensa deportiva lleva un año anunciando la dimisión de Zidane, coautor con Florentino del último arreón colosal del equipo, sin sugerir siquiera nada análogo en el caso de Simeone, por más que su década al servicio del club no roce los logros del marsellés, y quizá su mayor mérito haya sido mantenerlo como tercer gigante del fútbol español. Me encantó por eso oír a ZZ reírse con la última ridiculez en tal sentido, devolviendo al entrevistador de Movistar -en última instancia un empleado del culé Roures- su pregunta:

-¿Así que crees que antes del penúltimo partido voy a decirles a mis jugadores que me voy?

Poco aleccionaría tal cosa a una plantilla, y ver cómo radios, teles y periódicos impresos repiten bajo distintos trajes su váyanse usted y Florentino es otro modo de captar su dramática pérdida de público y anunciantes, pues la gente espabilada -e incluso la mayoría- descubrieron ya que internet es mucho más fiable, siquiera sea porque no pertenece a tres o cuatro capillas sectarias. A mi modo de ver, una plantilla tan excelente como la del Atlético actual ha jugado demasiadas veces a no perder para merecerse victorias holgadas en los últimos enfrentamientos, donde de no ser por algún poste y el portentoso Oblak se habría
dejado puntos.

El Real, por su parte, se da el gusto de lo opuesto, a despecho de andar fundido con algunos partidos más de Champions, la disparatada venta de Llorente al rival y un periodo de inaudito mal fario, donde Marcelo se desploma, Isco vuelve a ser lento, la desgana o yo que sé anula a un crack tan indiscutible como Bale, mientras Hazard ni se acerca a Joao Félix ni Jovic a Morata o Suárez. Para acabar de arreglarlo, toda la defensa titular -Carvajal, Varane, Ramos y Mendy- pernocta en el dique seco, y ni Blanco ni Arribas ni el gélido Odegaard le parecen al míster capaces de suplir a la sala de máquinas genial formada por Casemiro, Modric y Kroos, a despecho de su inmisericorde sobrecarga.

Lo divertido es que queda aún el próximo domingo, donde en principio lo tiene mejor el Atlético, aunque conspira contra la serenidad de sus propios jugadores el dramatismo con el cual se toma la afición colchonera los colores. Vengo de ver con detenimiento su reacción a la victoria contra Osasuna en el minuto 87, tan distinta de la madridista desde la expulsión de
los Ultra Sur, y me cuesta dar por vencido al único equipo de primera fundado “para promover la excelencia” por dos catalanes cosmopolitas en 1902, los memorables hermanos Padrós.