Aunque el Madrid es una fiesta que no acaba nunca, como el París de Hemingway, yo en el verano casi me retiro de esa vida. No tengo fuerzas para asistir al baile de fichajes, sobre todo, ni al de las giras. A mí que me pongan alguna Supercopa para levantarme porque yo el verano, con trabajo o sin él, lo paso en posición horizontal física y mentalmente. El Madrid en verano no me importa mucho, o lo que sea que signifique que yo el Madrid en verano lo vea como la señora Manson Mingott asistía desde su obligada postración a la edad de la inocencia.
Si alguno de ustedes me ve comprobará que no miento. Ni mi cuerpo ni mi pensamiento funcionan como es debido y por eso he de ponerlos, a los dos, en bandeja. A mí en verano me llevan en bandeja. Qué cansancio. Cómo para que me hablen del Madrid, y encima los de siempre.
Lo que ocurre es que el Madrid me llama con esa carita y no lo puedo ignorar. Yo que soy un hombre profundo, de profundos sentimientos y de una sensibilidad poética (cuando nadie me ve voy por ahí imitando al joven Werther), no puedo desdeñar al Madrid, aunque sea en verano y en horizontal, del mismo modo que tampoco puedo desdeñar el gazpacho.
Yo por ambos (cumbres en sus respectivos géneros) hasta me incorporo un poco y doblo la rodilla en mi triclinium como un patricio. Dénme una bonita noticia madridista o un sorbo de gazpacho y podrá afirmarse que hay vida en este ser.
En verano yo sería un nihilista de no ser por el Madrid y por el gazpacho. En los días peores, convaleciente como en un hospital de campaña, mi mujer (qué enfermera tan guapa) me inclina amorosamente la cabeza cogiéndome de la nuca para que pueda beber su gazpacho. Luego, mientras me pasa un paño humedecido por la frente, enciende el televisor y me pone alguna cosa veraniega madridista y yo sonrío como don Vito cuando Michael le dice que él le cuidará.
Así es mi vida canicular. Qué calor. Qué padecimiento. Doy signos de respiración gracias a una gloriosa camiseta blanca y a un delicioso líquido naranja. No me dirán que eso no es sensibilidad. Yo no sé cómo la gente puede vivir en verano sin un abanico auditivo o visual como, por ejemplo, el de que Marco Asensio (ese Kurtz amenazante y al mismo tiempo esperanzador al que vamos siguiendo por ríos congoleños) podría quedarse esta temporada. O el de que Arbeloa va a fichar por el Milán como los mejores. Como Redondo o como Seedorf o como Diego. Súmenle a esto no poder remojarse los labios con sopa fría de hortalizas; perderse ese respingo salvífico que producen el tomate y el ajo frescos en su justa medida.
Yo así sólo contemplo el apocalipsis: saber, por ejemplo, que quien se queda (quien viene) es alguien que responde por Umtiti, el cual afirma como alma en pena que está aprendiendo catalán, mientras le espera a uno sobre el plato una triste escalivada que marea con el tenedor como un pobre niño unas acelgas rehogadas.
Aquí en La Galerna nos preocupamos por esta cuestión y ofrecemos los trescientos sesenta y cinco días del año madridismo y sintaxis y además, en verano, gazpacho. Pero no nos quedamos ahí, sino que también traemos en feliz consonancia caprichosa, estival y galernaútica (y cuarentona) la belleza de la actriz Silvia Marsó, verano puro y madridismo íntimo y barcelonesa madrilizada que adoptó y españolizó el apellido del mimo francés Marcel Marceau, que es lo mismo que si cualquiera de ustedes se hubiese puesto de apellido Zidán.
Al galernauta le empuja la suave brisa de Chamartín y le refresca el suero fisiológico de origen andaluz que, al menos en mi caso, le mantiene las constantes en estos días de plomo en los que uno ve rodar los tumbleweeds que no deben de ser otra cosa que los fichajes del Barsa o del Aleti. Nosotros preferimos ver pasar a Silvia Marsó (de la que no sabemos si profesa simpatía por el equipo de su ciudad de nacimiento o por el de su ciudad de adopción o por ninguno de los dos, pero nos da igual) en un verano de hace muchos años, que es el nuestro.
Es terrible el verano. Y si lo es para uno que puede disponer de antídotos (y para usted, amable lector de La Galerna) con los que contrarrestar sus venenos, no quiere imaginar lo que es el estío lejos de este occidente donde no habrá camisetas blancas, ni se beberá gazpacho (el elixir del eterno madridismo), ni se verá pasar, aunque sólo sea en la imaginación, a una chica favorita de la infancia de inconfundibles aires galernáuticos.
Cuándo y dónde ofrecéis gazpacho en La Galerna que yo no me he enterado 😛 ??
Usted, como D. Quijote, inventa y potencia pasiones para ejercitar el Madridismo y además refrescantes. Magnifico!
De acuerdo con todo salvo con su definición de gazpacho como líquido naranja. Debería usted probar el delicioso gazpacho (ROJO) que prepara mi mujer.
Leyendo su gazpacho sintáctico se me hacía la boca agua porque me pasa como a usted, que no puedo vivir sin gazpacho en verano y sin la camiseta blanca con escudo durante todo el año. También pienso que la sensibilidad es eso o algo muy parecido.
Mucho cuidado: podemos empezar aquí un debate entre gazpachistas y salmorejistas que ríete tú de lo de Mou y Casillas.
Jajaja. Cierto, pero el gazpachero por antonomasia del fútbol español es aún duda el Marqués del Nabo, señor Del Bosque.