Recuerdo bien aquellos veraneos de infancia, allá por los años 70, tan diferentes en cuanto a actividad futbolera a los de este siglo XXI.
Nuestra familia – muy numerosa – solía pasar unos días cerca del mar, ya bien fuera en el Norte – País Vasco francés – o en Levante, pero la mayor parte del veraneo transcurría en localidades serranas cerca de Madrid. Muchas veces en el pueblo de Las Navas del Marqués, provincia de Ávila, con noches a temperaturas relativamente bajas – durmiendo con pijama y manta zamorana – mientras mi padre tenía que seguir trabajando en Madrid en julio con muchos días a más de 40 grados de temperatura.
Los días pasaban entre jugar al fútbol en las praderas, darse un chapuzón en el río Cofio, escalar enormes pedruscos planos en el Risco de Las Navas, o montar en bicicleta por la ruta de las Atalayas o por la Ciudad Ducal. No teníamos televisión, la única que había estaba en la casa de Madrid y no era cuestión de llevarla de acá para allá, aparte de ser un armatoste casi más ancho que largo.
¿Cómo hacer entonces para seguir la pretemporada de nuestro equipo favorito? Para comprar la prensa deportiva había que ir hasta el kiosko del pueblo, y suponía un largo paseo. Los jueves, sí, por supuesto, era el día en que salían a la venta todos los tebeos infantiles, de periodicidad semanal: Pulgarcito, Tío Vivo, Din Dan, DDT, Lily - para mis hermanas -, todos ellos de la Editorial Bruguera, algunas veces también Jabato Color o El Corsario de Hierro. Los jueves por lo tanto convencíamos a mi madre para ir en tropel hasta el kiosko y hacer buen acopio de tebeos, además de comprar el Marca y el As. Poca lectura futbolera pues, aunque los fines de semana mi padre compraba ambos diarios deportivos también.
De vez en cuando, por las noches escuchábamos en una chicharra “Radiogaceta de los deportes” a la hora de cenar, con Juan Manuel Gozalo de presentador, pero es cierto que en julio había poca actividad sobre fútbol, y las noticias se centraban sobre todo en el Tour de Francia, con las batallas que daban Luis Ocaña y el Tarangu Fuente al caníbal Eddy Merckx por los puertos pirenaicos. Así que de los fichajes del Madrid sabíamos bien poco. Tampoco había presentaciones multitudinarias como hoy en día, ya que solían ser a puerta cerrada y sólo para la prensa.
La mejor forma de enterarse de todo era comprar el calendario Dinámico, de la editorial zaragozana Tomás Tocino e Hijos, que era una especie de biblia del fútbol en formato liliputiense (debía ser un librito de 10 * 12 centímetros como mucho) en el que había infinidad de datos sobre la temporada anterior de liga, tarjetas amarillas y rojas, cambios, goleadores, alineaciones, además de unos códigos que ríanse ustedes de la máquina alemana Enigma de la 2ª Guerra Mundial, y que servían para descifrar datos como asistencia a los estadios, temperatura a la hora del partido, actuación del árbitro y ¡hasta si el equipo local había sido recibido con ovación, con silencio o con una pitada! Además, por supuesto, incluía un completísimo calendario para la temporada siguiente, con fichas de los jugadores, estadios y equipos.
Para convencer a mi padre de que me comprara el Anuario Dinámico, que costaba un dineral – 25 pesetas de 1972 cuando el Marca costaba apenas 5 – había que haberse portado muy bien buena parte del verano, además de tener que ayudar en las tareas del hogar. Pero una vez conseguido, uno ya no podía soltar el Dinámico hasta septiembre o quizás hasta el verano siguiente, tal era la cantidad de información que aportaba sobre todos los clubs de Primera y de Segunda División, un torrente de estadísticas que sería capaz de saciar al mismísimo Alberto Cosín, genio de los datos donde los haya (ni Maldinis ni Pedritos Números, háganme caso).
Recuerdo que, en una ocasión, mi padre nos llevó a dos de mis hermanos y a mí hasta el puerto de Navacerrada, al célebre hotel Arcipreste de Hita, donde por aquel entonces se concentraba el Real Madrid al regreso de las vacaciones de los jugadores. No eran por supuesto épocas de pretemporadas en China ni en Canadá, ni siquiera aún en Suiza o en Austria. Algunos años después recuerdo que el Madrid estuvo en la provincia de Orense, en el pueblo de Cabeza de Manzaneda.
Debido a que mi padre conocía a Raimundo Saporta por haberle dado clase en el Liceo Francés, nos dejaron pasar unos momentos a un salón donde los jugadores descansaban tras haber almorzado en el hotel. Hoy en día nos habríamos hecho sin duda selfies y numerosas fotos con los móviles, pero las cámaras fotográficas de entonces eran pesadas y bastante caras – sólo para comuniones y aniversarios especiales – y no pudimos plasmar para siempre en papel fotográfico el hecho de haber estado tan cerca del míster, Miguel Muñoz, o de ídolos como Amancio, Pirri, Zoco, Grosso, Velázquez y el joven Santillana, recién fichado esa temporada, o quizás la anterior. A diferencia de hoy en día, no había prácticamente ningún aficionado pululando por el lobby y tampoco periodistas, y los futbolistas se mostraron muy amables; se notaba que en esas semanas de concentración les molestaba muy poca gente por lo que estaban relajados y afables.
Ya en el mes de agosto, comenzaba una actividad importante de partidos amistosos, prácticamente en su totalidad jugándose en España. Trofeos míticos por entonces, la mayoría de ellos caídos en el olvido o simplemente desaparecidos. Trofeos prestigiosos en todos los sentidos, ya que al prestigio de ganarlos se unía el hecho de conquistar como botín numerosos kilos de plata y de piedras decorativas, como la torre de Hércules del Teresa Herrera de La Coruña, la carabela del Colombino de Huelva, el enorme castillo del Ciudad de Vigo o el barroco y elegante Ramón de Carranza gaditano, que además tiene el honor de haber sido sede del primer partido en el mundo con una tanda de penaltis para dilucidar el vencedor, un invento del periodista local Rafael Ballester, allá por 1962.
No recuerdo que se retransmitiera ningún partido de dichos torneos amistosos por televisión. En cualquier caso, al no disponer del aparato, tampoco habríamos podido verlos en directo. Pero sí que teníamos varios transistores por la casa alquilada, y recuerdo decenas de retransmisiones radiofónicas de partidos veraniegos, casi siempre en horas muy tardías – la final del Carranza empezaba a las 10 y media de la noche -. Mi padre y yo -a veces se unía mi madre y algún hermano de los mayores que no había salido a dar una vuelta a la discoteca del pueblo o a la de Navalperal de Pinares- nos quedábamos tomando la fresca en la terraza, tras haber cenado, y escuchando los lances de unos partidos jugados a centenares de kilómetros pero en los que nuestro Madrid se jugaba su prestigio en Alicante, Oviedo, La Coruña o Cádiz, muchas veces contra equipos brasileños como Palmeiras o Cruzeiro, argentinos como Independiente o Estudiantes, contra el Peñarol uruguayo o el América mexicano. Partidos eternos, con prórrogas o interminables tandas de penaltis que terminaban más allá de la una de la madrugada, partidos muy calientes, donde era fácil que acabaran expulsados por tarjetas dos o tres de los nuestros o de los brasileiros. Donde el héroe había sido nuestro meta Miguel Ángel por detener dos penas máximas o bien habíamos escuchado, que no visto, el debut de Pinino Mas o de Netzer o del Chupete Guerini. Y donde la victoria en un Costa Blanca ante el Hércules o la derrota en un Ramón de Carranza ante el Palmeiras se vivían con tanta intensidad, alegría o decepción como un encuentro de Liga en el Bernabéu.
Otros tiempos, en definitiva. Tiempos de comprar también los álbumes de cromos de ediciones Fher para empezar a conocer a los rivales recién ascendidos de Segunda, al Pontevedra, al Sabadell, al Córdoba, al Elche. Para saber que Pesudo había salido del Valencia para fichar por el Betis, que Rafa Marañón dejaba el Madrid con destino a Sarriá y que Miguel Reina venía al Atleti tras su paso por el Barcelona. Y que el estadio del Elche se llamaba Altabix y que el pobre Pedro Berruezo se dejó la vida tras un infarto en el estadio de Pasarón en Pontevedra. Y que el mes de septiembre estaba cada día más cerca, que las vacaciones estaban acabando pero que volveríamos a Madrid para volver a reencontrarnos con los amigos del colegio y para ir cada 15 días de nuevo al Santiago Bernabéu, motivación descomunal. Volveríamos a encontrarnos con aquellos ídolos que tan solo habíamos visto últimamente en los cromos, y cuyas hazañas estivales nos había narrado Radio Madrid en aquellas veladas interminables vividas en la sierra abulense.
¡Qué bonitos recuerdos!
Athos, está muy bien que compartas con los madridistas los recuerdos de tus veraneos futboleros en los 70s, y de paso los jóvenes se pueden enterar de cómo era la vida y el fútbol en esa década..
Saludos
No había nacido por entonces, pero si recuerdo mis Carranzas o Teresa Herrera, subiendo de la playa o de la calle para verlos con muchísima ilusión.... Bendita juventud.
Me has trasladado a mi época infantil...
Después del Tour de Francia en julio nos quedábamos varias semanas huérfanos de deporte hasta que comenzaban las pretemporadas y los torneos veraniegos..
Como han cambiado los estilos en las equipaciones e incluso en los cortes de pelo, en aquella época, recuerdo que tenían muchos de ellos el pelo muy largo, cosa que no creo que le hiciera muy feliz a Don Santiago
Bueno, Oscar, Bernabéu tuvo que aguantar la pelambrera "abisinia" de Paul Breitner, entre otras. Muchas gracias por tu comentario, querido.
El carranza y el colombino lo televisaban siempre
Quizás a finales de los 70, me extraña mucho que en el 72 o 73 se televisaran. Pero, en cualquier caso, no teníamos televisión en el pueblo, así que había que escuchar la radio. Muchas gracias por su comentario, por supuesto, amigo Pedro.
Muy buenos recuerdos de aquellos años, no los que ahora nos toca vivir.