Sé poco de fútbol, por tanto, más que las tácticas, me calan otras cualidades y señales atesoradas y emitidas por los futbolistas. A veces una actitud, otras un gesto, a través de los cuales compongo una idea sobre ellos. La ascendencia que emanaba Kroos y una plasticidad propia de Bernini a la hora de arrullar el balón conformaban el concepto de jurisdicción futbolística que me venía a la cabeza cada vez que lo veía jugar.
Con el heredero de su ocho infinito me ocurre algo similar pero diferente. La solvencia de Fede Valverde está más que demostrada. Sus virtudes técnicas, tácticas y físicas han sido glosadas por entendidos en la materia y por los dibujantes de flechas (que no siempre hacen el indio, los hay muy atinados). Sin embargo, a mí lo que me llega adentro es otra cosa.
Valverde me ganó con su manera de celebrar los goles, una explosión de madridismo, una detonación de dicha, un estruendo de felicidad que le nace del alma y canaliza al exterior sin pasar por el filtro restrictivo de la razón, la cual reserva para el resto de su desempeño.
Fede celebra los goles con el instinto del principio de los tiempos. No prepara el gesto porque la alegría no se ensaya, brota. No diseña una celebración característica que sirva para consolidar su marca y aparecer en los videojuegos. Y precisamente por ello, sin proponérselo, ha patentado la más auténtica.
Fede celebra los goles con el instinto del principio de los tiempos. No prepara el gesto porque la alegría no se ensaya, brota
Ayer volvió a bramar ese sentimiento blanco que alberga después del pepinazo que supuso el 2-0 en Butarque. Fede eroga todos sus caballos de potencia cuando chuta y su grito surca el aire como los gases de escape de un caza. Como dice mi buen amigo Nanook, «Valverde trasciende de Halcón y es un F22 Raptor».
Contra el Leganés, además, cumplió un sueño, ser capitán del Real Madrid. Como hemos mencionado en el portanálisis de hoy, un hecho que profetizó nuestro Fred Gwynne: «Valverde acabará siendo capitán del Real Madrid. Y esto, más que un deseo, es una certeza».
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— Real Madrid C.F. (@realmadrid) November 24, 2024
Valverde no es George Best ni Ronaldo Nazário, no es un futbolista que epate de primeras a todo el mundo, incluidos a los que no sabemos mucho de esto. Es un jugador hidráulico que emerge merced a un impulso irrefrenable y termina por resultar imprescindible en el juego. De modo que necesitó más tiempo para ser apreciado de forma mayoritaria.
Valverde no es un amor a primera vista, sino una pareja fiel que te seguirá queriendo cuando llegues a los 64. Y más allá. No te enviará una tarjeta el Día de los Enamorados porque es una cursilada, pero el uruguayo siempre estará ahí, ya sea para arreglar los fusibles cuando se vaya luz en el lateral derecho, para tejer un suéter junto al fuego de la medular o para pasear los domingos por la mañana caminito a Chamartín. Y esto, más que un deseo, es una certeza.
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El Madrid es un club universal, su capitán puede haber nacido en Montevideo, en Angola o en Zadar y ser madridistas como si de Leganés, Móstoles o el mismo distrito de Chamartín fueran sus lugares de origen, es lo que algunos no ven cuando e quejan de con cuántos españoles juega el Madrid o incluso que si está lleno de negros, intolerable, ah, y yo quiero que a la cantera se le dé más bola y que si hay un buen jugador español fichable se vaya a por él, pero si gana con 11 extranjeros seguirá siendo el mismo Madrid.
Coincido en todo menos en que no es un amor a wprimera vista. En mi caso, desde su debut en el Real Madri estaba seguro que era especial e iba para crack. Igual me pasó con Camavinga. A estos jugadores los ves moverse por el campo, tocar el balón, asociarse y sabes que son distintos.
Tenemos equipo para rato!