¿Qué es el fútbol? Lo fácil sería contestar que un deporte en el que se enfrentan dos equipos de once jugadores cuyo objetivo es marcar más goles que el rival para ganar el partido. Y todo dicho así, de sola una vez, sin comas y gestionando con habilidad de contable el aire de los pulmones, como si se recitara de memoria el prospecto de una pomada antihemorroidal. Sin embargo, basta con reflexionar sobre ello dos segundos para comprender que el análisis de la cuestión encierra una mayor dificultad. Se explica mejor con ejemplos. El fútbol, dicen, es como la vida, la misma cosa, la misma sustancia, pero expresada mediante un código distinto, equivalente. Y qué hay más complejo que la propia existencia. Cuando rueda el balón, nuestras filias y nuestras fobias cotidianas se transmutan en espinillera y lengüeta, en sudor y choque, en pase y filigrana, en remate y en abrazo, aunque todo contenido en algo más de noventa minutos.
Por mencionar otro paralelismo quizás más ilustrativo, es algo parecido a lo que ocurre con el cine. En su obra ‘La imagen-tiempo’, el filósofo francés Gilles Deleuze acuña el concepto de ‘imagen-cristal’, esto es, una imagen compuesta por dos caras, la “actual”, entendida como ‘lo real’, y la “virtual”. “En términos bergsonianos -por el Premio Nobel Henri Bergson-, el objeto real se refleja en una imagen en espejo como objeto virtual que, por su lado y simultáneamente, envuelve o refleja a lo real: hay ‘coalescencia’ entre ambos”, indica. Pero no nos engañemos: si nos fascinan estas dos disciplinas, la balompédica y la cinematográfica, no es tanto por sus paralelismos con todo cuanto acontece allende el césped y la pantalla, sino por las ventajas que ofrece con respecto a ello.
Este viernes santo de 2023 el sol luce de manera especial, casi optimista. El Real Madrid ha ridiculizado al Barcelona con un histórico cero a cuatro en el Camp Nou para pasar a la final de Copa, y lo ha hecho con Modric y Kroos en el terreno de juego. Llevan jubilándolos no sé ya cuántos años, pero llegaba uno de los encuentros más importantes de la temporada y los que jugaron otra vez fueron ellos
Desayuno tardío tras una noche revuelta. Cada vez estoy menos para estos trotes. Antes las 4 de la mañana eran una oportunidad, ahora son una meta. Antes las horas eran fugaces en la madrugada, ahora se dilatan de manera preocupante. Antes volver a casa era una pausa, ahora es un premio. Antes la mañana del domingo no existía, ahora es aprovechable. Antes estaría repasando la previa del Clásico en la prensa y ahora ocupo ese momento divagando sobre mis facultades perdidas. Antes iría a ver el Clásico a un lugar concurrido -un bar, la peña-, ya se sabe, para empaparme del ambiente agitado; hoy, sin embargo, lo veré en casa. Solo. Conforme vas cumpliendo años, agradeces ahorrarte a algún cuñado tratando de sentar cátedra futbolística desde la barra mientras le sirven otro jotabé en vaso de tubo. Las soflamas de sanedrines tabernarios, sólo para cuando yo sea uno de los rabinos. La cosa va, en definitiva, de aguante. De tener menos aguante, vamos.
Henry Fonda, en una entrevista de 1965, confesó lo afortunado que se sentía por ser actor. "Actuar para mí es ponerme una máscara. La peor tortura que puede sucederme es no tener una máscara tras la que ocultarme", dijo. Ver un partido de fútbol es como ponerse una máscara. Durante casi dos horas aparcas tus miedos, tus males y tus demonios. En ese contexto, te lamentas por no tener la capacidad de dilatar las horas, los minutos y los segundos para postergar lo máximo posible el fin del oasis y el reencuentro con la cruda realidad: eres esclavo del tiempo y de una nómina mileurista. Mientras esperas el milagro imposible, lo único que importa es tu equipo, y en ese tribalismo incluso tu peor enemigo se convierte en tu hermano si su escudo es el mismo que el tuyo. Por supuesto, hay escudos y escudos, camisetas y camisetas, estilos y estilos. Una vez le preguntaron a John Ford qué era para él el cine. "¿Usted ha visto caminar a Henry Fonda? Eso es el cine", respondió.
Este viernes santo de 2023 el sol luce de manera especial, casi optimista. El Real Madrid ha ridiculizado al Barcelona con un histórico cero a cuatro en el Camp Nou para pasar a la final de Copa, y lo ha hecho con Modric y Kroos en el terreno de juego. Llevan jubilándolos no sé ya cuántos años, pero llegaba uno de los encuentros más importantes de la temporada y los que jugaron otra vez fueron ellos. Como dice Deleuze en su libro, “el tiempo se desdobla a cada instante en presente y pasado, presente que pasa y pasado que se conserva”. Con la euforia todavía circulando por mis venas, busco en YouTube vídeos del resumen de la gesta. No sé explicar por qué, pero, tras ver la jugada del primer gol de Benzema, el cero a dos, hago click en el icono de pause, retrocedo unos segundos el timeline y vuelvo a darle al play. Y así una vez y otra, hipnotizado por el poder que confiere la posibilidad de parar el tiempo y manejarlo a mi antojo. ¿Que qué es el fútbol? ¿Ustedes han visto caminar a Luka Modric?
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