Podríamos decir que la cosa empezó el nueve de julio de 1994. En el minuto 62 de los cuartos de final del partido Brasil – Holanda, Bebeto marca el 2-0 y se dirige hacia la banda balanceando los brazos de un lado a otro simulando que acuna a un bebé. Al momento, sus compañeros Romario y Mazinho se le unen en el movimiento. “Fue un gesto espontáneo, lleno de amor, de ternura. Un gesto tan simple, tan espontáneo, venido del corazón. Era un homenaje para mi esposa y mi hijo recién nacido. Y sinceramente, no sabía que iba a tener toda esta repercusión” declaró Bebeto. Luego todo ha sido un no parar, así, y cito alguno de los ejemplos más conocidos, vimos en 1997 a Leandro festejar un gol simulando que orinaba como un perro, en 1999 a Robbie Fowler celebrarlo aparentando que esnifaba cocaína y más en la parte que nos toca, a Roberto Carlos, Ronaldo y Robinho haciendo la cucaracha en Mendizarroza en 2005. Arqueros, chupetes, corazones con los dedos, buscar la cámara para mandar besos, señalarse el número con los pulgares, tanto gesto que uno no sabe si los futbolistas están usando la lengua de signos o si están haciendo indicaciones para que aparque un avión. El gol, la máxima expresión del fútbol, se ha convertido en la manifestación de lo hortera, lo cutre y sobre todo el individualismo.
El gol no lo marca sólo el que tiene la fortuna de introducir la pelota en la portería rival, es la culminación de una obra coral y como tal, su celebración debería ser idéntica. Lo normal siempre ha sido que el futbolista que metía el gol se abalanzara sobre sus compañeros o estos sobre él, pero ahora, este individualismo que se ha instalado en la sociedad, hace que el goleador primero ejecute su performance particular y luego ya si eso choque las manos con los compañeros, todo lo más. Por eso me ha gustado que precisamente dos jóvenes, que quizá sean los que más interesados estén en reivindicarse a título particular, al marcar sus primeros goles con la camiseta del Real Madrid, lo primero que hayan hecho sea celebrarlo con sus compañeros, a la antigua usanza. Así, Valverde y Rodrygo, tanto en liga como en Champions League, se han convertido en ejemplo de la colectividad por encima del individualismo, de lo que ha de entenderse como un bloque en el que todos tienen su labor y todos colaboran a la hora de que la puñetera pelota traspase la línea de la portería contraria. No estaría de más inculcar esto a los niños de las canteras de todos los equipos, y colocar en el frontispicio de Valdebebas las sabias palabras de D. Alfredo Di Stefano: “Ningún jugador es tan bueno como todos juntos”. Amén.
Pues eso: Amén! Gran verdad
Hola Yebrita. Llevas unas jornadas muy ajetreadas comentando todos los artículos. Me encanta porque eres bastante realista, consecuente y razonas muy bien tus opiniones, con las que, evidentemente, no estoy siempre de acuerdo.
Don Alfredo era un sabio, ¡qué gran frase! En ella se resume todo lo que es jugar en equipo y tiene aún más valor cuando la dice un jugador que estaba a distancia estratosférica de sus compañeros.
Creo que el Real Madrid ahora mismo es un equipo. Que siga así.
Karim Benzema lleva toda una carrera poniéndolo en práctica: siempre celebra el gol con la grada y los compañeros, nunca se reivindica. El mejor capitán.
Plas, plas, plas...
Yo siempre que hago un informe bueno en mi trabajo lo celebro moviendo los dedos en círculos y fingiendo hablar por teléfono con mi mujer como hace Sergio Ramos.