Enorme. Magno. Brillante. Supremo. Desgarrador. Viva la afonía. Vivan los saltos de los niños, los padres y los abuelos. Vivan los nuestros, viva el tres mil veces nueve, viva la madre que parió a Lukita Modric. Y viva el resacón que aún arrastro. Viva la pasión merengue. El escudo. Todo está en el escudo. Que he tenido que dejar pasar dos días para asentar el éxtasis antes de sentarme a escribir, descender a la tierra, y no aparecer ante ustedes flotante como un beatillo de la Orden Madridista, en primera fila de irradiación de la gloria merengue.
Que la del miércoles fue la “noche blanca” de los infartos, la que cantó Loquillo sobre los versos de mi querido Luis Alberto de Cuenca: “Qué blanca está la noche del placer. Cómo invita / a cambiar estas manos por garras de pantera”. Que nos los comimos entre todos, que fuimos partícipes de la gesta, que el Real Madrid no fueron once sino once millones de gargantas empujando a un adversario que, preso de la melancolía, no supo encajarlo, nunca va a entenderlo. Entre tantos, quizá el análisis más certero lo ofreció en su editorial Josep Pedrerol: “Esto es el Real Madrid”. No es nada que podamos explicar con palabras, y menos, algo que podamos explicar a un tipo que piensa que montar un equipo de fútbol legendario es como jugar al Monopoly.
Enorme. Magno. Brillante. Supremo. Desgarrador. Viva la afonía. Vivan los saltos de los niños, los padres y los abuelos. Vivan los nuestros
Que fue la comunión total del Bernabéu. El empuje. El talento. Y el honor. Toda la historia del Madrid empujando cada dorsal. Con el gol de Mbappé, la eliminatoria estaba lejísimos. Por lo que veíamos en el campo, imposible. Y no fue otra cosa que el espíritu madridista, la lucha, La Galerna y la galerna, la valentía, la renuncia a darse por vencido, la casta y las agallas, lo que levantó la alambrada para que salieran nuestras bestias a devorar franceses crudos, provocándole un telele divertidísimo al jeque, que del susto perdió petróleo por los poros, que en quince minutos pasó de jeque a jaque, y poco después, a jaque mate, fue engullido por el desagüe del olvido de la historia del fútbol, y a punto estuvo de arrastrar también por la alcantarilla al sobrevaloradísimo Messi, y a Neymar y su peluquero errante. Allá os canten rancheras los culés, que esto es otra cosa, esto –tal vez ahora Mbappé haya empezado a entenderlo- es el Real Madrid. Y con esto me refiero a Benzemá de rodillas con los ojos cerrados y el rostro elevado hacia las gradas, y a Modric haciendo el mono en la barandilla del vestuario y provocando el aluvión de memes más divertidos de la historia del fútbol. A todos, a todos los nuestros, no sería justo dejar de mencionar a ninguno.
Y conviene recordar que el partido comenzó a ganarse días antes, contra la Real Sociedad. Que fueron los aficionados empujando al equipo, y Modric y Camavinga rompiendo la red, y esos once salvajes echándose el equipo a la espalda, para recargar las baterías de la moral de cara al partido contra el PSG de las mil estrellas y cien pozos de petróleo, que entretanto agonizaba ante el Niza. Se ganó también en la tarde, cuando los madridistas recibieron a los jugadores en la puerta del estadio con una sobrecogedora humareda, con un sinfín de cánticos, haciéndoles sabedores del secreto mejor guardado: que no estarían solos a la hora de la épica. Así, así ganó el Madrid.
Después de todo, una vez más, el Real Madrid ha partido la Champions League por la mitad. La ha pulverizado. Y esos vapores que recorren la galaxia son los sollozos de Aleksander Čeferin y del antimadridismo, rendidos todos a la grandeza, resignados ante la evidencia. Porque lo que jugamos el miércoles era una final, se mire como se mire. Lo que venga ahora, Dios dirá. Pero ahí queda una noche para la historia de las emociones madridistas, una explosión de rabia y honor, una gran borrachera de pasión por el fútbol, capaz de hacer brotar las lágrimas en los ojos de varias generaciones de seguidores del club, que no es uno más, ni es más que un club, ni leches, sino que es sencillamente el club más grande del mundo.
Enorme Itxu, posiblemente el artículo más fiel y más acertado para definir nuestro club y la noche que vivimos el miércoles.
Me ha parecido extraordinario este articulo, en toda su extensión. Es fiel reflejo de lo pudimos ver el miércoles en el Estadio Santiago Bernabeu. Y me hago una pregunta, que sé que no tiene respuesta. cual és - porque existe tanto anti-madridista -cuando es el mejor equipo español que nos representa a todos los españoles
Porque éste es un país de banderas. 18 comunidades autónomas con sus distintas lenguas y banderas y cada una mirando de reojo a su comunidad vecina para que no tenga más derechos ni más beneficios que la suya, al margen de la gestión y la capacidad de cada comunidad . Yo tengo mi bandera y mi lengua y yo defiendo mi cortijo, sólo me siento español cuando tengo necesidad por la pandemia o la falta de recursos,ahi si que todos se declaran españoles y se hermanan. Esa es la puta mentalidad, y así se traslada al fútbol :gana más el Real Madrid, pues yo quiero ser como él o más que él y si no puedo pues le envidio y / o le odio.
Excelente comentario con el que no puedo estar más de acuerdo. Sólo haría un matiz: no es tanto que éste sea un país de banderas, sino que, y como queda bastante sentado en el comentario, es un país de envidiosos. Las banderas no son más que la manifestación de la necesidad de diferenciarnos en nuestro ejercicio de nuestro deporte nacional: la envidia.
Si a cada pueblo le definen sus virtudes y sus defectos, es evidentisimo cuál es nuestro pecado capital. Por supuesto, al español le adornan muchas virtudes, como la generosidad y la solidaridad con el prójimo, aunque, también hay que decirlo, se manifiesta muy de vez en cuando, y especialmente en las grandes vicisitudes, como ahora con la guerra en Ucrania, o cuando los atentados del 11-M de los que hoy mismo se cumplen 18 años.
Es importante que los pueblos se conozcan a sí mismos, conozcan su idiosincrasia, su historia, sus defectos y virtudes.
Brillante artículo. Felicitaciones.