Hastiado de la desproporción del ruido que acompaña a cada mínimo traspiés del Madrid, uno ha aprendido que lo mejor es armarse de paciencia y evitar las páginas deportivas como si de la peste se tratase. De manera que, tras el desagradable incidente balear, mi semana está consistiendo en evitar fijar la vista en los televisores de mi alrededor —propósito relativamente sencillo—, en esquivar los whatsapps sin gracia de algún pesado amigote —aspiración incluso reconfortante— y en desconectarme de las redes sociales; desafío que, con no poca vergüenza, he de reconocer como el más difícil. En mi búsqueda afanosa de un refugio a pruebas de bombas, finalmente se me encendió la bombilla y el otro día recurrí a la inmersión en varios suplementos culturales. Aquí estoy a salvo, me dije de inmediato. Al fin y al cabo, por más que algunos quieran llenarse la boca, la realidad es que, si exceptuamos a La Galerna y a cuatro locos más, lo de mezclar cultura y fútbol no se estila demasiado en España. Como si el destino quisiera darme la razón, la contemplación del primer artículo de literatura, una semblanza de Franz Kafka aprovechando el centenario de su fallecimiento, dibujó una tranquilizadora sonrisa en mi rostro.
Sin embargo, a medida que engullía la sarta de tópicos predecibles, mi alivio inicial se vio terriblemente menoscabado. No solo debido a que leer un listado de clichés estúpidos enfurece a cualquiera, sino porque la puerilidad de las reflexiones me empujaba a mezclarlas con mis inquietudes previas, acaso para tratar de convertir en mínimamente interesante aquel pastiche. Pensaba, por ejemplo, en el adjetivo kafkiano, manoseado hasta la extenuación, al punto de perder a menudo su significado auténtico. Puestos a emplearlo a capricho, ¿por qué no atribuirlo a la atmósfera insoportable tras un empate del Madrid, que combina la angustia con el absurdo? Convencido del acierto de mi soberbio hallazgo, en ese instante abandoné mis intenciones originales y me ocupé en pasar a Kafka por el tamiz del Real Madrid, o al Real Madrid por el tamiz de Kafka.
El Madrid y Kafka llevan un siglo “sin jugar a nada”
Antes de que los lectores me lancen sus reproches y comiencen las acusaciones de obsesión, les advierto que no estoy dispuesto a claudicar. Al contrario, aun a riesgo de ser considerado un valentón, he de afirmar que, cuantos más rasgos analizaba de lo que conozco de la obra del escritor centroeuropeo, más genuinamente persuadido me hallaba de lo apropiado de mi descubrimiento. Con qué equipo iban si no a identificar a Kafka, pregunto. El individualismo que caracteriza a sus creaciones las convierten en incompatibles con instituciones intrínsecamente tendentes al gregarismo, como el Atlético. ¿Con el Barcelona, quizá? No me hagan reír. Si Joseph K. hubiera sido culé, el Proceso habría acabado en el primer capítulo. Los vigilantes, los jueces y los funcionarios sin rostro que llevan al protagonista a las más profundas cotas de desesperanza y a la muerte —mantengo el spoiler porque, si no habían leído la novela a estas alturas, los juzgados deberían ser ustedes— no se hubieran atrevido a acusarle de nada injusto: al revés, se habría tratado de un Proceso inverso, con el sistema empeñado en salvarlo a cualquier precio.
Por el contrario, el Madrid de Ancelotti se encuentra en mitad de su particular metamorfosis; la cual, por cierto, también incluye la llegada e integración de un bicho nuevo. En todo caso, las similitudes entre Kafka y el club blanco no se quedan en estas literalidades más o menos cómicamente forzadas. Si hablamos del carácter literario del bohemio —gentilicio, no apelativo—, el vínculo con el Madrid resulta aún más evidente. No solo porque su gusto por el cuento breve pueda identificarse con el nuevo estilo directo al que los merengues parecen condenados en el tiempo d. K. —después de Kroos—. Hay más: la obra póstuma de Kafka tuvo que enfrentar las venenosas acusaciones de algunos críticos que atacaban la sobriedad de su prosa, recriminándole una cierta pobreza léxica. Hombre, hombre. ¿No nos suena esto al sempiterno latiguillo que acompaña al Madrid desde tiempos inmemoriales, sentencia celebérrima ante la que no cabe absolución posible? No faltará quien se atreva con que, después de todo, el Madrid y Kafka llevan un siglo “sin jugar a nada”.
El individualismo que caracteriza las creaciones de Kafka las convierten en incompatibles con instituciones intrínsecamente tendentes al gregarismo, como el Atlético. ¿Con el Barcelona, quizá? No me hagan reír. Si Joseph K. hubiera sido culé, el Proceso habría acabado en el primer capítulo
Confío en que, a estas alturas, los lectores se encuentran ya totalmente entregados a mi causa. Les cuento que, en mi estado de efervescencia, ayer terminé de subrayar el suplemento cultural, tan mediocre como a la postre sugerente, plenamente consciente de que habría tantas semejanzas como para llenar un ensayo entero. Ahí va una más: el desprecio por su uso del alemán por encima de la lengua de su patria chica, ¿no lo hermana con las pesadeces que muchos hemos de soportar por parte de aquellos inquisidores que levantan el dedito alegando que si naces en Sabiñánigo o en Andújar estás inevitablemente condenado a alentar de forma exclusiva al equipo local? En fin, para qué seguir. La semana del ruido casi ha finalizado, y servidor, henchido de satisfacción, se halla convencido de que, si bien el Madrid perdió dos puntos en Mallorca, ha ganado para siempre un adjetivo y un escritor. El Valladolid espera el domingo, casualmente el día del cumpleaños de Martin Amis. Espero que los muchachos no lo conviertan en necesario, pero yo ya he ido desempolvando mi ejemplar de Koba el temible. Por si acaso.
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Es verdad que el Madrid se encuentra en plena transformación. El hecho de haber perdido a Kroos y que Jude tenga que sustituirle, lleva aparejado una serie de cambios en el juego. Para mí, la solución de Ancelotti es la correcta, ya que permite que puedas jugar con tres arriba y que el dibujo sea más equilibrado siempre que se distribuyan bien los espacios. Eso sí, es necesario que la presión intensa empiece con los de arriba y continúe con los demás adelantando líneas, defensa y media incluidas. Sin intensidad y ayudas por parte de los extremos el equipo se partirá y se descompondrá. Creo que Carlo debe insistir en este modelo y cambiar a 442 solo en determinados partidos, donde no podamos dominar el centro del campo y necesitemos uno más.
No me acuerdo de haber visto al Madrid presionando bien arriba en los últimos tiempos so menos, como mucho sus jugadores de arriba si que he visto que bajan a defender pero en grandes partidos, de verdad que no lo veo por eso prefiero desprenderme de uno de los de arriba (Rodrygo) para poner un cuarto centrocampista que enlace el centro del campo con la delantera (Brahim o Güler), las cualidades que tienen además estos dos muchachos son distintas a las de los tres jugadores de arriba.
Hola Vastic. El año pasado presionamos bastante bien. El Madrid no es un equipo de ataque, casi nunca lo ha sido en su historia. Es un equipo de contraataque y que suele adaptarse a lo que le pide el rival. Por eso creo que el sistema debe adaptarse a los jugadores. Yo prefiero que juguemos con Rodrygo, Guler o Brahim en ese orden antes q con otro medio pero para eso necesitamos mucha intensidad y creo que va a resultar complicado.
Genial analogía. Enhorabuena.
Sobre su obra dicen los más estudiosos de Franz Kafka que no está claro lo que quería decir o cuales eran , en realidad , los motivos subyacentes a su misterioso mensaje. El proceso y La metamorfosis , formidablemente explicados por Pablo Rivas, se pueden relacionar con el Real Madrid y otros agentes menores. Y el Castillo, concretamente la estructura física en la novela de Kafka, lo veo reflejado en el Tinglao como símbolo de algo inalcanzable. En el sentido de que nada se puede hacer para salir de la angustiosa absurdidad y recuperar la coherencia de una competición doméstica relativamente limpia y aceptablemente normal.
Aunque comparto el identificar a Kafka y el Madriz, sin embargo creo que Valle Inclán, a parte de ser escritor patrio, se acerca más al universo que rodea al Real Madrid, porque ¿no cambiaría el escritor de Luces de Bohemia el significado de esperpento, si hubiera oído que el club que paga durante 17 años o más al vice de los árbitros y paga a los medios de comunicación es un perseguido y el club que no hace nada de eso es el delincuente perseguidor, el Madrid sociológico?