Un jugador, una canción
Thibaut Courtois - Layla
La llegada de Thibaut Courtois al Real Madrid fue menos tranquila de lo deseable. Se fichó al mejor portero del mundial de 2018 de manera que conviviera en la plantilla con el mejor portero del mundial 2014 y garantizar que la meta del Real Madrid fuera la mejor guardada del mundo, y estas cosas pueden o no salir bien. Navas, aún con sus aspectos que pulir, había dado muestras de una más que acreditada solvencia que, combinada con un perfil mediático bajo y una muy acentuada disciplina de trabajo, le convirtió en un elemento muy querido por la afición. Courtois ofrecía garantías, no en vano se le vio varios años en la liga española en la acera del Manzanares y también aportaba aquello que en Keylor podía verse como área de mejora, especialmente en lo tocante a la envergadura y juego aéreo.
Lopetegui probó a alternar la titularidad de ambos guardametas y el resultado fue que Courtois se contagió del pésimo nivel de la plantilla en la temporada pasada y despertó dudas, mientras que Keylor, en sus apariciones, más o menos mantenía su nivel acostumbrado. Los habituales carroñeros vieron en esto la posibilidad de emplear el fichaje de, repito, el mejor portero de la copa del mundo para atizar al presidente del Real Madrid, llegando a acusarlo de racismo en algunos foros mediante la insinuación de que a Florentino Pérez no le gustaba Keylor por proceder de Costa Rica. La prensa deportiva y la infamia, historia de una coyunda.
Determinados rumores sobre la vida personal de Courtois, esparcidos por famosillas tan bellas como perturbadas, calaron en el aficionado madridista con más alma de portera, que a la vez suele ser el más permeable a las campañas siempre malintencionadas de la prensa, por lo que las críticas, sólo en parte merecidas, al belga fueron aceradas, mientras que Keylor Navas, con muy buena relación con el estamento periodístico, pasó a ser presentado como la víctima de una injusticia sin nombre. Por todo lo anterior, los inicios de Courtois en el Real Madrid fueron agitados, intensos y, no nos engañemos, amargos.
Con el inicio de la temporada actual, Courtois, pese a la salida de Navas y pese a ser considerado por Zidane como portero titular, seguía en la línea errática del equipo. Tras la derrota de Mallorca, el portero y resto de la plantilla adoptaron una línea ascendente en prestaciones y ánimos que ha llevado al equipo a su buen estado actual en juego y resultados, teniendo Courtois mucha culpa de esto último, gracias a paradas de mérito sin tasa y a crear una sensación de seguridad defensiva casi inédita en el Madrid del siglo XXI.
Montemos en nuestro particular Delorean y viajemos 50 años hacia atrás y crucemos el Atlántico en dirección a Miami, que es donde se grabó la canción que nos ocupa a pesar de que su autor es inglés. En 1970, Eric Clapton estaba muy enganchado a las drogas. Había sido llamado Dios según alguna pintada en la pared en Londres durante su época con John Mayall y los Bluesbreakers, a los que se unió tras abandonar a los Yardbirds. Ruego disculpen un pequeño inciso: por los Yardbirds pasaron los tres grandes guitarristas británicos, Jimmy Page, Clapton y Jeff Beck, y no sólo eso, sino que los tres se criaron en un radio de 15 km en el condado de Surrey. Como dice don Eric, “debía ser algo que había en el agua”. Volviendo a lo que nos ocupa, Clapton había despachado obras maestras con Cream entre el 66 y el 68, había tocado con Blind Faith con Stevie Winwood y el batería de Cream, Ginger Baker y formó parte de Delanie & Bonnie and Friends, donde coincidió con George Harrison, del que ya era amigo, el batería Jim Gordon, el teclista Bobby Whitlock y un colaborador ocasional, nada menos que Duane Allman, de los Allman Brothers. La formación recibió el nombre de Derek & the Dynamics, pero un locutor se equivocó al presentarlos en su primera actuación y los llamó Derek & the Dominos. El nombre se quedó así.
En aquella época, Clapton se enamoró perdidamente de Pattie Boyd, mujer de Harrison y que ya había inspirado una canción colosal, la mítica Something, segundo corte del Abbey Road de los Beatles. Del dolor de estar enamorado de una mujer inaccesible surgió Layla, nombre sacado de un poema persa con la misma temática. Es una canción tortuosa y desgarrada, enormemente intensa y que nos dejó uno de los mejores riffs de guitarra de la historia, tocado con tres guitarras, con una de ellas replicándolo dos octavas por encima. Aún a pesar de saber que estaban ante un monstruo, ni Clapton ni sus colaboradores sabían cómo concluir el tema sin que recurrir a nada que resultara demasiado brusco. En ese momento, Jim Gordon, el batería, dio con una estructura que armónicamente, casaba con la canción y cuyo sosiego contrastaba a la perfección con lo tormentoso de cuanto había ocurrido antes. Los acordes de piano de Bobby Whitlock lograban continuar el aire arrebatado, pero a la vez conseguían aportar contención, y el lirismo que aportó la guitarra slide de Duane Allman redondearon un tema legendario. Por si fuera poco, Pattie acabó dejando a Harrison y cayendo en los brazos de Eric.
Por todo lo anterior, considero que la andadura de Courtois en el Madrid se corresponde por ahora con ese contraste entre la convulsión inicial y la posterior placidez, por mucho que aún no haya terminado la temporada ni la carrera del belga en el Real Madrid, cosa esta última que esperamos no ocurra en muchos años, pues será muy buen síntoma.
Muy acertado el emparejamiento canción-jugador. El principio tormentoso, agitado y el relax del piano al final. Aunque, según el videoclip, la primera parte dura 3 minutos y el cierre-conclusión dura 4. Espero que el sosiego a Courtois le dure mucho. Por cierto, en la parte final me parecía que iba a salir Elton John en cualquier momento.
Otro buen artículo, felicidades.