Defensor, capitán, escudo, espartano. Estas son algunas de las palabras que asocio con Álvaro Arbeloa, un jugador que siempre defendió al Real Madrid dentro y fuera del campo. En ocasiones, poniendo en su sitio a todos aquellos que pregonaban mentiras sobre la institución, o que se posicionaban del lado de futbolistas rivales que intentaban hacer daño al equipo. Se atrevieron, incluso, a poner en duda su nivel deportivo y su integridad. Futbolísticamente, poco hay que decir. Basta mirar su palmarés, la categoría de los equipos en los que jugó y los nombres de los entrenadores que confiaron en él. Personalmente, todavía lo tengo más claro. En mi equipo quiero a jabatos, jugadores que se dejen la piel dentro del campo y que defiendan ese escudo también cuando termine el partido. Futbolistas que defiendan a la institución y a sus aficionados en activo pero que una vez retirados sigan llevando el nombre del Real Madrid por todo lo alto. Pues bien, todo eso es para mí Álvaro Arbeloa. Como jugador aguantó los envites de rivales del más alto nivel competitivo, ganó muchos títulos, entre ellos una Liga y dos Copas de Europa, pero lo que conquistó de verdad, por encima de cualquier otra cosa, fue el corazón del madridismo, siempre entregándose como solo lo hace quien siente al club como un verdadero aficionado.
El verano pasado tuve la oportunidad de conocerlo personalmente en su visita a Estados Unidos y fue un encuentro muy agradable. Fue extremadamente amable con todos los que estábamos allí presentes y no dudó en ningún momento en atender a o todos, incluso accedió a firmar una camiseta que le pedí para un amigo de Malasia, que lo admira desde su etapa de jugador.
Es por ello que para mí esas botas que ha donado Álvaro Arbeloa a la iniciativa #Leyendasencasa son un símbolo de ese espíritu protector hacia el Real Madrid, que ejemplifica él como persona. Sería un auténtico orgullo poder tenerlas. Y estoy segura que no soy la única que piensa así.
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