Llevará pasándome año y medio. Llega el minuto 40 de cada partido en el Bernabéu y mis ojos dejan de seguir el balón o al jugador de turno para centrarse en una parte de la grada a la que la duración de 45 minutos por cada tiempo le debe parecer excesiva. La zona en cuestión, situada en el córner del fondo sur con el lateral oeste y perfectamente reconocible en la retransmisión televisiva, se vacía con una urgencia primitiva. Para cuando el árbitro pita el descanso no queda allí más que un par de aficionados desubicados.
La cosa no mejora cuando el segundo tiempo arranca, más bien al contrario. Durante no menos de 10 minutazos nuestra grada permanece semidesierta, llenándose poco a poco, gota a gota. Cuando al Madrid le da por atacar por ese flanco, la realización nos regala un plano como de partido de pretemporada, protagonizado por un mar de butacas azules que contrasta con las gradas vecinas, estas sí, perfectamente pobladas. Tal es mi grado de fascinación con este fenómeno que durante unos meses el principal tema de conversación entre mi hermano y yo consistía en tratar de hallar una explicación lógica. ¿Qué sucede en las tripas del estadio en la media hora que comprende desde el minuto 40 hasta el 55, que es cuando por fin acaba de llenarse la tribuna, descuento y descanso incluidos?
La teoría que, medio en broma medio en serio, más predicamento ha cogido en la familia responde a las necesidades miccionales del respetable. Intuíamos que, justo en esa zona, los baños deben estar averiados y el proceso de reparación se está alargando más de la cuenta, con lo cual debe haber uno o como mucho dos urinarios disponibles para ese reducido grupo de gentecilla, quien, de manera ejemplarmente cívica, huye del graderío con antelación para que la zona (y la vejiga) no colapse en el interludio.
Debido a tal explicación, a todas luces inmaculada, hemos bautizado esa tribuna con el castizo término de “Los Meones”. Así, como si fuese un bar de Prosperidad de toda la vida.
Hemos bautizado esa tribuna con el castizo término de “Los Meones”. Así, como si fuese un bar de Prosperidad de toda la vida
Incluso cuando comentamos por WhatsApp los partidos de nuestro equipo, ubicamos de este modo tan simpático cualquier jugada que suceda en esa orillita del campo. “Vaya control que ha hecho Brahim pegadito a la banda de los meones” o bien “¿qué me dices del caramelo que ha puesto Kroos? No, ese no, yo me refiero al de la segunda parte, el del córner de los meones”.
Pero no, el motivo de la desafección de esa esquinita no tiene nada que ver con los problemas de próstata del graderío, sino con una razón mucho más elemental. La navaja de Ockham siempre tan certera. En esa esquina se ubica una de las Áreas VIP del Bernabéu, con una lujosa zona de Hospitality, catering de lujo y demás comodidades de esas que los paletos como yo primero rechazamos con cara de menuda ordinariez esto pero luego si tenemos la posibilidad de disfrutar de la ordinariez en cuestión arramblamos con todo por delante. Un poco como lo de los hoteles con buffet libre en el desayuno, pero con más purpurina y sofisticación.
Resumiendo, que la peña prefiere estar tranquilamente a su bola entre cañitas, embutido ibérico y postres de cocina vanguardista antes que volver al asiento y desesperarse con algún jugador o gritarle a Carletto que haga cambios de una vez, que estamos en el 50 y el equipo sigue igual que en el primer tiempo. No les culpo. El problema, más de fondo que de forma, es la idea general que hay detrás del concepto de “Los Meones”, tendencia absoluta en toda la industria deportiva y que encuentra en el Madrid, como punta de lanza de la misma, su máximo exponente. Esto es, convertir al aficionado en consumidor.
Vaya por delante que debido a mi formación conozco de sobra cómo funciona el deporte profesional del más alto nivel, las entretelas del marketing deportivo y las tendencias de la industria sobre las que orbitan las diferentes estrategias de cualquier trasatlántico de impacto global. Incluso el año pasado tuve el privilegio de trabajar para el club y comprobar de primera mano preocupaciones, deseos y pautas establecidas sobre las que trabajar, más allá de lo que acontezca sobre el terreno de juego.
La idea general que hay detrás del concepto de “Los Meones”, tendencia absoluta en toda la industria deportiva y que encuentra en el Madrid, como punta de lanza de la misma, su máximo exponente, es convertir al aficionado en consumidor
El fenómeno de los meones ayuda a comprender muchas cosas. Nada tiene de malo establecer una zona del estadio diseñada para gente a la que no le gusta el fútbol necesariamente sino el acto social, el enseñarse y ser visto, el subir doce fotos a Instagram para presumir. Pagar por hacer la foto, vaya. Pagar (y mucho) por poder decir “yo estuve allí”. Simple cuestión de estatus.
Subyace de todo esto la tendencia universal e imparable de nuestro tiempo: Todo evento tiene que ser una experiencia única, inolvidable, transversal. E insisto, esto no tiene que ser malo per se. Pero esta americanización del producto constante, este querer convertir en un partido de la NBA todo lo relacionado con el fútbol europeo, que ni es el mismo deporte ni somos el mismo público ni tenemos la misma cultura ni los mismos hábitos, todo ello me causa rechazo, incluso en mi condición de madridista (creo) adaptado a los nuevos tiempos y familiarizado con el rumbo de la industria deportiva.
Y, aunque sea en mi propio perjuicio laboral, no acabo de ver del todo claro ese mantra de convertir al aficionado en consumidor, qué quieren que les diga. Porque el riesgo que se corre no tiene tanto que ver con la conquista de nuevos usuarios sino con la espantada de los aficionados ya existentes. Y creo que el club tiene un potencial problema con esto que urge atajar.
Porque el Real Madrid no es sólo Disney, es mucho más que eso. El Real Madrid no es, no somos, un gigante del mundo del entretenimiento, sino una experiencia religiosa, con sus códigos sagrados y su liturgia. Vaya, que ir al Bernabéu es una actividad más cercana a ir a misa que a ver una película de Netflix en el salón. Hablamos de un club que pertenece a sus socios, así lo lleva siendo desde 1902 y así lo reflejan los estatutos. El Real Madrid no son Los Ángeles Lakers ni el Manchester City ni la escudería Red Bull Racing, estas sí, empresas privadas cuyo ámbito de actuación es el deporte y financiadas por diferentes agentes con el objetivo de revalorizar la marca y rentabilizar la inversión, y si de paso se logran resultados deportivos miel sobre hojuelas. Otro debate sería el de no ya si tiene sentido, sino si simplemente es viable mantener la actual condición de club y competir al más alto nivel en la élite del fútbol del mañana, pero ese es otro tema (véase el futuro negro del Barcelona y su más que probable conversión a SAD).
El Real Madrid no es sólo Disney, es mucho más. El Real Madrid no es, no somos, un gigante del mundo del entretenimiento, sino una experiencia religiosa, con sus códigos sagrados y su liturgia. Vaya, que ir al Bernabéu es una actividad más cercana a ir a misa que a ver una película de Netflix en el salón
Vayamos al caso del Bernabéu en concreto, que tiene un problema muy claro como bien sabemos los que vamos asiduamente al campo. Las entradas cada vez son más caras, por no decir inasumibles para un porcentaje más que considerable de aficionados. Pero esto cualquiera lo puede entender aunque no compartir. Es la ley de la oferta y la demanda. El fútbol es un bien de lujo, tú si quieres un Ferrari lo tendrás que pagar, estás viendo uno de los espectáculos globales más relevantes del planeta y eso cuesta como tal y demás boutades. Nada que no escape a un primer análisis de Juanma Castaño. Vale. Entendido.
¿Pero qué implica esto a efectos prácticos? Pues la pérdida sistemática y exponencial de identidad y aficionados en el estadio. Porque el problema no reside en lo inaccesible que es acudir a Concha Espina para el aficionado medio, sino en la alarmante cantidad de cada vez más abonados que venden su abono al mejor postor, que no tiene por qué ser aficionado blanco. Y así pasa, que luego en el minuto 40 están todos fuera de sus butacas y más pendientes de lo guapos que han salido para la foto para Instagram que no ya de animar, sino de enterarse si el lateral derecho es Carvajal o Lucas Vázquez.
Luego querremos una caldera contra el City y nos llenaremos la boca con la mística del Bernabéu y demás leyendas mitológicas. ¿Pero cuándo aprieta el Bernabéu? seamos serios. Vivimos del recuerdo de las noches del PSG, Chelsea y City, que es lo más salvaje que ha vivido este estadio en qué, ¿40 años? y porque las circunstancias fueron las que fueron.
Subyace aquí una actitud que detesto, cercana a la turismofobia e incluso al racismo que trato de evitar por todos los medios pero como soy un hombre hecho a base de incoherencias no puedo evitar sentirla aunque no quiera. Me he contenido de emplear en el texto la palabra turistas, porque mi impulso era el de responsabilizarles, aunque fuese de manera indirecta, de la causa de mi crítica. “Perdemos identidad porque cada vez van al estadio menos aficionados de verdad y más turistas”. No negaré haber caído en esta actitud cargada de superioridad moral, y, por qué no decirlo, de un incipiente racismo más de una vez, y es un error. Porque cómo establecemos quién es aficionado de verdad y quién no. Cabe señalar que, en tanto que aficionado, el Real Madrid me pertenece lo mismo a mí que a un señor de San Francisco, Doha o Seúl. Y tanto derecho tienen en ir al campo ellos como yo, pues el vínculo sentimental con el club no lo determina un código postal.
Más si cabe siendo el club en cuestión el Real Madrid, que siempre se ha vanagloriado (¡con razón!) de ser el equipo con más seguidores por todos los rincones del mundo, hecho que nos define y es motivo de orgullo. Porque esa actitud tan paleta y ultramontana de pero tú como vas a ser del Madrid si eres de Gijón (o de Honduras o de donde sea), como si sólo pudiésemos ser madridistas los nacidos en Madrid, será habitual en otros equipos y en otros aficionados más cortitos de miras y de entendederas, pero no en este. Si por algo ha destacado históricamente el Madrid ha sido por estar a la vanguardia siempre, por ser pionero no sólo en lo deportivo sino en cualquier aspecto colindante con lo que supone ser un equipo de fútbol, y es precisamente por el hecho de llevar siéndolo 70 años por lo que está en la posición de preponderancia actual.
si el año que viene quiero que mi equipo junte a Bellingham, Vinícius y Mbappé tendremos que aceptar que haya cada vez más áreas VIP repartidas por el estadio, más hospitalitys, más precios inviables en las entradas y más camisetas a 200 euros. Pero luego no nos podremos quejar si el estadio es un teatro, si tenemos un Bernabéu lleno de meones
A lo que voy es que se puede perfectamente potenciar la condición de experiencia memorable de un partido en asistentes puntuales sin necesidad de arrinconar —cuando no expulsar— a los aficionados del estadio. Cuando yo estuve en Nueva York fui al Madison Square Garden, me compré una gorrita de los Knicks y canté defense, defense!, es decir, fui consumidor sin ser aficionado, que es exactamente lo que está pasando en el Bernabéu y lo que creo que el club debe evitar.
Insisto, sé que el deporte en general, el fútbol en concreto y el Real Madrid en particular funcionan así. Que si el año que viene quiero que mi equipo junte a Bellingham, Vinícius y Mbappé tendremos que aceptar que haya cada vez más áreas VIP repartidas por el estadio, más hospitalitys, más precios inviables en las entradas y más camisetas a 200 euros. Pero luego no nos podremos quejar si el estadio es un teatro, si tenemos un Bernabéu lleno de meones.
Getty Images.
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