Era tradición que el 26 de diciembre, dos noches después de la Misa del Gallo, se celebrase en el bar de Lou una liturgia alejada de la ortodoxia, pero con muchos adeptos. La oficiaba el padre Carmichael, un sacerdote de origen burgalés que emigró a la capital hace varias décadas. Este cura solo creía en Dios, en el Real Madrid, en el jamón y en el vino, de modo que cada año celebraba este acto aunando los cuatro elementos esenciales.
—Trevor, acércate, que tú vas a ser el monago hoy
—Pero padre, sabe que yo no…
—Cállate y ven para acá. Lou, sirve un chupito a Trevor, que se vaya lubricando.
El local estaba abarrotado de fieles a los que Lou atendía y ordenaba con devoción. Al fin y al cabo, un camarero no deja de ser un confesor que paga al fisco.
—Señora Roberts, comprima el escote, por favor, que aún cabe un feligrés más. Pase ahora, caballero, acomódese junto a la alacena. ¡Reprímase, lovely Rita! Deje de pegarle pellizcos al queso, que luego huele usted mal. Dios bendito…
Lou tiene una habilidad innata para hacerse respetar. Es algo que valora mucho el pueblo, en su mayoría apocado y con baja autoestima.
Trevor bebió un segundo chupito.
Cuando Lou tenía a todos los fieles estructurados, el padre Carmichael descolgó un jamón del techo, afiló el cuchillo, se aclaró la voz y comenzó:
—Bienvenidos, queridos Madridistas, vamos a comenzar con la liturgia, no sin antes agradecer a las hermanas Evans su primera presencia una vez superadas las reservas iniciales. No es necesario que permanezcan arrodilladas, hermanas. Una vez dicho esto, procedamos al loncheado de este maravilloso jamón con casi tantas jotas como el Madrid Copas de Europa.
Lou comienzó a cortar láminas del magnífico producto y llenó los platos con primor.
—¡Pues a ver cuándo hacemos la función con un lomo, que a mí me gusta más! —desembuchó Mark Pencer—. Parece que siempre tiene que ser jamón, ¡diantres!
—Un respeto, Mark, sabe usted que aquí no hay democracia que valga, yo decido lo que se hace. Si no está de acuerdo, aire. El resto, ¿tienen el vino preparado?
—¡Sí! —exclaman al unísono.
—¡Levantemos el vaso!
—¡Ya lo tenemos levantado!
—Pues, ¡hala Madrid!
Repitieron el brindis tres veces con tres vasos de vino que fue rellenando Trevor, como las últimas tres Champions consecutivas. El párroco realizó el último brindis a lo Panenka y la concurrencia lo manteó.
—Hermanas Evans, ¿a que ya están más a gusto?
—Huy, dónde va a parar, padre, esto es más divertido que la Misa del Gallo. Ya sabe usted, como somos solteras de nacimiento…
—¿Lo ven? ¡Incrédulas!
Las hermanas asintieron y esbozaron una sonrisa que se escapó a través del velo de encaje negro.
Trevor bebió un tercer, un cuarto y un quinto chupito.
—Ahora vamos a pasar el cepillo, quien sea rácano, no come jamón. Si son generosos, recibirán boletos para la rifa del final.
Trevor se acercó a cada devoto sacudiendo el cesto de mimbre para solicitar la contribución a la vez que los escudriñaba con mirada de verdugo.
—¡Aporten, aporten, no sean pobres de espíritu! Señor Clancy, ¿y su madre? La he visto junto a usted hace un momento.
—Pues verá, Trevor, la mujer tenía frío, se me ha abrazado, ha gritado ¡hala Madrid! con mucho entusiasmo y la he acabado asimilando. Así, por proximidad, del mismo modo que una pompa de jabón absorbe a otra. No me dirá usted que no es una faena, yo que no sé cocinar ni tengo gusto para vestirme.
—No se preocupe tanto, estas cosas suceden a veces cuando los hijos tienen su edad, señor Clancy, pero es posible que, al formar parte de usted, haya incorporado también sus aptitudes. Pero a partir de ahora tendrá que colaborar por los dos.
Trevor bebió un sexto chupito, un sétimo, un octavo y un noveno chupito.
—Queridos madridista, es el momento de que nuestro entrenador, Zinedine Zidane, realice una lectura.
Zidane salió, cual Superman, de la cabina telefónica donde acaba a de apostar por Blue Note en la cuarta de Narragansett. Pasó tras la barra y desdobló una servilleta que llevaba guardada en el bolsillo desde hacía dos décadas.
—Amigos madridistas, —el bar se venía abajo—, amigos madridistas, os voy a leer la primera carta de Benzema a los del Corinthians.
El míster deleitó a los asistentes casi tanto como el jamón y también acabó manteado.
Trevor bebió un décimo chupito de cabeza en un córner del bar segundos antes de caérsele el vasito.
El padre Carmichael corrió a gorrazos a dos agoreros que se habían infiltrado para reventar la celebración y acto seguido volvió a dirigirse a los presentes:
—Atención, llega el momento de la rifa de las 4 entradas con viaje y hotel para la próxima final de Champions. A ver, la mano inocente de Trevor sacará las bolas. ¡Silencio!, ya sé, ya sé, no os preocupéis, todos conocemos a Trevor, lo de inocente es una forma de hablar. Le he advertido que como haya calentado las bolas lo corro a gorrazos también.
La rifa la ganaron las hermanas Evans, el señor Clancy y Zidane, que no había comprado ningún boleto, pero gana todo a lo que se acerca porque le sucede al contrario que al caballo de Atila, por donde pisa con sus pantalones pitillo crece la hierba. Ni que decir tiene que las hermanas Evans no cabían en sí de júbilo ante la perspectiva de un viaje con dos varones. El señor Clancy se alegró de la asimilación de su madre porque al fin podría disfrutar de la vida.
Trevor bebió un decimoprimer, un decimosegundo y un decimotercer chupito. Este último de chilena.
Me gusta mucho esta novela por entregas. Hoy es el capítulo que más me ha gustado, Ha sido genial. El padre Carmaichel (De Burgos, jajaja) es un crack.
La verdad es que tiene mucha gracia.