Hoy nos hemos despertado con la noticia del desgraciado accidente aéreo que ha acabado con la vida de setenta y una personas en Colombia, entre ellas casi toda la plantilla y el cuerpo técnico del equipo brasileño Chapecoense. Hoy procede utilizar el tópico y decir que el fútbol está de luto. También lo está Brasil.
Quien escribe estas líneas apresuradas pasó en Brasil tres maravillosos años de su vida. Nunca, en ese tiempo, oyó hablar del Chapecoense -que, según leo ahora deambulaba en aquel entonces por las categorías inferiores del fútbol brasileño- ni de la ciudad de Chapecó. Pero sí conoció el bellísimo estado de Santa Catarina, donde se encuentra Chapecó, y su hermosa capital, Florianópolis, que esconde rincones tan encantadores como Ribeirao da Ilha con sus viejas y orgullosas casonas como señoronas recién arregladas para salir a la calle, y donde las olas del Atlántico mueren de viejas, sin hacer ruido, al ritmo triste de la bossa nova, con la imponente mata atlántica elevándose al otro lado de la bahía.
Y también tuvo oportunidad de conocer y querer al pueblo brasileño, tan espontáneo, tan hospitalario, tan tierno y tan desesperante y, sobre todo, tan amante del futebol. Los brasileiros han nacido para jugar al fútbol descalzos o calzando havaianas. Brasil es agua de coco y fútbol en la playa y el guiño dulzón de la caipirinha y un puesto de bananas en la carretera, la alegría africana con su puntito de saudade portuguesa, la belleza sucia y caótica del Pelourinho en la vieja Salvador de Bahía, que contempla orgullosa grandezas pasadas y ya ajadas. Brasil es el hoy que jamás piensa en mañana, las curvas promíscuas del bunda apenas enmarcado por el tanga, el colorido rebosante de la bahiana y el ritmo embriagador del samba. Por eso el fútbol brasileño es alegría o no es; por eso todos los intentos de contenerlo en el corsé del rigor táctico alemán y de la disciplina militar son un sindiós destinado al fracaso. Brasil es un arará que muere cuando lo enjaulan.
Hoy se me agolpan en la memoria los recuerdos de Brasil ante la tragedia del Chapecoense. Hoy Brasil se conmociona por el dolor y yo no sé si hoy todos somos brasileños. Pero sí sé que en esta hora triste me viene a la cabeza la maravillosa letra de Vinicius de Moraes y la cálida voz de Tom Jobin en esa lengua portuguesa que, cuando es cantada por los brasileños, parece nacida para arrullar el alma y arroparla con dulzura.
Ah, por que estou tão sozinho?
Ah, por que tudo é tão triste?
Ah, a beleza que existe
A beleza que não é só minha
Que também passa sozinha
Ah, se ela soubesse
Que quando ela passa
O mundo inteirinho se enche de graça
E fica mais lindo
Por causa do amor
El fútbol brasileño es la garota de Ipanema que siempre ha llenado el mundo de gracia. Hoy el fútbol brasileño llora -en realidad Brasil siempre llora un poquito- y nosotros lo hacemos con él, pero todos sabemos que volverá a lucir su belleza esplendorosa junto a la playa para deleite e inspiración de poetas y aficionados. Descansen en paz los fallecidos.
Buenas tardes John, es difícil escribir un obituario más hermoso, que maravilla.
Saludos blancos, castellanos y comuneros
Sr. Falstaff: ¡Qué bien escribe vd!