Me refugio en este tipo de anécdotas porque tengo la sensación de que el nuevo fútbol me atropella; que son las intrahistorias del deporte las únicas que mantienen viva la llama de nuestra común pasión, que reduzco mi eterno romance al chisme, al detalle inocente. Digamos que para mí tan importante como la actuación en el campo es la literatura que rodee los hechos, la mitología que sea capaz de desprender tal jugador, o aquel equipo, o este partido. Y que si no hay narrativas, del tipo que sean, me interesa más bien poco lo que la televisión me cuente. Lo cierto es que a mí, que desde que tengo uso de razón le profeso a la pelota un amor digno, creo yo, de mejores causas, me sobra mucho de este fútbol de hoy.
Lo sé, lo sé. Es sólo culpa mía. Perezco en el humanísimo vicio del futbolero de mitificar con amor adolescente los recuerdos balompédicos de la infancia y juventud, y caer en la desgracia de hacer de menos todo lo actual, tendencia vital que se acentúa en lo referente al deporte rey.
El Madrid siempre ha sido una anomalía casi hasta anacrónica, luchando a contracorriente contra las más efímeras tendencias y los nuevos designios importados de quién sabe dónde
Porque es ahora, que estoy a un otoño de entrar en la treintena, ahora que ya he vivido los dos o tres mundiales que vertebran para siempre los recuerdos de toda una vida y donde tiene lugar el nacimiento de los héroes que jamás me abandonarán, es ahora cuando empiezo a comprender, aunque sea de refilón, el poema de Biedma de ahora que de casi todo hace veinte años. Y como yo muchos de los míos. Porque ya no podemos, porque puede que hasta ya no sepamos. Porque por la piel y por los ojos nos ha entrado algo de lo que jamás podremos desprendernos, como sabe Sacheri. Porque el tiempo, en lugar de detenerse para siempre en el momento exacto, decidió cometer la estupidez de seguir corriendo sin preguntarnos. Porque soy capaz de decir de carrerilla y sin error todos los partidos, resultados y goleadores de Alemania 2006 o de Sudáfrica 2010, pero no me preguntes por el Mundial de hace menos de un año, del cual sólo recuerdo a Messi cogiendo carrerilla desde los once metros. En fin, las entretelas de la memoria son así. Mejor no indagar en ellas.
Claro que no hay un momento concreto en el que la desafección toma cuerpo y forma, de la noche a la mañana, como tampoco hay un día exacto en el que te quedas calvo, sino que es el desgaste de lo cotidiano, la rutina del día a día la que orada con tesón y parsimonia aquello una vez conocido como pasión.
Sí creo, en cambio, que hay un punto de inflexión, que no es otro que la llegada al fútbol del VAR. Todo lo posterior son recuerdos borrosos, desagradables, que empañan el cristal de las gafas con las que nos asomamos cada domingo al estadio. Hablo de los descuentos eternos, los cinco cambios, los Fabrizios Romanos convertidos en las superestrellas de hoy, las medias del FIFA y los highlights de YouTube como única vara de medir el talento de un jugador, el escándalo Negreira y el todavía mayor escándalo de sus nulas consecuencias, y todo ello coronado por el epítome del bochorno futbolero, a saber, el Mundial de Catar y el expolio en directo y en prime time de la Liga Árabe.
Hay un punto de inflexión, que no es otro que la llegada al fútbol del VAR. Todo lo posterior son recuerdos borrosos, desagradables, que empañan el cristal de las gafas con las que nos asomamos cada domingo al estadio
Bien es cierto que por el camino el fútbol me regaló la más fascinante de todas las historias que se recuerden, y que por esa primavera europea de las remontadas bien mereció la pena seguir anclado en semejante muelle putrefacto y en descomposición. En fin, el Madrid siempre ha sido una anomalía casi hasta anacrónica, luchando a contracorriente contra las más efímeras tendencias y los nuevos designios importados de quién sabe dónde.
Pero volvamos al fango. Porque es en medio de ese lodazal, en medio de noticias sobre un señor que ha decidido que son más importantes sus santos cojones que la gran hazaña del fútbol español y en medio de lamentos por el exilio voluntario de la joven promesa de LaLiga a la nueva Meca del balón, es justo ahí, en ese pozo de mierda, donde un jugador, un estrellón de verdad, se rebela ante tanta indignidad y nos devuelve la poquita fe que estábamos a punto de perder los que todavía llamamos Copa de Europa a la Champions League.
Y el tío, que lo ha ganado todo, que lo es todo, coge y se pronuncia. Y dice lo que todos pensamos sobre el nuevo rico de la partida de póker, con la salvedad de que este no es como nosotros, sino un futbolista de élite, y para más inri, con una edad que nos permite adivinar un retiro relativamente próximo, por lo que no le convendría cerrarse puertas a orillas del Golfo Pérsico.
En medio de este lodazal, un estrellón se alza y nos devuelve la poquita fe que estábamos a punto de perder los que todavía llamamos Copa de Europa a la Champions League
Pero a él eso parece importarle más bien poco, como ya demostró en su día renunciando a disputar la pasada Copa del Mundo y hablando sin tapujos de la indecencia de la FIFA llevando su más preciado patrimonio a Catar, para añadir que él no pensaba participar en tal atropello. Porque él, como nosotros, ama el fútbol. Es uno de los nuestros. Conoce los códigos, los entresijos, las vísceras. Los límites, los matices grises y lo rotundamente prohibido. El bien y el mal. Y nosotros, que somos como él, que le vemos siempre repeinadito y con sus botas blancas, le tenemos como el último refugio de la dignidad, y nos aliviamos al comprobar que todavía quedan catedrales, estatuas, faros de Alejandría a los que aferrarnos en mitad de la tormenta.
Lo único que le pido al fútbol de hoy, porque al de mañana no podré, es que Kroos nunca sea el que estorbe.
Fantástico artículo, enhorabuena
Este año voy a disfrutar cada segundo de los que juegue Kroos.
Este año voy a disfrutar cada segundo de los que juegue Modric.
Por favor, en un artículo tan fabuloso, corrija lo de “orada”.