The Special Fiasco

A mí la figura de José Mourinho no me produce rechazo alguno ni tampoco una especial querencia. Podríamos resumirlo en que me parece un gran entrenador en la vertiente motivacional, con las ideas claras en su entendimiento del juego, que históricamente ha sabido sacar partido de plantillas medianas, pero que al mismo tiempo le ha faltado temple y valentía para exprimir otras de gran talento y valor, como fue la del Real Madrid en su día, y ahora, salvando las evidentes distancias, la del actual Manchester United. En ese sentido quizás la explicación más cercana a la verdad sería que Mou no ha evolucionado en su concepción del fútbol y es más ya un técnico que pertenece a otra época, anquilosado y ligeramente inmovilista. Y su principal defecto como figura pública es que saca a relucir un ego desmedido, lo que le lleva a, rara vez, admitir sus errores, por lo que arroja el muerto a los demás con más frecuencia de la deseable, cosa que también hacían otros entrenadores reverenciados hasta la náusea, por cierto.

Sin embargo, y dejando aparte sus defectos, un entrenador que fue capaz en su época madrileña de sacar de quicio de esa forma a la inmensa mayoría de la prensa deportiva española merece mi reconocimiento aunque sólo sea en esta vertiente. Un día escuché a un periodista de la SER afirmar que el periodismo deportivo (se refería al fútbol, claro) patrio era el mejor del mundo. No tengo elementos de juicio para comparar, pero como esto sea cierto el resto de aficionados de otros países pueden echarse a temblar. Con las necesarias excepciones, el prototipo de gacetillero hispano sale al encuentro de epítetos tales como chusco, fullero, lameculos, doblevarista de manual y amigo íntimo de los mantras (iba a decir mántrico, pero no querría tirarme a la piscina y obligar a los miembros de la RAE a trabajar más de la cuenta). Todos los lectores podrán encontrar elementos que se adapten a esta definición, es más que sencillo si escarban un poco. Claro, cuando un tipo viene a España, dice verdades hirientes, saca la vena chulesca y no se deja arredrar debe empezar a cavar su propia tumba deportiva. Alrededor suyo se han realizado críticas futbolísticas absolutamente respetables y muy lógicas, pero también se ha creado una aureola de demonio reencarnado que a mí me parece ciertamente artificial.

mourinho no ha evolucionado en su concepción del fútbol

Para colmo, el ínclito portugués tuvo la osadía de enfrentarse abiertamente con los dos niños bonitos a ojos del periodismo de este país; Pep e Iker, Iker y Pep, tanto monta monta tanto. Y hasta ahí podíamos llegar, las fuerzas armadas de los medios de comunicación mayoritario comenzaron a cargar las escopetas y lanzarse a tumba abierta contra el que osó desafiar a las dos muñequitas de porcelana china. En mi caso, como aficionado madridista, que hasta ese momento no sentía hacia Mourinho ninguna especial predilección y que consideraba a Iker casi como un Dios en la tierra, comencé a ver la cosas de otra forma. Iker me sigue pareciendo hoy en día como el mejor portero que he visto jamás, y Mou un entrenador ciertamente mejorable, pero algo en mi interior no encajaba. Decidí observar la escala de grises y no quedarme sólo con el blanco o el negro. Y ahí fue cuando algunos de mis amigos comenzaron a llamarme un adjetivo muy de moda en aquel momento y con el que creían que me estaban hiriendo; mouriñista. El de Setúbal ha conseguido algo inaudito, cual es acuñar un par de adjetivos alrededor de su persona, uno de ellos con el prefijo “anti”. Así mismo, ha logrado poner de acuerdo a la prensa patria a la hora de descorchar botellas de champagne cada vez que fracasa en alguno de sus proyectos, por ejemplo esta semana al caer frente al Sevilla. Los que prometieron no acordarse de él cuando se fue a gorrazos de aquí aún continúan con la estaca clavada, por usar un lenguaje fino y apto para todos los públicos.

Volviendo a lo sucedido frente al Sevilla en la Champions, el fiasco se puede calificar de total y sin paliativos. La culpa es suya en un 90%, si no más. Su concepción de plantilla y su despilfarro de millones resultan difíciles de entender. Ha fracasado de forma evidente ante un equipo menor pero más inteligente. Su ego no ayuda precisamente a la hora de frenar la sed de venganza, como también la sed de vino espumoso. Personalmente su caída no me afecta lo más mínimo, ni me alegra ni me entristece. La considero merecida a causa de sus errores y de una concepción del fútbol rácana cuando no debía serlo en absoluto. Un día me llamaron radical mouriñista por no declararme explícitamente contrario, igual que ahora espero que nadie me pida que me alegre de las desgracias ajenas. Pero una cosa tengo clara, si tengo que elegir entre el auto proclamado mejor periodismo deportivo mundial y el “pérfido” portugués, como diría el popular refranero, lo segundo es lo primero.