Los grumos del café son una espiral hipnótica cuando no hay nada que hacer. Afrontar otro día ocioso, sin estrés, el sueño recurrente del trabajador medio. Todo un año esperando este escenario para acabar recorriendo, una y otra vez, ese paseo marítimo, y dejarse envolver por un viento atlántico, prístino y reparador, que absorbes a bocanadas ansiosas, dejando atrás todo lo que se necesita pero no se quiere. Este lapso es peligroso, porque permite pensar. Al mediodía, la mesa del bar, un bosque de botellines de cerveza cada vez más tupido, se encara con el paseo marítimo, un desfile de turistas, roto por la rutina de pescadores que, ajenos, adecentan sus redes. Ellos siempre estuvieron allí, sus rostros, secos y horadados, indolentes ante ese ruido de fondo, han vivido todas las estaciones y todas las madrugadas. En cierto modo, son como el madridismo. Un San Sebastián asaetado, lacerado sin reacción aparente por los tramposos. A diferencia de aquellos conmovedores personajes de Pedro Lazaga, estos tramposos no son hijos del hurto famélico y de la necesidad. No, estos tipos son gente indigna. Hay que valorar, sin embargo, sus esfuerzos y, por qué no decirlo, sus resultados después de un trabajo concienzudo de años, de sembrar odio para recoger odio; falsedades para construir castillos en el aire. Es, a su modo, meritorio.
La España que conocí de adolescente no es ni un émulo de esta, por fortuna. Pero ha perdido su vigor, su capacidad de rebelarse ante la injusticia. Este código de conducta, este proceder sin filtros y sin miedo a exponerse está en la política y en la sociedad. También en el deporte, en ningún caso un compartimento estanco sino un escaparate de lo mejor y lo peor de cada casa. Desconozco si es por los estómagos saciados, pero las redes sociales y la concatenación de ideas han hecho de la audiencia una masa rendida al mitraísmo de los medios. En el pasado, la verdad eran los libros, la palabra impresa, generadora de preguntas, muchas de ellas sin respuesta. Hoy hemos descendido varios peldaños. Todo este tinglado que convenimos en llamar la Negreira League, esta cena recalentada, es consciente de que lo sabemos, sometidos a golpe de omisión y excepción. Y, no obstante, se aproximan como una hiena a los despojos, sondeando el límite una y otra vez. No les basta con lo ya conseguido, nos quieren vencidos y, mientras preparan la siguiente emboscada, sitúan sus peones también en Europa.
Aquellos enemigos viejos han conseguido que la masa crea que un anciano y falso agravio, cimiento de su torre de naipes, no fue un sueño. Los hechos no les van a detener. Hoy es la celebración de Jude en Bilbao, mañana quién sabe
La evolución de esta involución, ahora, el verdadero salto, es el cuantitativo. Es haber conseguido una mesnada acrítica, ruidosa, lo que la hace parecer mayoritaria (tal vez lo sea), que les secunde en sus fechorías. Una milicia heterogénea pero con un objetivo común, compuesta de, más que seguidores, devotos, plana, pasional y simple en sus deducciones, como la que describió como pocos Fritz Lang en Furia. Un think tank que no piensa, malparido por Twitter y ciertas tertulias, auténticos aparatos de agitación y propaganda. Esa es, probablemente, la gran diferencia de este nuevo tiempo, que el Real Madrid no debería infravalorar.
Nuestros rivales lo sabemos bien, siempre han porfiado, se han asociado, como plañideras, frente a nuestro éxito. Pero hoy les sigue esa masa ciega, mayoritariamente barbilampiña, esa amalgama dispuesta a creer, iracunda por motivos que posiblemente no acertarían a explicar, que se congratula no ya por nuestras derrotas sino por nuestras lesiones, que, guardiana de las presuntas esencias, asume como propia la mentira oficial al tiempo que niega la realidad que tiene frente a sí. En ambos bandos (porque, asumámoslo, hoy ya solamente hay dos bandos) siempre se ha deseado la derrota del rival. No puede culpárseles por ello, tampoco nosotros nos alegramos de su éxito. Ahora, no obstante, el objetivo parece ser imponer la presunta Verdad Única, la sumisión y el silencio, cuando no la extinción de todo lo que representamos. Una Damnatio Memoriae de la grandeza del madridismo.
El nivel de cólera marca esa disparidad, en lo fácil que es prender la mecha de un lado mientras se toleran las indecencias y corruptelas del otro, a mayor gloria del objetivo único. La vesania y el rencor, basados en la añoranza de lo que nunca fue, pueden desatar el universo en llamas con tan solo un gesto. Aquellos enemigos viejos han conseguido que la masa crea que un anciano y falso agravio, cimiento de su torre de naipes, no fue un sueño. Han materializado afrentas impostadas y las han convertido en una realidad compartida, de consumo rápido, consiguiendo que esa misma masa ciega obvie lo que ellos sí perpetran. Los hechos no les van a detener. Hoy es la celebración de Jude en Bilbao, mañana quién sabe. Es más, a quién le importa.
Ha llegado el momento de mostrar cierta afección por el asunto, nos va en ello la supervivencia de buena parte de lo que somos. El Real Madrid es un majestuoso tigre blanco hostigado, que se deja incordiar, que evita el conflicto. Hoy, Florentino puede mirar cara a cara a Bernabéu sin rubor por la comparación. Su único gran lunar, la política de comunicación. Todo es éter, una gran burbuja que el Madrid ha dejado crecer y crecer. Un globo sonda que hay que pinchar, generando un gran Big Bang que les devuelva a la realidad, no solo en el campo. El Nuevo Bernabéu y Mbappé son necesarios, pero construir una política de comunicación es urgente. No puede quedar en unos videos aislados. Es hora de despertar. Deben aprender a perder también en su propio terreno.
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Totalmente de acuerdo. Excelente artículo. Enhorabuena
Muchas gracias