La Salle des Etoiles del gran Sporting Club de Montecarlo era un alarde de luminosidad. Por los enormes ventanales del restaurante asomaban, como una corriente de magma, las luces de la costa monegasca; a su vera los luceros tintineantes de los yates anclados en la bahía y, más próximas a los comensales, las innumerables bombillas de la gran sala que por paredes, columnas y techos recreaban un gran firmamento. Pero si de entre todas las estrellas destacaba una luz aquella noche no era otra que el espigado joven bereber, de calva incipiente, que despertaba la atención de todos los allí presentes. Miradas de admiración de los caballeros que lo observaban con vista de niño, miradas de deseo de muchas de las damas que se perdían en esa sonrisa bruja que las embaucaba como sin pretenderlo y miradas de cazador como la del hombre con aire de funcionario del Ministerio de Obra Pública que seguía su rastro desde una mesa contigua calculando todos sus movimientos.
Para Florentino aquel tipo no era más que su próxima presa. De apariencia discreta y constitución menuda, su estampa no se ajustaba a la que cualquiera hubiera imaginado de una persona que hacía un mes había tomado el mando de una de las instituciones más prestigiosas del mundo. Para lograrlo se había valido de otra pieza de caza, un portugués, moreno y velloso, que atrapó gracias a la codicia de su representante y a las lagunas de otro presidente perdido entre bravuconadas y delirios. Esta vez, no obstante, la empresa se aventuraba bastante más complicada. Florentino había rastreado las huellas del franco-argelino y estaba al tanto de la seriedad de su propietario, un hombre de prestigio reconocido y celo extremo. Su única oportunidad pasaba por dirigirse directamente al objetivo. Necesitaba establecer contacto y además engatusarlo. Tras devanarse los sesos elaborando una estrategia infalible, terminó por desistir. ¿Cómo diablos iba a cortejar al hombre que era el foco de atracción permanente de todos? Definitivamente tenía que fiarlo todo a su instinto e improvisar al ritmo de los acontecimientos. Era a priori un disparate. Pero un disparate que nunca le había fallado hasta entonces.
La presencia de ambos en la gala estival de la Champions era una oportunidad privilegiada. Había sido informado de todos los movimientos de Zinedine hasta su llegada al restaurante. Su entrada causó un tumulto generalizado, no en vano acababa de proclamarse campeón de Europa con su selección y dos años antes la había liderado hacia la conquista del Mundial en su propio país. Cuando, transcurridos unos minutos, las miradas de ambos se cruzaron fundidas por unos segundos en una sola, Florentino supo de inmediato que aquel hombre iba a aceptar su propuesta. En la expresión nerviosa del francés pudo percibir un llamamiento desesperado de socorro, un date prisa que yo he nacido para jugar en el Real Madrid que cargó de confianza al pretendiente.
Pero Florentino no se precipitó. El éxito de un gran cazador no radicaba en la puntería sino en la elección del momento adecuado. Casi una hora después, para los postres, el francés se desvivía fijando su vista, ya sin disimulo alguno y de manera permanente, en el mandatario español para sofoco de los presentes en su mesa, que le preguntaban con descaro por la Juventus como para ahuyentar la sombra del adulterio a base de mala conciencia, y que él despachaba con un escueto C'est bien, que a tenor del gesto, más elocuente, de su mano venía a decir que le dejasen en paz de una maldita vez.
Y entonces Florentino lo hizo. Del bolsillo interior de su americana extrajo una estilográfica Montblanc y extendiendo la servilleta escribió en su superficie:
"Do you want to play in Real Madrid?"
De inmediato, llamó al camarero asignado a su mesa que, presto, atendió a las indicaciones que le daba al oído y raudo trasladó la prenda al francés. No le dio tiempo a percatarse de la reacción de Zinedine al leer su misiva, pues nada más entregar el testigo Florentino se había enzarzado en un diálogo mental, preguntándose por qué puñetas he escrito la frase en inglés si el otro es francés y ahora vete a saber si no lo entiende y le pide traducción al de al lado que a saber de quién se trata, que yo recién he llegado a este mundillo y todavía no distingo a casi nadie… Pero justo cuando andaba en esas el camarero solicitó su permiso y le entregó la servilleta de regreso. Consciente de la trascendencia del momento, Florentino tuvo a bien descubrir con la pompa debida la respuesta, las tres letras, Y-e-s, que a partir de ese instante quedarían grabadas en la historia del deporte mundial. Sin embargo, debajo de su pregunta tan solo pudo leer:
“Yo no, mis hijos”.
¿Cómo que sus hijos? ¡Si apenas serían unos mocosos! ¿Y por qué contestaba en castellano? Pero instintivamente recordó cómo en sus pesquisas había descubierto que su mujer era de origen español. Estaba desconcertado, de acuerdo, pero no podía dar espacio a la duda.
-Don Alfredo, ¿a usted no le importaría?... su servilleta... - se dirigió al hombre ubicado a su derecha.
-Está bárbaro esto de requisar pañuelos, -comentó el anciano mientras le entregaba amablemente la suya- raro que no se le ocurriese antes a Don Santiago...
“Zinedine, estoy seguro de que tus hijos son maravillosos, pero es que me interesas TÚ. Créeme. Si aceptas, tú y tu familia seréis muy felices”.
Esta vez atendió al recorrido del correo y a cómo Zidane lo leía al unísono con la hermosa dama que se encontraba junto a él, a todas luces su esposa, a la cual dictó, seguidamente, una respuesta valiéndose de la servilleta del de al lado que, como el resto de los presentes, ya habían cedido ante esa orgía mercantil.
“Sr. Pérez. Estoy agradecido por su interés. Pero mi objetivo es que Enzo y Luca jueguen con el Castilla”.
¿Sus hijos por el Castilla? ¿Pero qué clase de chalado era aquel hombre? Quizás fuera mejor reconocer que se había equivocado y dar marcha atrás lo antes posible. ¿Cómo se llamaba aquel mediapunta de Boca? Pero justo antes de recordarlo llegó a sus manos otra réplica.
“Y si para ello es necesario, estoy dispuesto a firmar por el Madrid”.
Florentino resopló. ¿Merecía la pena seguir adelante? Se trataba de un auténtico crack. Garantía de títulos y fama. Pero el asunto de sus hijos resultaba tan grotesco y delicado que se le antojaba embarcarse en una empresa sumamente peligrosa.
“Zinedine, sabes que quiero ficharte a cualquier precio pero lo que me propones me suena demasiado turbio. Hablamos de niños. Y piensa que esto te lo escribo con la servilleta que me acaba de ofrecer el propio presidente de la UEFA”.
La réplica del futbolista se hizo esperar un poco más que las anteriores.
“Pues sepa, Sr. Pérez, que el presidente de la FIFA está en nuestra mesa completamente borracho contándonos que en el futuro se hará rico montando un Mundial en el desierto. ¿De verdad resulta tan grave que unos niños jueguen en el Castilla?"
A Florentino le extendió una nueva servilleta un desconocido de su mesa pero esta vez la rechazó. No podía permitir que el futuro del Real Madrid se edificase sobre una tela tan perdida de tomate. Sin pensárselo aprovechó que el presidente de la Federación Española, sentado a su izquierda, pegaba unas cabezadas para quitarle la suya y transcribir:
“Zinedine, entiende mis dudas. No quiero que esto le cause problemas a la entidad. Diría que tus chicos aún son demasiado pequeños para ser inscritos en cualquier categoría”.
Apenas había terminado de redactarlo cuando llegó a sus manos otra entrega.
“SOS Gaizka 1006 please”.
Aquel mensaje debía de ser una interferencia, no ya por no encontrarle sentido alguno sino por una caligrafía que distaba mucho de las anteriores. El dirigente se encogió de hombros y esperó la recepción de un nuevo despacho.
“Presi, pídame lo que quiera, que le gane una Champions, renunciar a mi último año de contrato, que le haga de entrenador salvavidas, lo que sea… POR FAVOR”.
Florentino no pudo evitar sucumbir nada más leer la palabra "Presi", como ese padre primerizo que escucha por primera vez el sonido "papá". Presi, le decía, ni más ni menos que él, con toda probabilidad, futuro Balón de Oro. Se derrumbó. A fin de cuentas, ¿quién iba a denunciar que aquel fichaje ocultaba una inscripción irregular de menores?
Una última servilleta se desplazó hasta la posición del astro que tampoco pudo reprimir su emoción al leer:
“Voy a construir una Ciudad Deportiva para que tus hijos puedan crecer en ella”.
Al cabo de una hora nadie quedaba en el recinto, excepto un puñado de camareros y un sigiloso hombre de negro, con un pinganillo en la oreja, que de mesa en mesa fue recolectando todas las servilletas que encontró.
Me encantan tus artículos, Pepe. Además suelo compartir bastante tus reflexiones y puntos de vista sobre el Madrid. Es un placer leerte aquí y en Twitter, sigue así.
Simplemente, genial.
Exactamente como fue, sino que se lo pregunten a FIFA -- Una organización a carta cabal.