«Han sido más contundentes en los duelos.
Hemos perdido muchos balones, no sacamos el balón bien desde atrás».
Carlo Ancelotti
Corría el minuto 68 de partido y a Ancelotti se le acababa el oxígeno para intentar salir vivo de la ratonera de Vallecas. El equipo perdía por 3-2 cuando el entrenador madridista quiso agitar el árbol dando entrada a Camavinga en lugar de un Tchouaméni que, con cara de pocos amigos, salió trotando del campo hasta encontrarse con la regia figura del técnico italiano, que le extendió la mano para agradecerle el esfuerzo estéril. El joven pivote alargó con desdén la suya en un gesto que no gustó a Carlo, quien, inmediatamente, le pidió que se diera la vuelta y le saludara como es debido. «¡La mano! ¡La mano!», le gritó instantes antes de que el francés se girara y, ahora sí, correspondiera al gesto paternal de su míster. Sin embargo, es más probable pensar que Tchouaméni estuviera más molesto consigo mismo que con Ancelotti, pues acababa de hacer su peor partido desde que aterrizara en Chamartín.
No hicieron falta más que un par de minutos para darse cuenta de que el encuentro de Vallecas iba a ser más duro que subir a pie las tres cimas de Lavaredo. El ritmo infernal que el conjunto de Andoni Iraola impuso desde el pitido inicial obligaba a los futbolistas del Real Madrid a igualar en intensidad y concentración a un equipo con un plan ejecutado a la perfección en el que el primer mandamiento consistía en castigar la espalda de Carvajal y Mendy con continuos dos contra uno mientras se asfixiaba a los tres hombres de la medular a base de una presión tras pérdida que no concedía un segundo para coger aire. Es imposible calibrar si la cercanía del Mundial hizo que algunos jugadores blancos optaran por economizar esfuerzos, pero la realidad es que el equipo de Ancelotti en ningún momento tuvo argumentos para adueñarse del partido y decidir a qué se iba a jugar. Quizá con el metrónomo que Kroos tiene en su cabeza el desarrollo del choque hubiera sido diferente, pero ni Modrić –extrañamente impreciso– ni Fede Valverde –desdibujado– ni Tchouaméni pudieron ofrecer las soluciones que el scape room diseñado por Iraola demandaban.
Ni mucho menos fue el culpable único de la primera derrota de los de Ancelotti en Liga, pero Tchouaméni también naufragó. Pese a sus increíbles condiciones físicas y su inteligencia posicional, por momentos pareció moverse a cámara lenta mientras los hiperactivos Isi Palazón y Fran y Álvaro García se colaban una y otra vez por cada rendija que encontraban
Este último regresaba al once titular después de haberse perdido los dos choques anteriores, ante Girona y Celtic, por culpa de una sobrecarga muscular. No jugaba desde la derrota en Leipzig, donde el equipo empezó a dar los síntomas de cansancio y/o relajación que, posteriormente, y más allá de las decisiones de Melero López (parafraseando al tuitero @jarroson, que el mal arbitraje no tape el mal partido del Madrid; que el mal partido del Madrid no tape el mal arbitraje), se confirmaron con el tropiezo ante el Girona en el Bernabéu. Es evidente que Tchouaméni, que ha rallado a un gran nivel durante este primer tercio de la temporada, parece haber perdido parte de la exuberancia física, técnica y táctica que sí mostró, por citar dos ejemplos concretos, ante Atlético, con un soberbio pase a la espalda de la defensa que Rodrygo convirtió en el primer tanto; o Barcelona, convertido en una hidra de siete cabezas en la que murió la propuesta combinativa de los Pedri, De Jong y compañía. En cambio, ante el Rayo, el internacional francés fue incapaz de ofrecer una alternativa fiable a la salida de balón iniciada, fundamentalmente, por Militão, que en más de una ocasión se vio obligado a conducir el balón hasta el centro del campo o a buscar los fugaces desmarques de Vinícius con un desplazamiento en largo de más de 60 metros. Tampoco consiguió ser un apoyo para los triángulos que, con poco acierto, intentaba formar Modrić con Mendy y Vinícius en el costado izquierdo y hasta se le vio algo desubicado en los inútiles intentos del Madrid de instalarse en el campo del Rayo y embotellar a su rival.
Ni mucho menos fue el culpable único de la primera derrota de los de Ancelotti en Liga, pero Tchouaméni también naufragó en el plano defensivo. Pese a sus increíbles condiciones físicas y su inteligencia posicional, por momentos pareció moverse a cámara lenta mientras los hiperactivos Isi Palazón y Fran y Álvaro García se colaban una y otra vez por cada rendija que encontraban, como así ocurrió en el segundo gol franjirrojo, cuando Isi encontró un inmenso hueco a su espalda. No se impuso en los duelos aéreos, llegó tarde y sin contundencia a los balones divididos y fue incapaz de maniatar a Trejo, el futbolista del Rayo encargado de hacer sonar la corneta o de pedir calma para volver a empezar. Pareció aturdido, como un astronauta intentando respirar en el espacio sin su escafandra, sin saber si incrustarse entre Militão y Alaba para apuntalar el centro de la defensa o si presionar el inicio de las jugadas de Comesaña y Valentín buscando robar el balón y aprovechar la velocidad de los tres atacantes.
Nadie puede tener dudas de que Tchouaméni va a ser lo que se denomina un «jugador generacional» y por eso la dirección deportiva del Real Madrid se apresuró en pagar los 80 millones de euros en los que el Mónaco tasó al pivote de origen camerunés facilitando la marcha de una leyenda de la dimensión de Casemiro. En cambio, con sólo 22 años tiene muchas cosas que aprender de aspectos que, muchas veces, trascienden al propio juego. Debe competir, equivocarse, madurar y aprender a interpretar lo que demanda cada partido: si el violín o los tambores. Después de todo eso, y bajo la tutela de un maestro como Ancelotti, podrá convertirse en un líder.
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