Era la primera vez que Paquito acudía a los toros en compañía de su padre, que era un gran aficionado. Disponían de dos buenas localidades en tendido de sombra, que con el calor que hacía aquel día era de agradecer. La plaza se fue llenando poco a poco hasta completarse el aforo. Y no era de extrañar, pues se trataba de un fantástico cartel, con los mejores toreros del momento y toros de las mejores ganaderías.
- Ya verás qué magníficos ejemplares, hijo -le comentó el padre a Paquito consultando el programa-. El primer toro en salir es nada menos que un Miura; de nombre Madriles.
- ¡Madriles! No sabía que los toros tenían nombre.
- Jajaja. Sí, hijo, sí. Tienen nombre, igual que tú.
- ¿Y qué es eso de Miura?
- Es la mejor raza de toros que te puedes encontrar para la lidia. Los más bravos y mejor dotados. Los mejores.
- ¡Guaauuu..!
Tras el acostumbrado paseíllo de presentación, que gustó mucho a Paquito por su colorido y suntuosidad (los monosabios le hicieron mucha gracia por su nombre y no les quitaba ojo de encima), dio comienzo la corrida con el primero de la tarde. Se abrió la puerta de toriles, ante la cual esperaba el torero muleta en mano, traje de luces oro con bordados azules y rojos. Después de unos segundos de espera, apareció por la oscura abertura la imponente figura de un enorme toro blanco. Realmente era magnífico, con un porte impresionante. Arremetió con tremendo ímpetu y a gran velocidad hacia el torero, que le recibió estático con un pase natural ovacionado por el público.
Paquito estaba impresionado con aquel toro. Su blanca estampa y su energía le parecieron fabulosas.
- ¡Este toro va a ganar! -exclamó- Madriles va a ganar la corrida...
- Jajaja -volvió a reir su padre indulgentemente-. Esto no funciona así, Paquito. Ya lo verás.
- ¡Ya verás tú como sí! -replicó Paquito-. "¡Madriles es invencible!", decidió creer con entusiasmo.
Después de una suerte de muletazos por parte del torero, entró en el ruedo el picador. Comenzó su tercio con un ajustado puyazo que prolongó durante varios segundos. Volvió a picar un poco más centrado en el lomo e insistió hasta que parte de la grada comenzó a protestar. La sangre teñía el níveo costado del majestuoso animal. Un toque de clarín hizo que finalizara el tercio y entraron en liza los banderilleros. Uno tras otro fueron colocando sus pares de banderillas con maestría, llevándose los aplausos del respetable y unas excelentes opiniones de los críticos taurinos allí presentes.
Paquito advirtió que las embestidas de su Madriles ya no eran tan impetuosas ni tan veloces. Y, además, había algo que no le agradaba en absoluto.
- Madriles ha dejado de ser blanco inmaculado. Ahora tira más a rojiblanco.
- Jajaja -volvió a reír con indulgencia su padre-. ¡Qué cosas tienes...!
Comenzó la suerte del capote, en la que el torero no escatimó en todo tipo de verónicas, naturales, chicuelinas y pases de pecho ante los "olés" y los aplausos del público.
Paquito estaba expectante. El astado siempre era engañado con la muleta y no acababa de "acertarle" nunca al torero. Se sentía un tanto desilusionado con la actitud de "su toro". Y, para más desencanto, Madriles hincaba las rodillas en el suelo de vez en cuando, cosa que provocaba silbidos y abucheos por parte del público hacia el animal. El cual, de vez en cuando, miraba hacia aquel atronador graderío sin comprender nada de lo que estaba sucediendo, consciente únicamente del dolor y la molestia que le ocasionaban aquellas banderillas en su espalda. ¿Aquel griterío humano de la plaza sería de indignación por el injusto trato que él estaba sufriendo? Seguro que sí.
madriles se llevaba silbidos y abucheos cuando hincaba las rodillas
Llegó el momento de la suerte suprema. El torero se cuadró espada en mano ante el agotado toro, que agachaba la cabeza pendiente de los tenues movimientos de la muleta sobre la arena, a la vez que derramaba chorros de sangre por la boca.
Mientras el diestro apuntaba puesto de puntillas hacia el lomo del astado, Paquito aún mantenía la esperanza de un último arrebato por parte de Madriles. De una última embestida. De un último intento de victoria, que de algún modo sería la suya propia, pues había decidido internamente apostar por él. "¡Vamos!"
La estocada fue certera y profunda. Justo en el hoyo de las agujas. El público se levantó en éxtasis de sus asientos y aplaudió a rabiar. Los subalternos del torero, sabedores de que la muerte del animal era inminente, le marearon con muletazos a uno y otro lado del hocico hasta que el toro dobló las rodillas. El torero se situó ante él, muy erguido, con los brazos abiertos, en una pose casi "messiánica", hasta que Madriles sucumbió. El torero dirigió entonces su pose messiánica a la grada, ofreciéndole su talento y su valía. "¡Aquí estoy yo!". Luego dió la vuelta al ruedo lentamente saludando a su público, recibiendo aplausos, vítores, ramos de flores y todo tipo de muestras de admiración. Los periodistas taurinos se deshacían en elogios a la faena realizada por el diestro, que recibió las dos orejas y el rabo del difunto Madriles y las exhibió triunfante a toda la plaza, que estalló en una ovación apoteósica.
Paquito estaba muy serio. Con el ceño fruncido.
- ¿Qué te pasa, Paquito? -inquirió el padre- ¿No te ha gustado la faena?
- ¡Qué ridículo! -fue la respuesta de su decepcionado hijo observando como se llevaban ya a rastras a Madriles- ¡Vaya mierda de toro fui a elegir!
- Jajaja -rió de nuevo el padre, siempre condescendiente, mientras pedía la puerta grande para el torero...
Una aclaración.
Al comenzar la lidia el torero lleva en la mano el capote, no la muleta.
Es lógico, el que escribió esta historieta, no sabe nada de toros; ojo es mezquino engañar, señor escritor