Jóvenes prodigiosos

El otro día leí lo que dijo Kubo sobre los pitos que le dedicó la “plataforma de reivindicaciones” que es el Nou Camp, según lo llamó Bartomeu (o más bien el redundante manifestódromo, esa machacona manifateca, el estadio monoireivindicativo [nada de plurales]), y sentí un poco de vergüenza propia. Yo con dieciocho años, de salir algún sonido por mi boca, hubiera sido algún tipo de relincho. Hubiera enseñado los dientes a la cámara o algo así. Hubiera sacado la lengua como aquella vez Coentrao a Neymar.

Pero él no. Él dijo que tenían derecho a pitarle. Y que creía que lo merecía. Aún oigo el eco de la silenciosa bofetada masiva. Así también se silencia ese enorme espacio unipancartero, aunque es probable que buena parte no pueda comprender a qué se debe su mutismo sobrevenido. Seguramente piensen muchos que es alguna cosa que ha echado Florentino en el aire de Barcelona.

Él dijo que tenían derecho a pitarle. Y que creía que lo merecía. Aún oigo el eco de la silenciosa bofetada masiva.

Ya lo he visto más veces atender a los periodistas. Detenerse sin mudar el gesto y contestar con el tono adecuado y evidentes destellos de brillantez. Ahí es donde yo puedo reconocer a una estrella. Al menos mejor que sobre el campo. Aunque el caso es que habla como juega. Antaño a los jugadores de su edad (hoy, todavía) se les trataba con la típica condescendencia. Los lamas alcachoferos se permitían el lujo de abrazarles paternalmente, o incluso de darles alguna que otra collejita campechana mientras les hablaban como hablan ciertos entendidos a los parvularios: marcando las sílabas como si aún no pudieran entender su magro vocabulario.

Reconozco que he tenido una fantasía con Kubo y un lama de los de postín. Algo de uno que trataba de acercarse al japonés con alguna inconveniencia clásica, y Take se salía de la vulgar encerrona citando a Mishima, que sé yo, mientras el alcachofero dice a la cámara con su sonrisa de cretino: “Que no sé qué de minina, dice... ay, estos chavales”. Pero no le hace falta citar a nadie. Da la impresión de que le sobra consigo mismo. Hay madureces juveniles y madridistas que producen una enorme esperanza en el futuro, incluso en la humanidad. Take no es el único y por eso es esperanzador.

Hay madureces juveniles y madridistas que producen una enorme esperanza en el futuro, incluso en la humanidad. Take no es el único y por eso es esperanzador.

Piensen en las formas, incluso dejando a un lado el talento futbolístico, de jugadores como Lunin, Achraf, Vinicius o Rodrygo. También Brahim. Odegaard parece un jugador especial, y no tanto por lo que hace sino por lo que dice. El desafortunado Vallejo pertenece a este grupo escogido, uno que podría dar buenas lecciones a unas cuántos de las generaciones que lo preceden. A esos chicos les falta crecer como profesionales (tampoco mucho, un salto), pero por dentro ya nos han llegado crecidos (maravilloso trabajo y proceso educativo ha debido de ser), como si el interior fuese lo primero y lo importante. Eso es grandeza suya y de sus familias y de su entorno, y grandeza del Real Madrid por verlo para que lo veamos nosotros y también nuestros hijos.

Recuerdo a algunos jóvenes, bicampeones de Europa y campeones del mundo, por ejemplo, y por poco no me ruborizo en la comparación. El mismísimo Xavi, hoy en día, parece el hijo bobo de Takefusa. Lo veo diciendo aquello de que Catar no es un país democrático, pero que el sistema funciona mejor que en España, y al momento veo aparecer a su padre, el señor Kubo, y decir aquello que le decía Vito Corleone a Solozzo a propósito de Santino: "Tengo ciertas debilidades con mis hijos, como puede ver. Hablan cuando deberían escuchar”.

Y no es que parezcan señores, aunque algunos también. Son jóvenes prodigiosos, como aquellos escritores de Michael Chambon, que tienen aprehendido el respeto por sus mayores y los ojos siempre muy abiertos. Así, Valverde ha ascendido en unos pocos partidos de guardiamarina a capitán. Y así es como estoy yo de ilusionado al ver el estallido de los guardiamarinas valientes y soñar con grandes gestas, tan serenos y audaces como el joven Lord Blakeney, no a las órdenes de Jack Aubrey sino de Zinedine Zidane.