Ese amor, o lo que quiera que fuese, nació en una peña madridista. ¡Maldita asociación de ideas! Cada vez que veo a Míchel, pienso en ti. Es el recuerdo de un tiempo joven en el que no nos resguardamos, el principio de nada, una nada en la que, escuálidos, chapoteamos juntos en un tanque de sexo y decepción.
Lo nuestro siempre fue, y desde el comienzo, una carretera bacheada que nos empeñamos en recorrer, la mano en un costurero lleno de alfileres, de espoletas que hacían volar por los aires las escalas que nos habían elevado. No quiero nada tuyo, permíteme esta carta abierta que encierra una revancha. Desde hace días, como un invitado molesto, el ruido del tiempo me vuelve a arrastrar a ti.
Aquel bar de los ochenta era el fortín de nuestros sueños ligueros, un hormiguero iniciático atestado de soldados de aquel Madrid de J. B. Toshack absortos frente al televisor. Conocía a tu hermano, un asiduo al lugar, por lo que toparme contigo y tus problemas era cuestión de tiempo. Y te vi. Y noté aquel amperaje como una advertencia. Fue un sábado, justo cuando Martín Vázquez marcó el segundo de cinco goles contra el Sevilla, que pensé en jugar a hacerte un gesto, pero tú desenfundaste primero. Y en aquel trastero, entre cajas de cerveza vacías y estantes con platos, un sol pesado como el plomo entró por un tragaluz cuando te embosqué.
Después, la confusión como una neblina de alquitrán que lo pintó todo durante dos años. Nos recuerdo haciendo el amor en aquel pantano y en la pista de una discoteca verte bailar mientras un anciano de traje marrón, cuyas perneras se recostaban sobre unos zapatos desgastados, te devoraba con la mirada. En silencio, apostado en la barra sabía que entonces bailabas para mí, como una complaciente bailarina balinesa. Fueron meses que aún perfuman un tiempo agridulce.
Pero, porque siempre hay un pero, un día descubrí que tus pupilas no se dilataban solo por mí y la temporada acabó bruscamente justo cuando tu química arruinó la nuestra. Todo era perfecto hasta que se topó con una realidad incómoda, un suplicio en dosis diarias, una pileta sucia de la que no querías salir. Y entonces, hui. Sé lo que perdí porque lo probé. Aquello fue un torrente de perseidas que murieron en un segundo. No lo soñé, guardo los trazos de tus dedos en mi espalda como un hierro candente y el recuerdo de una habitación en penumbra casi tan desordenada como tu propia vida.
Tras el temporal hubo un tiempo en el que quise hacerte sufrir pero me faltó valor. Tu corazón resultó ser una piedra de sal y nuestro amor, por eso, nunca sería un vino en odres viejos. Luminosa y efímera, de fulgor intenso pero breve, de repente, te difuminaste. Solo entonces supe que fuiste el rescoldo de una estrella muerta, que todo fue el reflejo de una efímera noche estrellada.
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Maravilloso
Es UD. muy amable, muchas gracias.
Quédate con la vivencia, y olvida la parte menos buena. Excelente texto. Otra derivada de la Champions es que estamos tan felices que los textos de La Galerna de esta semana son excelentes (incluso más de lo habitual)
Abrazos madridistas, y larga vida a Martín Vázquez, el díscolo de La Quinta, cuya huida al Torino (Torino?), fue el inicio del fin de la Quinta. Pero con el paso del tiempo no se lo tenemos en cuenta, fue el más talentoso de todos y el que ha pasado más desapercibido.
Muchas gracias, Julio. Un saludo.
Alberto, es un texto sensacional, lleno de poesía y mensaje. Creo que todos nos hemos sentido igual en algún momento. Enhorabuena.
De aquellos años cuantas pérdidas, y entre recuerdos podridos, cuanta belleza rescatada!! Muchas gracias Alberto.
Gracias por leerme y por esas palabras