El jueves pasado, 8 de enero, el día en que empezó la Supercopa de España árabe, la Federación publicó una curiosa nota de prensa en su página web cuya tesis, resumiendo, era que “el fútbol es fundamental para abrir fronteras, mejorar las sociedades” y que “como prometió la Real Federación Española de Fútbol cuando se anunció que la Supercopa viajaba hasta Arabia Saudí, las mujeres han entrado sin restricciones en el estadio King Abdulla”; se ilustraba la nota con varias fotos en las que se veía a mujeres aisladas en la tribuna, rodeadas de hombres, acompañadas algunas de sus hijas, tocadas con el velo de tipo shayla unas y otras con el chador. “Cuando el pasado mes de noviembre Luis Rubiales, presidente de la RFEF, anunció que la Supercopa de España viajaba a Arabia Saudí”, seguía la nota, “lo hizo con unas condiciones para las mujeres que hoy se han hecho realidad en el estadio King Abdullah. Un momento para la historia de este deporte y para la igualdad en este país. Así se firmó el contrato y así se ha certificado con hechos: mujeres y niñas en las gradas, como las que ilustran las fotografías de este texto, disfrutando en igualdad del fútbol por el que tanto trabajamos. El deporte rey se puede utilizar como bloqueo o como elemento de cambio y la Real Federación Española de Fútbol ha optado por lo segundo”.
No ha sido sólo la Federación, quien al fin y al cabo, tiene que vender su producto, como la FIFA tiene que vender el suyo en Qatar dentro de dos años, etcétera. Lo obsceno reside en la actitud de algunos periodistas desplazados hasta Arabia, en algunos casos mujeres con reputación y largos años de experiencia en la primera plana de la información deportiva nacional. Como Mónica Marchante, por ejemplo. Esta mujer, una de las caras más reconocibles del fútbol en la tele por sus entrevistas en los descansos de los grandes partidos, primero en Canal Plus y luego en Movistar, se metió con una compañera, María Gómez, en el Mundial de Rusia, acusándola de “enarbolar la bandera del feminismo” siendo utilizada por sus patrones como “un adorno” aludiendo a su labor a pie de calle entrevistando a la gente. Marchante reconoció el otro día que en Arabia Saudí había trabajado con más libertad (“cercanía”, fue la palabra) incluso que en muchos otros campos, no especificó si españoles o europeos. O por ejemplo, Cristina Cubero, quien subió una foto con “una amiga saudí” de la que sólo se veían las gafas y los ojos a través de una ranura rasgada en el niqab; una foto, al principio, tomada como broma por los tuiteros, que luego borró ofendida por las reacciones de la gente. Como si existiera una directriz emanada directamente de la Federación, al estilo de las líneas oficiales que en la Rusia soviética establecían el Politburó y el Comité Central del Partido y que súbitamente recorrían de arriba hacia abajo todos los estamentos de la sociedad configurando el nuevo mensaje oficial que debía ser promulgado al mundo, muchos periodistas y medios de comunicación nos están queriendo vender que la Supercopa, para la sociedad árabe, es la caída del Muro de Berlín. ¡Rubiales encaramado a la Kaaba, enarbolando la bandera morada del 8 de marzo!
A Rubiales se le acercan las mujeres saudíes por la calle a darle las gracias, lo que no es extraño porque ya en 2018, cuando echó a Lopetegui tras anunciarse su fichaje por el Madrid, hasta Obama lo llamó por teléfono para apoyarlo en su decisión. Es un hombre importante, se le ve a gusto en el palco VIP junto a tíos en turbante e iphone en mano, que lo mismo son príncipes que extras de Lawrence de Arabia. “Dejad que las mujeres se acerquen a mí” ha debido pensar este hombre revolucionario que en su cabeza (y en la de sus telepredicadores) está poniendo patas arriba la teocracia más rica del Golfo Pérsico. Porque eso es lo que es Arabia Saudí, un Estado cuya Ley Fundamental se articula en el Corán, por un lado, y en la Sharia, por el otro. Tanto es así que el propio libro sagrado del Islam y el cuerpo jurídico islámico de referencia tienen prevalencia con respecto al propio texto constitucional del reino, como reza éste mismo: “el gobierno en Arabia Saudita extrae su autoridad del libro de Dios, de la tradición de su profeta y ambos son prioritarios respecto a la mismísima Ley Fundamental y sobre todas las demás leyes del Estado”. ¿Tendrá el contrato firmado por Rubiales y los representantes saudíes, al que alude la web de la Federación, un valor superior a los mismísimos textos sagrados musulmanes? Cabe preguntárselo pero sólo en la distancia puesto que los periodistas desplazados para cubrir la Supercopa han estado demasiado ocupados retratando la rasgadura del velo del templo ejecutada por ese cuchillo de la Modernidad que es el presidente de la Federación.
El Corán y la Sharia distinguen claramente al hombre de la mujer y los derechos civiles que por tanto corresponden a cada uno. Básicamente, la mujer queda atrapada, bajo la orientación de estos dos textos, en un régimen de tutela masculina casi absoluto que afecta a todas las parcelas de su vida pública y privada. Incluso en las interpretaciones más liberales de las directrices sagradas respecto de la vida sexual y matrimonial, la decisión del hombre es determinante. Arabia Saudí, además de articularse como un Estado teocrático sujeto al Corán y a la Sharia, es un sistema político recorrido de punta a cabo por el wahabismo, un salafismo (teología ultraortodoxa que pretende aplicar una severísima interpretación de los textos sagrados islámicos a la vida de los creyentes) surgido en la península arábiga en el siglo XVIII y que nació como un movimiento de regeneración dentro del Islam, aspirando a limpiar el mundo de la impureza intelectual y moral y de la decadencia en las costumbres tan propia del mundo contemporáneo. Casi resulta absurdo subrayar que todo esto es la matriz del magma ideológico que supuró a quienes secuestraron unos aviones y los estrellaron contra las torres de Nueva York, o volaron los trenes de Madrid. Desde hace unos años se están produciendo en Arabia Saudí algunas “reformas” impulsadas por el príncipe heredero, Bin Salmán (el que, todo apunta, mandó descuartizar al periodista Jamal Khashoggi en Estambul), con el objeto de, en sus palabras, “integrar al país en la identidad global” del siglo XXI. Estas reformas se han concretado en un relajamiento del tutelaje masculino sobre la mujer saudí: ahora, por ejemplo, las mujeres de Arabia Saudí pueden conducir, operarse o abrirse una cuenta en el banco sin tener que pedirle permiso a su padre, hermano mayor, abuelo o marido, todo un terremoto cultural.
Si los periodistas desplazados hasta Arabia no estuvieran tan embelesados en el asalto al castillo wahabita que parece estar llevando a cabo el presidente Rubiales, podrían preguntarle también por otra cuestión que se infiere de la nota publicada por la Federación en su página web. De la frase “cuando el pasado mes de noviembre Luis Rubiales, presidente de la RFEF, anunció que la Supercopa de España viajaba a Arabia Saudí, lo hizo con unas condiciones para las mujeres que hoy se han hecho realidad en el estadio King Abdullah”, un malpensado podría colegir que, una vez finiquitado el evento deportivo, y despegado rumbo a España el último avión del convoy futbolero, las mujeres saudíes podrán seguir ir a cualquier parte sin permiso de los hombres; podrán hacer deporte en público, ir a rezar por sus muertos a los cementerios o compartir una piscina pública con los hombres. Si no entendí mal durante la carrera de Periodismo, el oficio consistía, también, en ser un malpensado, aunque las grandes figuras de nuestra información deportiva (a quienes, como la Marchante o la Cubero, no se les deja bañarse en las piscinas de los hoteles como a sus compañeros de profesión, como ellos mismos han informado en un tono sorprendente de resignación, con el que usarían, por ejemplo, para relatar que un partido ha de suspenderse porque llueve mucho) estén distraídas retratando el cráneo rasurado del presidente Rubiales, sin advertir que detrás brilla una luna llena con poderosa fuerza. La Supercopa de España en Arabia Saudí nos ha enseñado que el oficio consiste, ahora, en superar a Dadá.
Todo el mundo sabe que la Supercopa ha ido a Arabia por dinero y considerando que, sin ir más lejos, la construcción de barcos de guerra saudíes da de comer a media Cádiz, cualquier persona normal habría tragado con tal de que no nos vendieran el pescado podrido de una revolución feminista en el desierto. Pero como dijo una vez Luis Aragonés, un hombre que al final de su carrera sufrió y entendió al periodismo deportivo español, máteme, máteme pero no me mienta.
Más allá de la Supercopa, el blanqueamiento del Reino de Arabia Saudí es una cuestión que interesa políticamente por el motivo que sea. No hay más que ver las retransmisiones del Rally Dakar en Teledeporte, en las que día sí y día también se pregunta a las mujeres participantes si han tenido problemas en ese país por el hecho de ser mujeres, a lo cual contestan, por supuesto, que no. Que nadie se ha metido con ellas, y que incluso les decían "welcome tourists" por la calle, evidenciando que en aquel país se puede vivir con mucha más libertad, igualdad y fraternidad que aquí.
Al final el hombre que susurraba al céspet va a tener razón y los países árabes son mejores que el nuestro. Voy a dejar mi curro y a llevarme a mi familia a Arabia. Seguro que están infinitamente mejor.
Algo tendrán los petrodólares cuando los bendicen. En estos tiempos de postverdad y Pseudorealidad cualquier parida es digna de ser comprada, sobre todo si es a buen precio.Que la realidad no te estropee una bonita soplapollez
Saludos
Sip, sip...tragicómico. En definitiva, un esperpento digno de Don Ramón Valle-Inclán.
Dignidad, coÑo, dignidad...