Summer in the City

La Champions se nos ha echado encima como una ola. No es tiempo de rocío, pero el Madrid se ha conjurado para ir a por todas. La dificultad de remontar un 1-2 fuera de casa contra un equipo como el Manchester City es innegable. También es irrebatible que el mundo ha cambiado por completo en los cinco meses que han transcurrido desde aquel partido del que usted me habla y el Real Madrid ha demostrado adaptarse mejor que nadie a los cambios. No solo a los de ahora, sino a los de siempre. Es un hecho irrefutable porque evoluciones e involuciones ha habido siempre y el Madrid es el equipo más laureado.

Además del resultado adverso, los de Zidane sufren la baja por sanción del patriarca vikingo Sergio Ramos, que atraviesa un estado de forma excelso. Aunque también se antojaba imprescindible Xabi Alonso en la final de la Décima y el equipo terminó sobreponiéndose a su ausencia. Por suerte, lo que no se puede sancionar es el espíritu que el capitán insufla a esta plantilla.

Existe otro intangible que juega a favor del Madrid, el estado anímico. En ese aspecto —salvando las innegables diferencias en otros—, este equipo recuerda a aquel rebosante de fe que ganó dos Copas de la UEFA a mediados de los ochenta. Ambos son una mezcla de veteranos históricos que sienten el escudo, como Santillana, Juanito o Camacho entonces y Ramos, Marcelo o Benzema ahora, con jóvenes talentosos e irreverentes que irrumpen con fuerza: la Quinta del Buitre entonces y Vinícius, Valverde o Rodrygo ahora. Aderezados con futbolistas de mucha personalidad en plenitud: Hugo Sánchez, Gordillo o Valdano en aquella época y Kroos, Casemiro o Varane en esta. Ambos conjuntos dirigidos por entrenadores que habían sido jugadores excepcionales del Real Madrid: Molowny y Zidane, los dos con unas dotes sublimes para la gestión de grupos. Incluso la anécdota avala esta similitud; si han tenido ocasión de observar los dorsales y los nombres de la nueva equipación, habrán comprobado que recuerdan a aquella serigrafía de Adidas de los ochenta que parecía serpenteantes pistas de Scalextric.

De Molowny también se decía que era solo un alineador que se limitaba a indicar a los jugadores que saliesen y jugasen como sabían, pero, al igual que Zidane, ganaba y conectaba con la afición. Además de contar con soluciones tácticas sorprendentes que daban resultado, como aquel partido de ida de la final de UEFA contra el Colonia en el que alineó tres defensas, a Míchel y Juanito de medios centros y al séptimo de caballería en ataque. Incluso cambió a Martín Vázquez, que jugó de extremo derecho, por Santillana y Charly acabó marcando el 5 a 1 definitivo.

Zidane tiene algo de Molowny, son tipos que saben más de fútbol que todos nosotros juntos. Conocen el juego de manera instintiva, la más difícil de todas porque no se puede aprender, y ven cosas que los demás no vemos. Es algo similar a escuchar los comentarios de Roberto Carlos en un partido cualquiera del Madrid, que muchas veces canta gol antes de que el balón salga de la bota de quien asiste al que termina marcando. Además de esta comprensión innata del fútbol, Zidane tiene la capacidad de transmitir sus ideas a los jugadores sin necesidad del boato y la fastuosidad de otros entrenadores que actúan como semidioses.

Pese a lo improbable que se antoja la remontada ante los pupilos de Pep, este Real Madrid, como aquel de las remontadas europeas ochenteras, no pierde la fe. Además, la ausencia de público resta relevancia al papel de local o visitante. Este excepcional final de Liga y de Champions está premiando al que mejor se adapta, sin quejarse, a situaciones nuevas y a circunstancias como el calor. El próximo 7 de agosto es Summer in the City y la verdad es que suena bien.

Fotografías Getty Images.