Esta mañana me he despertado a las cinco. Aún quedaba un rato para que sonase el despertador, así que me he dado la vuelta en la cama (uno de esos momentos de felicidad absoluta, como cuando gana el Madrid), y he seguido durmiendo. Por poco no lo consigo pensando en esos pobres chicos del Aleti (muertos anteayer en una de las dos orillas que pretendían alcanzar) porque a esa hora ya deben de estar desayunados y listos para que el Cholo les pase revista. Yo llevo un tiempo imaginándome que esos jóvenes humildes y malditos (poetas sin poemas) del equipo del pueblo llevan un horario amish (salvo los días de partido) y reciben una educación de internado inglés dickensiano, que no dirige un tipo como Mr. Creakle sino Simeone, quien en otra vida debió de ser el líder de una mara.
Ellos parecen estar contentos, a pesar de todo. Una suerte de alegría de esas que ansían una sonrisa del protector para sentirse pagados. Yo les imagino cada día a la intemperie en Majadahonda con unos trapos para taparse sus partes pudendas mientras el Cholo grita. No cualquiera sirve para soportar ese entrenamiento. Recuerdo al pobre Vietto desfallecido en su primer día. Él pensaba que aquello iba de jugar a fútbol, pero se encontró descalzo, con una sola túnica para todo el año y en el Apótetas (donde despeñaban a los niños espartanos que no servían para la guerra) transformado en una orilla, esa orilla aciaga, del Manzanares.
El caso es que a fuerza de estar sometidos y subalimentados han llegado casi al final de todo, como a la final de la Copa de Europa, otra vez, superando el último obstáculo del Bayern de Pep, un equipo que, en comparación, debe de seguir el programa de un internado para señoritas. El guardiolismo muniqués ya es historia. Todos esos brutos hambrientos y sedientos entraron en esa elegante residencia alemana y se llevaron hasta las enaguas, poniendo a Mr. Guardiola a hacer el equipaje para trasladarse al Etihad Stadium, en el que un día de estos aparecerá a la puerta con el sombrero, el maletín y el paraguas igual que Mary Poppins.
Les decía que anoche, o esta mañana, me he despertado y luego me he vuelto a dormir con placidez, como cuando gana el Madrid. He tenido un hermoso sueño en ese tramo final de mi descanso que coincide con ese tramo final de la temporada, y he contemplado una jornada final que me dibujaba por los aires, precisamente, Mary Poppins.
Era el domingo quince de mayo a las cinco de la tarde, la misma hora que la del llanto por la muerte de Sánchez Mejías. Ochenta y nueve minutos más tarde el Barcelona ganaba al Granada por uno a cero y el Madrid perdía por el mismo resultado en La Coruña. Los culés celebraban un nuevo título liguero a falta de segundos para el pitido final, cuando un balón colgado por el equipo local, tras un fallo notable en defensa de Alves, que estrenaba un peinado para la ocasión como el de la princesa Leia, lo despejaba Gerard Piqué con el cuello estirado en estético periscope para introducirlo por error, de preciosa vaselina, en propia puerta.
Barcelona entera se sumía en el silencio e instantes después en el horror (como si no estuvieran contemplándolo en una ciudad moderna, mediterránea y europea sino en el África de El corazon de las tinieblas), tras conocerse que Arbeloa, que había salido al campo en sustitución de Jesé para cubrir la posición de Marcelo, de primorosa jugada sorteando jugadores en eslalon, Alberto Tomba marcando los talones, había logrado el empate para el Madrid de disparo último ajustado al poste. De cualquier modo, los blancos sucumbían (en la orilla como el Aleti) bajo la lluvia gallega en un día sin Cristiano, ni Benzema, ni Bale, reservados impepinablemente por sus molestias.
El partido ya había acabado en Granada y el barcelonismo era un clam. Zidane permanecía inmutable bajo el agua cuando vio pasar a Lucas Quinto por delante de él chapoteando. El fin del encuentro era un hecho casi científico cuando el canterano se adelantó el balón en un gesto sorpresivo lanzándose hacia el interior como un demente Custer. Fue salvando rivales, uno tras otro, un tren sobre un raíl, hasta que se apoyó en James. Él siguió corriendo, y el colombiano hizo que la pelota traspasara las líneas locales igual que rompiendo una débil tela de araña en busca del Grial. Lucas, Indiana Jones, la dejó pasar y el esférico le llegó a Danilo, que a base de saltos tribales estaba allí en el área, tratando de encontrar esposa, y, solo frente al portero, iluminado en ese preciso instante por un relámpago, le propinó un punterazo salvaje que fue a dar con él en la cruceta, golpe cuyo efecto lo introdujo en la red de manera violenta, a la vez que el trueno posterior, recorriendo todas las paredes de la portería como si fueran las de un pobre corazón antimadridista.
Luego oí algo. Creí que era el chillar histérico de las mocitas, pero en realidad era, al fin, el despertador.
La próxima vez que tengas un sueño de esos avísame que me apunto.
:)))
Puntito de ironía y buen humor, muy inglés.
Refinado, con un uso muy adecuado del lenguaje; punzante, inteligente.
Magnífico, como siempre. Muchas gracias!!!
Las mocitas madrileñas nos alegramos de un sueño como este y nos unimos en oración para que se haga realidad, Don Mario.
¡Hala Madrid y nada más!
Hechi