Nadie normal juega al fútbol a las 4 de la tarde. Esa histeria balompédica postcomida es algo que se te cura a los 12 años, cuando las digestiones empiezan a pedir paso, y en vez de correr con el postre en la mano te dedicas a leer Los hermanos Karamazov y a quitar el polvo a tu colección de pterodáctilos de bronce. De modo que, aunque sé bien las razones, programar un Barcelona-Real Madrid a esa hora me sigue pareciendo más perjudicial para la salud que diez años de fumador de pastillas de encendido de barbacoa de Mercadona. Sea como sea, el homenaje perpetuo a la filosofía de este deporte consiste en que los que mandan deciden que se juega cuando les sale de las pelotas, y ahí estuvimos, con un café cargado, un orujo como un piano, y un párpado aquí y otro en el Cuerno de África.
el homenaje perpetuo a la filosofía de este deporte consiste en que los que mandan deciden que se juega cuando les sale de las pelotas, y ahí estuvimos, con un café cargado, un orujo como un piano, y un párpado aquí y otro en el Cuerno de África
Tras el primer café, aún en la previa, durante los anuncios de desodorante agrícola para tenistas, caí en un levísimo sopor; a saber, el cuello en noventa grados, la boca abierta, y el pitillo colgando, quemándome la camisa nueva. Y si el olor a chamusquina Ralph Lauren no fue suficiente para despertarme, sí lo fue el grito colosal del siempre emocionante Carlos Martínez: “¡Vinícius! ¡Madre de Dios!”. En mis cálculos habían pasado veinte minutos, pero lo cierto es que pudieron ser tres días, porque incluso tuve tiempo de soñar que Modric ganaba el Roland Garros, y que le entregaba la ensaladera Millán Salcedo —no hagáis preguntas—.
Despejado al fin, no volví a sucumbir a la tentación de la siesta. Y es mérito, si tenemos en cuenta el histórico déficit con el que arribé al domingo, para nada relacionado con el fin de las restricciones del ocio nocturno. La capacidad de romper partidos de Vini es infinita. Gran parte del ritmo vertiginoso que tuvo la primera mitad fue su culpa; el único jugador empeñado en jugar a 300 kilómetros por ahora en un encuentro en que el resto apenas alcanzaba los 60.
Si fuera un análisis exhaustivo, tal vez habría que mencionar su desaparición en la segunda parte —aunque es obvio que se había consumido en la primera—, elevar acciones de gracias al cielo por el partidazo del retornado Mendy, o preguntarse qué habría pasado si además Modric y Benzema hubieran tenido un buen día. Sin embargo, lo que resulta imprescindible destacar en la victoria contra el Barcelona es la brillante habilidad de Ancelotti para desbrozar al equipo catalán desde el primer minuto.
lo que resulta imprescindible destacar en la victoria contra el Barcelona es la brillante habilidad de Ancelotti para desbrozar al equipo catalán desde el primer minuto
Hay, en este aspecto, grandes noticias. Buena parte de los jugadores ofensivos del Madrid jugaron de espaldas a su portería, recibiendo, dándose la vuelta y metiendo pases en profundidad a enorme velocidad, casi siempre a Vini, pero no solo. La presión sobre un rival herido psicológicamente fue más inteligente que asfixiante. Sin llegar a haber desgastes absurdos, los del Madrid crearon sensación de presión, dos contra uno, desde el mismo instante en que el Barça trataba de sacar el balón en defensa; el trabajo de Rodrygo e incluso de un casi inesperado Modric son buen ejemplo de un planteamiento admirable que secó y desesperó a un rival que, ya antes de saltar al campo, era un serio candidato a deprimirse.
Fue tal el entusiasmo al término de esa vertiginosa primera parte, que ni siquiera volví a quedarme dormido en los anuncios de coches teledirigidos a pilas para adultos —31.000 euros—. Me mantuve en tensión esperando la segunda. Y ahí sí, vino algo de melancolía, al ver que los nuestros mamonearon con el cero a uno, corriendo el riesgo de pasar en un gol de héroe a villano. Yo mismo no estaría alabando hoy a Carletto si tal cosa hubiera sucedido, pero la norma número uno del columnista es ser un impostor y, si es posible, —aunque esto es más difícil— un impostor brillante.
Yo mismo no estaría alabando hoy a Carletto si el resultado hubiera sido otro, pero la norma número uno del columnista es ser un impostor y, si es posible, —aunque esto es más difícil— un impostor brillante
En síntesis —¡viva el vino!—, he leído demasiadas críticas al partido del Real Madrid. Y esta vez no puedo estar más en desacuerdo. Ambos equipos jugaron eso que llaman “un clásico” con lo que tenían, quizá sin las superestrellas de ayer, pero sí con el talento y el trabajo de hoy, y el resultado fue futbolísticamente un placer casi equiparable a la siesta dominical postgintonic, y mucho más favorable al Madrid de lo que refleja el marcador.
Tal vez no hayamos visto el mismo partido. Pero yo al menos llegué a casa cantando a viva voz canciones de sublevación militar, dando palmas como un mono, y coreando rimas de contenido sexista sobre los futbolistas del Barcelona. Y aún era media tarde.
Fotografías Imago.
Totalmente de acuerdo. Yo saqué la conclusión del que el Real Madrid fue muy superior al Barcelona durante casi todo el partido. El Real Madrid jugó a lo que quiso y a lo que necesitó. No entiendo a que viene tanta crítica, sobre todo, desde nuestra propia afición... no lo entenderé nunca.
Hora intempestiva aparte, la del partido, lo único malo del mismo para el madridismo fueron las lesiones y ese gol ,encajado en las postrimerías, que mitigó un tanto la euforia.
¡ HALA MADRID !
En Psicología social existen 2 términos para referirse a qué percepciones, siempre son subjetivas, nos influyen más en la obtención de las impresiones. De las sensaciones más o menos desagradables. Efecto de primacía y efecto de recencia. Son tan obvios los términos que no requieren de mayor explicación.
Para mí, el partido fue algo decepcionante durante los primeros 20 minutos; como en no pocas ocasiones en los clásicos. Respeto, elocuente, miedo a perder la posición , arriesgar en demasía y a cometer errores. Los casi 80 minutos restantes, contando el tiempo extra, fueron de buen juego del Real Madrid.¡ HALA MADRID !