La vida, el trabajo, el fútbol, el oxígeno, las chicas guapas, el vino, es decir, todo lo contingente que más o menos necesitas para sobrevivir es solo un pequeño trámite hasta el mes de abril, cuando empieza lo único realmente importante: los cuartos de final de la Champions.
Ocurre que durante los meses oscuros tratamos de ilusionarnos con las idas y venidas de la Liga española, que es como cuando el Barcelona filtró que estaba interesado en Mbappé, imagino que tanto como yo en Scarlett Johansson. De ilusiones también se vive; si bien estoy yo más cerca de Scarlett que el Barça de Kylian, y a su vez la Liga y sus mil corruptelas resulta tan excitante como una inspección de Hacienda.
Durante los meses oscuros tratamos de ilusionarnos con las idas y venidas de la Liga española, que es como cuando el Barcelona filtró que estaba interesado en Mbappé, imagino que tanto como yo en Scarlett Johansson
Incluso las primeras fases de las Champions resultan un tanto anodinas al lado de la emoción a toda vela que representa la recta final. Es el mismo criterio que se emplea para las retransmisiones de la Vuelta Ciclista: salvo caídas masivas, días de montaña enfurecida, o explosión volcánica en las inmediaciones, el 80% inicial de cada etapa es solo una invitación a la siesta.
Para colmo de gozo, aún tenemos en el retrovisor de la memoria el frenesí futbolero de la 14, bendito año 2022, que nos ha convertido en más peligrosos de lo que ya éramos. Parte de nuestra euforia de aquella primavera consistió en la cantidad de veces que nos dieron por muertos, algo que a menudo representa más un deseo del emisor que una realidad. Y no estábamos muertos, no, por supuesto que estábamos tomando cañas.
De modo que llegamos a cuartos ahora con un hueso muy duro por delante, y teniendo que soportar las ruedas de prensa de Pep Guardiola, que todavía es más duro que enfrentarse al City, pero nadie nos puede quitar la ilusión, ese brillo interior, esa piel de gallina, ante la proximidad del pitido inicial del martes, cuando empieza lo bueno, cuando volveremos a intentar reeditar la gloria blanca, sobreponernos a las dificultades que vengan, y pelear hasta el final, que es lo nuestro, y que además es más divertido que sobornar árbitros.
Con la emoción a punto de caramelo, algunos —si no todos— llevamos días pensando dónde, cómo y con quién vamos a ver la ida y la vuelta de la eliminatoria, tachando citas en la agenda de trabajo para la tarde del martes 9, y desempolvando la bufanda favorita, la de las grandes ocasiones, la que todos sabemos que nos trae buenos recuerdos.
Nadie nos puede quitar la ilusión ante la proximidad del pitido inicial del martes, cuando volveremos a intentar reeditar la gloria blanca, sobreponernos a las dificultades que vengan, y pelear hasta el final, que es lo nuestro, y que además es más divertido que sobornar árbitros
Al margen de falsas modestias, que siempre son un poco impostadas, lo cierto es que la Champions, y más aún, esta etapa final, es la competición merengue por excelencia. El madridista puede disfrutar enfrentándose a equipos menores y mayores en cualquier competición, porque todo tiene su punto y porque siempre es un placer ver a jugar a los nuestros, pero cuando realmente el equipo, el club, se siente cómodo, se siente esplendoroso, se siente en el lugar que le ha reservado la historia, es cuando llega abril, suena el himno de la competición europea, y comienza a rodar el balón en el Bernabéu.
Todo lo que haya pasado antes es un asunto menor. Los fichajes posibles, las lesiones imposibles, la clasificación y las copas, el estadio y la economía del club. Todo pasa a un segundo plano cuando el Real Madrid se dispone a tratar de conquistar Europa otra vez; y al tiempo, el rival lo sabe, por eso siempre hay que esperar que se trate de los cinco partidos más intensos, complicados y cardioinsaludables de la temporada. Eso también es un aliciente.
Pase lo que pase el martes jugando en casa, la puerta todavía estará abierta, porque el 17 de abril faltará la vuelta en el estadio del City, y si la suerte está de cara y jugamos como lo estamos haciendo esta temporada, ya solo nos faltarán los cruces de comienzos de mayo para intentar colarnos una vez más en la final del 1 de junio en el Wembley Stadium de Londres. A fin de cuentas, para un madridista, cuando se trata de la Champions, soñar no es gratis, es simplemente una obligación.
Getty Images.
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